Gavyn Peregrino
Rose/Ícaro
02-09-2024, 01:17 AM
Después de bajar del barco no estaba entre mis planes quedarme recorriendo Kilombo, honestamente, prefería ir directamente a descansar, especialmente al tener siempre presente lo cerca que estaba la isla de mi lugar de origen, tal vez la distancia no era poca entre ambos lugares, pero para mí nunca había suficiente distancia entre mi persona y el lugar que inspira muchas de mis pesadillas, al menos de las pesadillas que se habían hecho presentes después de saber que me encontraría nuevamente a poca distancia de Loguetown. Ignorar, durante el día, esa idea, debía perturbar mi mente y, por lo tanto, durante la noche daba rienda suelta a los asuntos inconclusos ¿Pero realmente estaban inconclusos? Hace mucho dejé atrás la historia que me había moldeado de forma cruenta ¿Eso no significaba que debía dejarme en paz a mí?
Exhalé un suspiro cansado, no solo porque el viaje que hice en el barco había durado semanas y mi relación con el capitán y la tripulación no fue la más estable; aunque lo cierto es que mi relación con ninguna tripulación acababa siendo estable, tenía la tendencia a decir lo que pensaba, no era ni sería una persona con muchos pelos en la lengua, por supuesto, esto no significaba que me considerase alguien tonto, sabía hasta donde presionar, pero, por regla general, esto hacía que estuviera atrapado en una constante mala relación con las tripulaciones para las que trabajaba, al menos la mayoría. Claro que tenía mis tripulaciones preferidas, aquellas con las que me llevaba bien, o con las que tenía un trato lo suficientemente cordial como para que no quisieran hacerme agujeros en el cráneo solo por mirarme.
Desafortunadamente no tenía la costumbre de frecuentar muchas veces las mismas tripulaciones, siempre estaba sin ánimos de establecer vínculos duraderos, constantes, sólidos ¿Cuál era el fin? Sabía que en la unidad había una mayor fuerza, pero confiarle a los demás tu vida es un paso… Complejo de dar, sin mencionar que soy perfectamente capaz de cuidarme por mí mismo. Desde siempre lo soy, es ese tipo de cosas que aprendes con el tiempo, los obstáculos y los tropiezos que se dan por el camino. Y sin duda había tropezado terriblemente en múltiples ocasiones, particularmente cuando me sentí más resguardado. Si, no dejaría en manos ajenas mi supervivencia si de mí dependía eso.
¡Ah! Pero el motivo por el cual me encontraba en Kilombo era extremadamente sencillo: Trabajo. Es lo que me llevaba siempre tan lejos y a diversas aventuras que disfrutaba plenamente, y a diversos lugares en los cuales me relajaba sin pena ni culpa alguna. No respondía a nadie, no debía informar de mi paradero a nadie, no dependía de nadie, era la máxima expresión de libertad. Bueno, eso lo era en un sentido conceptual, sin embargo, en un sentido material y físico, las alas que actualmente estaban plegadas cerca de mi cuerpo podrían considerarse mi máxima expresión de libertad ¿Qué era más icónico de la libertad que un par de alas? No sería la primera persona que pensaba que las aves eran representantes de la libertad, iban y venían como y cuando querían, sin restricciones más allá de la necesidad de alimento.
Me enfrenté a una vidriera en la cual había expuestos varios tipos de armas, entre ellas armas de fuego y dagas, las mías estaban al alcance de mis manos en el interior de mi chaqueta, pero nunca estaba demás tener repuestos, solo que las dagas de anillo eran difíciles de conseguir y utilizar. Me alejé del vidrio, esquivando cuidadosamente a algunos de los transeúntes que se acercaban demasiado o que parecían acercarse mucho a mis alas, detestaba que las personas las toquen sin mi permiso, no solo porque era desagradable el tacto ajeno sin consentimiento, sino que las alas son lo suficientemente sensibles como para alentarme de los roces, lo toques, entre otras cosas que no estaba muy dispuesto a compartir con nadie, sin mencionar que el significado en las caricias a las alas era… Otro.
Mis ojos divisaron una tienda que solo llamaría la atención de algunas personas en particular, no tenía aquí a nadie que me reconozca, así que me adentré en la mercería más cercana y llamativa para comprar los materiales que necesitaba, que realmente solo eran algunos ovillos de colores diferentes, especialmente ovillos de lana roja, la utilizaba mucho. Tan pronto como entré una campanilla dorada repicó, indicando que había un cliente en la tienda, tras el mostrador, en una silla alta, acolchada y de aspecto cómodo, una ancianita levantó la mirada de forma momentánea, mientras continuaba tejiendo con tres agujas a una velocidad que generaría envidia a los más experimentados, y luego bajó sus ojos hacia su trabajo en proceso, sin prestarme atención.
Recorrí los estantes tranquilamente, recogí los ovillos que necesitaba, la ancianita los puso en una bolsa de papel, observándome con sus ojos saltones y afilados como un látigo, sólo entonces salí de la tienda, casi escapando de la mirada de una señora octogenaria. Cosas que pasan.
Dejé el paquete en mi cinturón y continué observando las vidrieras, sin mucho que hacer antes de que llegase la noche. Entonces, sin previo aviso, un hombre de tez morena chocó contra mí, lo había sentido venir, por muy silencioso que fuese el deslizamiento de sus pies y por mucho que quisiera pasar desapercibido, por eso, cuando colocó sus manos sobre mi pecho, lo sujeté por los hombros, parpadeando con falso desconcierto, agité las alas en fingido asombro, golpeando a algunos de los transeúntes, que se quejaron, mirándome con molestia.
. – Vaya, lo lamento, este hombre descuidado se topó conmigo. –Expliqué a las personas irritadas, que, no con poca molestia se levantaron y se fueron echándome más miradas. Solo entonces el moreno se disculpó e intentó escaparse del asunto, pero aprovechando que la gente se había apartado de ambos, deslicé mi ala frente a él como impedimento para que no se aleje– Oh, creo que te confundiste y tomaste algo mío, agradecería que me lo devuelvas, porque, a menos que hagas tejido, no te va a servir de nada.
Deslicé una mano en el bolsillo de mi chaqueta de vuelo subrepticiamente y envolví mis dedos enguantados en una de las dagas.
Exhalé un suspiro cansado, no solo porque el viaje que hice en el barco había durado semanas y mi relación con el capitán y la tripulación no fue la más estable; aunque lo cierto es que mi relación con ninguna tripulación acababa siendo estable, tenía la tendencia a decir lo que pensaba, no era ni sería una persona con muchos pelos en la lengua, por supuesto, esto no significaba que me considerase alguien tonto, sabía hasta donde presionar, pero, por regla general, esto hacía que estuviera atrapado en una constante mala relación con las tripulaciones para las que trabajaba, al menos la mayoría. Claro que tenía mis tripulaciones preferidas, aquellas con las que me llevaba bien, o con las que tenía un trato lo suficientemente cordial como para que no quisieran hacerme agujeros en el cráneo solo por mirarme.
Desafortunadamente no tenía la costumbre de frecuentar muchas veces las mismas tripulaciones, siempre estaba sin ánimos de establecer vínculos duraderos, constantes, sólidos ¿Cuál era el fin? Sabía que en la unidad había una mayor fuerza, pero confiarle a los demás tu vida es un paso… Complejo de dar, sin mencionar que soy perfectamente capaz de cuidarme por mí mismo. Desde siempre lo soy, es ese tipo de cosas que aprendes con el tiempo, los obstáculos y los tropiezos que se dan por el camino. Y sin duda había tropezado terriblemente en múltiples ocasiones, particularmente cuando me sentí más resguardado. Si, no dejaría en manos ajenas mi supervivencia si de mí dependía eso.
¡Ah! Pero el motivo por el cual me encontraba en Kilombo era extremadamente sencillo: Trabajo. Es lo que me llevaba siempre tan lejos y a diversas aventuras que disfrutaba plenamente, y a diversos lugares en los cuales me relajaba sin pena ni culpa alguna. No respondía a nadie, no debía informar de mi paradero a nadie, no dependía de nadie, era la máxima expresión de libertad. Bueno, eso lo era en un sentido conceptual, sin embargo, en un sentido material y físico, las alas que actualmente estaban plegadas cerca de mi cuerpo podrían considerarse mi máxima expresión de libertad ¿Qué era más icónico de la libertad que un par de alas? No sería la primera persona que pensaba que las aves eran representantes de la libertad, iban y venían como y cuando querían, sin restricciones más allá de la necesidad de alimento.
Me enfrenté a una vidriera en la cual había expuestos varios tipos de armas, entre ellas armas de fuego y dagas, las mías estaban al alcance de mis manos en el interior de mi chaqueta, pero nunca estaba demás tener repuestos, solo que las dagas de anillo eran difíciles de conseguir y utilizar. Me alejé del vidrio, esquivando cuidadosamente a algunos de los transeúntes que se acercaban demasiado o que parecían acercarse mucho a mis alas, detestaba que las personas las toquen sin mi permiso, no solo porque era desagradable el tacto ajeno sin consentimiento, sino que las alas son lo suficientemente sensibles como para alentarme de los roces, lo toques, entre otras cosas que no estaba muy dispuesto a compartir con nadie, sin mencionar que el significado en las caricias a las alas era… Otro.
Mis ojos divisaron una tienda que solo llamaría la atención de algunas personas en particular, no tenía aquí a nadie que me reconozca, así que me adentré en la mercería más cercana y llamativa para comprar los materiales que necesitaba, que realmente solo eran algunos ovillos de colores diferentes, especialmente ovillos de lana roja, la utilizaba mucho. Tan pronto como entré una campanilla dorada repicó, indicando que había un cliente en la tienda, tras el mostrador, en una silla alta, acolchada y de aspecto cómodo, una ancianita levantó la mirada de forma momentánea, mientras continuaba tejiendo con tres agujas a una velocidad que generaría envidia a los más experimentados, y luego bajó sus ojos hacia su trabajo en proceso, sin prestarme atención.
Recorrí los estantes tranquilamente, recogí los ovillos que necesitaba, la ancianita los puso en una bolsa de papel, observándome con sus ojos saltones y afilados como un látigo, sólo entonces salí de la tienda, casi escapando de la mirada de una señora octogenaria. Cosas que pasan.
Dejé el paquete en mi cinturón y continué observando las vidrieras, sin mucho que hacer antes de que llegase la noche. Entonces, sin previo aviso, un hombre de tez morena chocó contra mí, lo había sentido venir, por muy silencioso que fuese el deslizamiento de sus pies y por mucho que quisiera pasar desapercibido, por eso, cuando colocó sus manos sobre mi pecho, lo sujeté por los hombros, parpadeando con falso desconcierto, agité las alas en fingido asombro, golpeando a algunos de los transeúntes, que se quejaron, mirándome con molestia.
. – Vaya, lo lamento, este hombre descuidado se topó conmigo. –Expliqué a las personas irritadas, que, no con poca molestia se levantaron y se fueron echándome más miradas. Solo entonces el moreno se disculpó e intentó escaparse del asunto, pero aprovechando que la gente se había apartado de ambos, deslicé mi ala frente a él como impedimento para que no se aleje– Oh, creo que te confundiste y tomaste algo mío, agradecería que me lo devuelvas, porque, a menos que hagas tejido, no te va a servir de nada.
Deslicé una mano en el bolsillo de mi chaqueta de vuelo subrepticiamente y envolví mis dedos enguantados en una de las dagas.