Muken
Veritas
02-09-2024, 05:26 AM
Como aprendí a nadar, eso es realmente gracioso, era un niño pequeño y lleno de energía. Vivía cerca del mar, pero a pesar de pasar mucho tiempo en la playa, nunca me había atrevido a meterme más allá de donde llegaban las olas pequeñas. Mi abuelo, un hombre fuerte y moreno, me animaba siempre a probar cosas nuevas.
Un día, el abuelo me propuso una aventura: aprender a nadar juntos. Yo me emocioné y a la vez sentí un poco de miedo. El mar, con sus olas grandes y su inmensidad, le parecía un lugar misterioso y un poco peligroso.
"No te preocupes, Muken", me dijo mi abuelo con una sonrisa. "El mar es nuestro amigo, solo tenemos que aprender a respetarlo".
El abuelo me enseñó a flotar boca arriba, a mover los brazos y las piernas como un pez, y a respirar profundamente. Al principio, se sentía inseguro y el agua salada me picaba los ojos. Pero mi abuelo estaba siempre a mi lado, sosteniéndome y animándome.
Poco a poco, fui ganando confianza. Descubrí que flotar en el agua era como estar en una nube. Y aunque al principio me costaba respirar con la cara sumergida, con la práctica cada vez lo hacía mejor.
Un día, mientras jugaban en el agua, una ola más grande de lo normal nos alcanzó. Yo me asuste y me aferre a mi abuelo. Pero mi abuelo, con calma, me ayudó a mantener la cabeza fuera del agua y a nadar hacia la orilla.
Cuando llegaron a la playa, estaba cansado pero muy feliz. Había superado mi miedo y había aprendido a nadar. Desde ese día, mi abuelo y yo pasaron muchas horas juntos en el mar, disfrutando de las olas y de la compañía del otro.
Después de aquel día en que aprendí a nadar con mi abuelo, el mar se convirtió en mi lugar favorito. Pasaba horas flotando, buceando y jugando con las olas. Mi abuelo me enseñó a reconocer los diferentes tipos de olas, a sentir la fuerza del mar y a respetar su poder.
Un día, mi abuelo me propuso un nuevo desafío: surfear una ola. Al principio, me pareció una locura. Las tablas de surf me parecían enormes y las olas, demasiado poderosas. Pero mi abuelo me aseguró que, con un poco de práctica, yo también podría hacerlo.
Me prestó una pequeña tabla de espuma y me mostró cómo pararme sobre ella. Al principio, me caí una y otra vez, pero no me rendí. Con cada intento, me sentía más seguro.
Finalmente, llegó el momento de la verdad. Una ola grande y perfecta se acercaba hacia mí. Con el corazón latiendo a mil por hora, me puse de pie sobre la tabla y me dejé llevar por la ola. Fue un momento mágico. Sentí la adrenalina recorriendo mi cuerpo mientras deslizaba por la superficie del agua.
Cuando la ola me dejó en la orilla, estaba exhausto pero feliz. Había conseguido surfear mi primera ola. Desde ese día, el mar se convirtió en mi mayor aliado y mi abuelo, en mi héroe.
Después de haber dominado el arte de surfear, mi abuelo y yo decidimos explorar una parte más remota de la costa. Nos contaron que en esa zona era común ver manadas de delfines jugando en las olas. ¡Estaba emocionado!
Armados con nuestros trajes de baño, tablas de surf y mucha emoción, nos aventuramos en esa nueva parte de la costa. El agua era más cristalina y las olas, más suaves. Mientras surfeaba, me di cuenta de que algo se movía en el agua a mi alrededor. Al principio, pensé que eran peces, pero luego vi sus aletas dorsales cortando la superficie del agua. ¡Eran delfines!
Eran varios, saltando y jugando entre sí. Me acerqué con cuidado, intentando no asustarlos. Uno de ellos se acercó a mí y comenzó a nadar a mi lado. ¡Era increíble! Su piel era suave y lisa, y sus ojos eran grandes y brillantes.
Pasamos un rato maravilloso jugando con los delfines. Nadaban a mi alrededor, saltaban sobre las olas y hasta parecían sonreír. Me sentí como si estuviera en una película. Cuando llegó la hora de volver a la orilla, me despedí de mis nuevos amigos con un gesto de la mano.
Desde ese día, cada vez que voy al mar, espero volver a encontrarme con los delfines. Esa experiencia me enseñó que el mar es un lugar lleno de magia y que si lo respetamos, nos regalará momentos inolvidables.
Un día, el abuelo me propuso una aventura: aprender a nadar juntos. Yo me emocioné y a la vez sentí un poco de miedo. El mar, con sus olas grandes y su inmensidad, le parecía un lugar misterioso y un poco peligroso.
"No te preocupes, Muken", me dijo mi abuelo con una sonrisa. "El mar es nuestro amigo, solo tenemos que aprender a respetarlo".
El abuelo me enseñó a flotar boca arriba, a mover los brazos y las piernas como un pez, y a respirar profundamente. Al principio, se sentía inseguro y el agua salada me picaba los ojos. Pero mi abuelo estaba siempre a mi lado, sosteniéndome y animándome.
Poco a poco, fui ganando confianza. Descubrí que flotar en el agua era como estar en una nube. Y aunque al principio me costaba respirar con la cara sumergida, con la práctica cada vez lo hacía mejor.
Un día, mientras jugaban en el agua, una ola más grande de lo normal nos alcanzó. Yo me asuste y me aferre a mi abuelo. Pero mi abuelo, con calma, me ayudó a mantener la cabeza fuera del agua y a nadar hacia la orilla.
Cuando llegaron a la playa, estaba cansado pero muy feliz. Había superado mi miedo y había aprendido a nadar. Desde ese día, mi abuelo y yo pasaron muchas horas juntos en el mar, disfrutando de las olas y de la compañía del otro.
Después de aquel día en que aprendí a nadar con mi abuelo, el mar se convirtió en mi lugar favorito. Pasaba horas flotando, buceando y jugando con las olas. Mi abuelo me enseñó a reconocer los diferentes tipos de olas, a sentir la fuerza del mar y a respetar su poder.
Un día, mi abuelo me propuso un nuevo desafío: surfear una ola. Al principio, me pareció una locura. Las tablas de surf me parecían enormes y las olas, demasiado poderosas. Pero mi abuelo me aseguró que, con un poco de práctica, yo también podría hacerlo.
Me prestó una pequeña tabla de espuma y me mostró cómo pararme sobre ella. Al principio, me caí una y otra vez, pero no me rendí. Con cada intento, me sentía más seguro.
Finalmente, llegó el momento de la verdad. Una ola grande y perfecta se acercaba hacia mí. Con el corazón latiendo a mil por hora, me puse de pie sobre la tabla y me dejé llevar por la ola. Fue un momento mágico. Sentí la adrenalina recorriendo mi cuerpo mientras deslizaba por la superficie del agua.
Cuando la ola me dejó en la orilla, estaba exhausto pero feliz. Había conseguido surfear mi primera ola. Desde ese día, el mar se convirtió en mi mayor aliado y mi abuelo, en mi héroe.
Después de haber dominado el arte de surfear, mi abuelo y yo decidimos explorar una parte más remota de la costa. Nos contaron que en esa zona era común ver manadas de delfines jugando en las olas. ¡Estaba emocionado!
Armados con nuestros trajes de baño, tablas de surf y mucha emoción, nos aventuramos en esa nueva parte de la costa. El agua era más cristalina y las olas, más suaves. Mientras surfeaba, me di cuenta de que algo se movía en el agua a mi alrededor. Al principio, pensé que eran peces, pero luego vi sus aletas dorsales cortando la superficie del agua. ¡Eran delfines!
Eran varios, saltando y jugando entre sí. Me acerqué con cuidado, intentando no asustarlos. Uno de ellos se acercó a mí y comenzó a nadar a mi lado. ¡Era increíble! Su piel era suave y lisa, y sus ojos eran grandes y brillantes.
Pasamos un rato maravilloso jugando con los delfines. Nadaban a mi alrededor, saltaban sobre las olas y hasta parecían sonreír. Me sentí como si estuviera en una película. Cuando llegó la hora de volver a la orilla, me despedí de mis nuevos amigos con un gesto de la mano.
Desde ese día, cada vez que voy al mar, espero volver a encontrarme con los delfines. Esa experiencia me enseñó que el mar es un lugar lleno de magia y que si lo respetamos, nos regalará momentos inolvidables.