Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
02-09-2024, 11:27 AM
(Última modificación: 02-09-2024, 11:41 AM por Camille Montpellier.)
Su compañero se empezó a reír una vez se alivió la tensión del momento, lo que en parte le pareció enternecedor pero a su vez le generó un leve nerviosismo. No fue por culpa del rubio sino por las cavilaciones de la oni, que se puso a observar a su alrededor con inseguridad. No tardó mucho en percibir miradas poco discretas, algunas confusas, otras sorprendidas e incluso inquisitivas. Estaba acostumbrada a ello en parte; después de todo, como bien había previsto, ya solo el hecho de que Atlas hubiera decidido compartir la hora del desayuno con ella le resultaría extraño a más de uno. Lo que no pudo ver venir fue la inesperada sorpresa del chico que, ni corto ni perezoso —sorprendentemente— se apresuró a lanzar un puñal bien cargado de veneno a quienes estaban poniendo la oreja.
Camille abrió un poco más los ojos, mirando al rubio con una sorpresa que poco a poco se fue convirtiendo en gratitud, a la misma velocidad que sus labios dibujaban una sonrisa alegre. Una poco habitual en ella, pero tan sincera como la de un niño.
—Te vas a crear enemigos aquí —le advirtió también en susurros, aunque su tono estaba mucho más cerca de la broma que de la advertencia—. Gracias por eso.
Y era un agradecimiento sincero. Muy pocas personas se habían puesto de su lado a lo largo de la vida. La capitana era, evidentemente, una de ellas, pero entre sus compañeros e incluso algunos de sus superiores resultaba extraño ver una muestra de compañerismo sincera. Había aprendido a lidiar con ello, más por el hecho de no quedarle otro remedio que por gusto, claro. Quizá Atlas no fuera del todo consciente del peso que sus palabras habían tenido para Camille, pero sin duda sería una intervención que ella no olvidaría jamás. Le había hecho la mañana.
En cuanto su compañero se apresuró a neutralizar el desayuno ella hizo lo propio, haciendo un esfuerzo titánico por evitar saborear el asqueroso mejunje en el que las gachas se habían ido convirtiendo poco a poco. Después de derrotar a aquel poderoso enemigo, lidiar con el resto de la comida se volvió mucho más sencillo.
—Shawn —repitió el nombre después de la explicación, riéndose un poco por lo bajo—. Tendría que habérmelo imaginado, no podía ser de otra forma. —La verdad era que para cuando Camille llegó hasta el «ring» —por llamarlo de algún modo— del Torneo del Calabozo, Atlas ya se encontraba peleando. Descubrir que había acabado allí por no ser capaz de moverse tras uno de sus castigos fue en parte una sorpresa, aunque por otro lado algo que quizá debería haberse imaginado—. Pues para haber acabado ahí después de una reprimenda del sargento... no lo hiciste nada mal.
De hecho era encomiable que, aun estando agotado tras los ejercicios sancionadores de su superior, hubiera sido capaz de alzarse con la victoria. Eso solo hablaba bien de Atlas y de sus capacidades, unas que quizá entre tanto escaqueo hubieran pasado desapercibidas para el resto de sus compañeros. Para ella no desde ese momento, eso estaba claro.
El desayuno pasó rápidamente después de su pequeña conversación, tras lo cual ambos salieron juntos de la cantina y empezaron a caminar por los pasillos del cuartel. Cuando la pregunta del rubio surgió, Camille le miró con una ceja alzada y cierta confusión.
—¿Cómo que a dónde vamos...? —preguntó casi de forma automática la oni. No tardó en caer en la cuenta de a quién tenía al lado, lo que le hizo arquear aún más la ceja—. Atlas, ¿pero cuántas veces te has escaqueado de la rutina en lo que llevas aquí metido? —Le fue imposible no reírse. Realmente eso explicaba por qué rara vez se cruzaba con el rubio: debía esconderse y ser cazado por Shawn tan a menudo que su rutina habría consistido más en enlazar castigos que en seguir la vida habitual de un marine en la base—. Lo omití porque supuse que lo sabríais, pero si lo llego a saber os hago un resumen de la rutina en el G-31 el día de la visita. Madre mía...
Camille se dispuso a explicarle la rutina habitual, una que seguramente no le haría ninguna gracia al marine. Para empezar, después del desayuno debían formar en la plaza para pasar lista, un chequeo que quizá si Atlas no se saltase todos los días podría haber aprovechado en sus escaqueos. Después de eso tocaba entrenar casi hasta la hora de comer, aunque los ejercicios eran mucho más llevaderos que a los que pudiera haberse visto sometido el rubio bajo la ira del sargento Shawn. Una vez acabados tocaba comer y descansar durante un par de horas —salvo que te hubiera tocado estar de guardia—. Por la tarde los marines tenían diversas tareas de apoyo al personal del G-31: mantenimiento de la armería, lavandería, trabajo en el almacén, ayudar en las cocinas... iba variando, aunque en general eran tareas aburridas. A veces podía tocarte patrullaje, pero al igual que las guardias, eso dependía de las rotaciones y del criterio de los oficiales.
—En resumen, que ahora debemos ir al patio de armas a pasar lista y después toca entrenar —y le dio al rubio un par de palmaditas flojas en la espalda, como intentando insuflarle ánimos—. Estate tranquilo, te aseguro que es mucho menos duro que tus castigos... aunque siempre puedes intentar escaquearte otra vez. Eso sí, como Shawn te pille... —se encogió de hombros—. Igual no sobrevives después de lo de ayer.
Era una broma, claro. Aunque quizá no era tan broma. Fuera como fuese, esperó a ver qué decidía su compañero antes de empezar a moverse hacia el patio de armas, con o sin él. Ella nunca había sido de escaquearse.
Camille abrió un poco más los ojos, mirando al rubio con una sorpresa que poco a poco se fue convirtiendo en gratitud, a la misma velocidad que sus labios dibujaban una sonrisa alegre. Una poco habitual en ella, pero tan sincera como la de un niño.
—Te vas a crear enemigos aquí —le advirtió también en susurros, aunque su tono estaba mucho más cerca de la broma que de la advertencia—. Gracias por eso.
Y era un agradecimiento sincero. Muy pocas personas se habían puesto de su lado a lo largo de la vida. La capitana era, evidentemente, una de ellas, pero entre sus compañeros e incluso algunos de sus superiores resultaba extraño ver una muestra de compañerismo sincera. Había aprendido a lidiar con ello, más por el hecho de no quedarle otro remedio que por gusto, claro. Quizá Atlas no fuera del todo consciente del peso que sus palabras habían tenido para Camille, pero sin duda sería una intervención que ella no olvidaría jamás. Le había hecho la mañana.
En cuanto su compañero se apresuró a neutralizar el desayuno ella hizo lo propio, haciendo un esfuerzo titánico por evitar saborear el asqueroso mejunje en el que las gachas se habían ido convirtiendo poco a poco. Después de derrotar a aquel poderoso enemigo, lidiar con el resto de la comida se volvió mucho más sencillo.
—Shawn —repitió el nombre después de la explicación, riéndose un poco por lo bajo—. Tendría que habérmelo imaginado, no podía ser de otra forma. —La verdad era que para cuando Camille llegó hasta el «ring» —por llamarlo de algún modo— del Torneo del Calabozo, Atlas ya se encontraba peleando. Descubrir que había acabado allí por no ser capaz de moverse tras uno de sus castigos fue en parte una sorpresa, aunque por otro lado algo que quizá debería haberse imaginado—. Pues para haber acabado ahí después de una reprimenda del sargento... no lo hiciste nada mal.
De hecho era encomiable que, aun estando agotado tras los ejercicios sancionadores de su superior, hubiera sido capaz de alzarse con la victoria. Eso solo hablaba bien de Atlas y de sus capacidades, unas que quizá entre tanto escaqueo hubieran pasado desapercibidas para el resto de sus compañeros. Para ella no desde ese momento, eso estaba claro.
El desayuno pasó rápidamente después de su pequeña conversación, tras lo cual ambos salieron juntos de la cantina y empezaron a caminar por los pasillos del cuartel. Cuando la pregunta del rubio surgió, Camille le miró con una ceja alzada y cierta confusión.
—¿Cómo que a dónde vamos...? —preguntó casi de forma automática la oni. No tardó en caer en la cuenta de a quién tenía al lado, lo que le hizo arquear aún más la ceja—. Atlas, ¿pero cuántas veces te has escaqueado de la rutina en lo que llevas aquí metido? —Le fue imposible no reírse. Realmente eso explicaba por qué rara vez se cruzaba con el rubio: debía esconderse y ser cazado por Shawn tan a menudo que su rutina habría consistido más en enlazar castigos que en seguir la vida habitual de un marine en la base—. Lo omití porque supuse que lo sabríais, pero si lo llego a saber os hago un resumen de la rutina en el G-31 el día de la visita. Madre mía...
Camille se dispuso a explicarle la rutina habitual, una que seguramente no le haría ninguna gracia al marine. Para empezar, después del desayuno debían formar en la plaza para pasar lista, un chequeo que quizá si Atlas no se saltase todos los días podría haber aprovechado en sus escaqueos. Después de eso tocaba entrenar casi hasta la hora de comer, aunque los ejercicios eran mucho más llevaderos que a los que pudiera haberse visto sometido el rubio bajo la ira del sargento Shawn. Una vez acabados tocaba comer y descansar durante un par de horas —salvo que te hubiera tocado estar de guardia—. Por la tarde los marines tenían diversas tareas de apoyo al personal del G-31: mantenimiento de la armería, lavandería, trabajo en el almacén, ayudar en las cocinas... iba variando, aunque en general eran tareas aburridas. A veces podía tocarte patrullaje, pero al igual que las guardias, eso dependía de las rotaciones y del criterio de los oficiales.
—En resumen, que ahora debemos ir al patio de armas a pasar lista y después toca entrenar —y le dio al rubio un par de palmaditas flojas en la espalda, como intentando insuflarle ánimos—. Estate tranquilo, te aseguro que es mucho menos duro que tus castigos... aunque siempre puedes intentar escaquearte otra vez. Eso sí, como Shawn te pille... —se encogió de hombros—. Igual no sobrevives después de lo de ayer.
Era una broma, claro. Aunque quizá no era tan broma. Fuera como fuese, esperó a ver qué decidía su compañero antes de empezar a moverse hacia el patio de armas, con o sin él. Ella nunca había sido de escaquearse.