Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Aventura] [Autonarrada T1] La despedida del Suricato
Jim
Hmpf
Desde que tengo memoria, la vida siempre ha sido una serie de desafíos, pero de alguna forma, siempre he encontrado la manera de superarlos. Crecer sin un padre, rodeado por suricatos en una isla volcánica llena de peligros indescriptibles, me enseñó a ser fuerte, ingenioso y, sobre todo, a nunca subestimar al enemigo, sin importar su tamaño. La Isla de Rudra, mi hogar desde que tengo memoria, es un lugar tan hermoso como peligroso. Sus paisajes de montañas rocosas y selvas densas, bordeadas por playas de arenas negras, esconden amenazas constantes. Todo en esa isla parece ser tres veces más grande de lo que debería ser, desde los animales salvajes hasta los problemas que me encontraba día tras día.

No era solo la naturaleza la que me desafiaba. En el sur de la isla habitaba la tribu Wandara, una comunidad salvaje y territorial, cuyos miembros siempre han sido agresivos con cualquiera que ose cruzar sus tierras. Su brutalidad no conocía límites, y para mí, un pequeño mink suricato, la única opción ante ellos era huir. Recuerdo una ocasión en particular, donde tras cruzar accidentalmente uno de sus territorios, me vi obligado a correr durante horas, atravesando la densa selva mientras oía sus gritos detrás de mí. Mi corazón latía con fuerza, mis patas se movían lo más rápido que podían y, aunque finalmente logré escapar, aquellas cicatrices emocionales quedaron grabadas en mi memoria.

Pero si algo despertó en mí la chispa de la aventura y la curiosidad por el mundo más allá de Rudra fue la llegada de los contrabandistas. Una tarde, mientras exploraba una zona rocosa cerca de la costa, vi cómo un grupo de extraños desembarcaba con cajas llenas de objetos brillantes que nunca había visto antes. Era la primera vez que veía humanos de tan cerca, y aunque estaba consciente del peligro que representaban, algo dentro de mí se encendió. La emoción y el miedo se entremezclaban. Sabía que no debía acercarme, pero el deseo de saber más me empujó a observarlos durante horas desde las sombras. Ese encuentro cambió algo en mí. Me di cuenta de que había un mundo allá afuera, más allá del horizonte, y no podía seguir ignorando ese llamado.

Fue entonces cuando el destino intervino de nuevo y puso en mi camino a Timsy. Un gyojin de poco más de mi tamaño, cuya personalidad reflejaba la mía de una manera casi inquietante: alegre, curioso y siempre lleno de energía. Nuestra conexión fue inmediata, como si hubiéramos estado destinados a encontrarnos. Timsy se había separado de su propio grupo mientras exploraban las aguas cercanas a la isla, y tras una serie de eventos desafortunados, terminó varado en Rudra. Juntos, decidimos que ya era hora de dejar esa isla atrás. Y como si nuestras mentes funcionaran al unísono, ideamos un plan para robar un barco de los Wandara. Era una locura, lo sabíamos, pero también sabíamos que era nuestra única oportunidad de escapar.

Así, en medio de la noche, nos deslizamos en su campamento. El corazón me latía en los oídos mientras avanzábamos sigilosamente entre las tiendas de los Wandara, esquivando a sus guardias con el sigilo de los cazadores que habíamos aprendido a ser. Finalmente, logramos hacernos con un pequeño barco y zarpamos, dejándolos atrás, con la brisa marina llenando nuestras velas y nuestras almas de esperanza. Nos dirigimos hacia Isla Cozia, una tierra de sabanas interminables y cielos abiertos donde se celebraban cacerías y festivales.

En Cozia, nos encontramos con una realidad completamente nueva. Era la primera vez que Timsy y yo veíamos de cerca una sociedad humana tan organizada, y aunque nos fascinaba, también nos perturbaba. Los habitantes de la isla eran amables, pero sus costumbres eran extrañas y, a veces, crueles. Para saldar una deuda que habíamos contraído al llegar, tuve que participar como escolta en una de sus cacerías. Aquel evento fue una de las experiencias más horribles de mi vida. Ver cómo los humanos cazaban a los animales por deporte y placer me dejó una marca profunda. Sin embargo, en medio de aquel horror, aprendí valiosas lecciones sobre la sociedad humana, sobre su capacidad para crear, destruir y, a veces, encontrar belleza en lo que parecía ser solo caos.

En ese tiempo conocimos a Zev, un mink coyote ya entrado en años, con el porte de un sabio que ha visto más de lo que está dispuesto a contar. Zev era diferente. Tranquilo, reflexivo y siempre con una mirada serena, irradiaba una calma que contrastaba con nuestras naturalezas hiperactivas. Era un líder nato, pero sin la necesidad de imponer su autoridad. Simplemente sabías que podías confiar en él. Bajo su tutela, Timsy y yo comenzamos a aprender sobre el mundo de una manera que nunca habríamos imaginado. Nos mostró que había más en la vida que solo sobrevivir; había un propósito más grande por el que luchar.

Zev tenía en su posesión un mapa antiguo, lleno de marcas y anotaciones que había recolectado a lo largo de su vida. Según él, ese mapa contenía pistas sobre un lugar donde un grupo de revolucionarios se ocultaba, un grupo que planeaba cambiar el mundo, enfrentándose al Gobierno Mundial. La idea de un cambio global, de una lucha por la libertad y la justicia, nos sedujo de inmediato. ¿Podríamos, los tres, formar parte de algo tan grande?

Nuestra primera parada fue Isla Kilombo, un lugar donde aprendimos sobre la Marina, las leyes y las estructuras del poder en el mundo humano. Timsy y yo nos maravillábamos con todo lo nuevo que descubríamos, pero fue Jim quien realmente absorbió todo con el entusiasmo de un niño que explora por primera vez fuera de su hogar. Cada interacción, cada conversación era una oportunidad para aprender y crecer.

Luego, nos dirigimos hacia Isla Demonthooh, famosa por sus espadachines y artistas marciales. Aunque nuestra estancia fue breve, fue intensa y nutritiva. Los entrenamientos fueron duros, pero gratificantes, y cada uno de nosotros adquirió nuevas habilidades que nos fortalecerían en nuestro viaje.

Entre medias, en un pequeño islote perdido en alta mar, tuve una extraña aventura. Allí conocí a Crispon, un gyojin crustáceo, hermano de un tal Crispin, que me reveló secretos sobre su raza y me hizo partícipe de un dilema personal. Tras ayudarle a resolverlo, me recompensó de una manera que jamás habría esperado: una Akuma no Mi. La Moa Moa no Mi, una fruta legendaria, cuyo poder aún no comprendía por completo, pero que sentía latir en mi interior, esperando ser desatado en el momento adecuado.

Finalmente, tras semanas de viaje, nos encontramos frente a la imponente Red Line. Pero justo antes de que pudiéramos maravillarnos con su gigantesca estructura, un enorme pez marino emergió de las profundidades, con la furia de mil tormentas en sus ojos. La batalla fue feroz; Zev, Timsy y yo luchamos con todo lo que teníamos. Nos movíamos como un solo ser, cada uno complementando las acciones del otro. Y finalmente, fue Zev quien, con una puntería impecable, lanzó el disparo que atravesó al monstruo y lo derribó. Cuando el gran pez cayó, un silencio cayó sobre nosotros, solo roto por el sonido de las olas. Nos miramos, exhaustos, pero también llenos de una nueva confianza en nuestras habilidades. Sabíamos que juntos podíamos enfrentar cualquier cosa que el mundo nos lanzara.


La historia continuó poco después de nuestro enfrentamiento con la bestia marina. Tras una agotadora pero triunfal batalla, el trío se dirigió hacia la imponente Red Line, la gigantesca muralla natural que separaba los mares, acercándonos a lo que parecía ser la X marcada en el mapa de Zev, señalando nuestro destino. El mar chocaba ferozmente contra la inexpugnable estructura, cuyas paredes eran tan altas y lisas que parecían desafiar cualquier intento de escalada. A primera vista, no parecía haber ningún camino posible, ningún resquicio ni fisura en esa formidable barrera natural que cerraba nuestro paso. Sin embargo, no habíamos llegado hasta allí para darnos por vencidos.

De repente, un pequeño barco emergió de la bruma marina, surcando las aguas con sigilo. A bordo, un grupo de figuras misteriosas se acercó cautelosamente hacia nosotros. Sin previo aviso, una voz grave resonó desde la cubierta, exigiendo saber quiénes éramos y qué hacíamos en aquel lugar tan prohibido. Zev, sin perder la calma, desenrolló el viejo mapa que había sido nuestra guía hasta allí y lo mostró como prueba. Las figuras en el barco observaron el mapa en silencio, intercambiando miradas que no pudimos descifrar. Finalmente, sin pronunciar palabra alguna, nos indicaron que les siguiéramos.

Nos escoltaron hacia lo que al principio parecía ser un insignificante agujero en la inmensa muralla de la Red Line. Pero conforme nos acercábamos, la pequeña abertura fue revelando su verdadera naturaleza. El diminuto agujero se expandió ante nosotros, transformándose en una vasta gruta acuática, cuyo interior serpenteaba como un laberinto bajo la imponente estructura. Era como si la Red Line nos tragara, llevándonos a sus entrañas secretas. Nos adentramos en la gruta, sintiendo que el camino se volvía cada vez más sinuoso y traicionero. El eco del agua goteando y el leve crujir de la roca llenaban el aire, mientras la única luz provenía de las antorchas que iluminaban el sinuoso trayecto. Uno podía fácilmente perderse allí dentro, confundido por los innumerables túneles que parecían ramificarse en todas direcciones.

Finalmente, tras lo que parecieron horas navegando por aquel oscuro laberinto, llegamos a un puerto oculto, rodeado por imponentes paredes de roca que lo mantenían en las sombras, a salvo de ojos curiosos. Antorchas parpadeantes iluminaban tenuemente el puerto, cuyas aguas eran tan oscuras que reflejaban apenas las luces danzantes del fuego. Mientras desembarcábamos, un grupo de personas nos observaba desde la orilla. Parecían numerosos, silenciosos y con expresiones que delataban desconfianza. Sus miradas penetrantes nos juzgaban sin disimulo alguno, mientras avanzábamos lentamente, sintiendo el peso de su escrutinio en cada paso.

El ambiente estaba cargado de tensión. Algo no estaba bien. El silencio, opresivo, lo decía todo. No tardamos en descubrir qué sucedía. En un abrir y cerrar de ojos, nos apresaron sin previo aviso. No hubo resistencia por nuestra parte; sabíamos que no era el momento adecuado para luchar. Nos separaron rápidamente y nos llevaron, uno a uno, a pequeñas salas de interrogatorio. El ambiente en aquellas habitaciones era frío y claustrofóbico. No teníamos idea de cuánto tiempo habíamos esperado allí, pues las horas pasaban lentas, y solo el sonido lejano de pasos y puertas abriéndose rompía la monotonía del encierro.

Finalmente, tras lo que parecieron eternas horas de espera, llegó el interrogador. Su semblante era severo, y su voz, afilada como una espada. Las preguntas llegaron en oleadas, una tras otra, sin darnos apenas tiempo para procesarlas. Nos interrogaban con una intensidad que parecía destinada a quebrarnos: querían saber quiénes éramos, de dónde veníamos, cómo habíamos encontrado aquel lugar, qué buscábamos, y con quién habíamos trabajado en el pasado. Cada pregunta era una trampa cuidadosamente diseñada, una prueba de lealtad y verdad. Yo, sin embargo, les conté mi historia tal cual era, sin adornos ni omisiones. Les hablé de la isla de Rudra, de cómo había crecido entre animales, ajeno al mundo exterior hasta que la curiosidad me empujó a salir a explorar. Confesé que no entendía muchas cosas sobre el mundo humano, pero que estaba aprendiendo poco a poco, a mi manera.

Hablé de Zev, el coyote mink que había encontrado el mapa y nos convenció de seguirlo hasta allí, prometiéndonos que encontraríamos algo grande, algo que cambiaría nuestras vidas para siempre. Les conté también sobre Crispón, el gyojin que había conocido en una pequeña isla, y cómo lo ayudé a resolver su dilema. Parecieron intrigados por esa parte, aunque no dejaban de mantener su actitud distante y cautelosa.

Nos dejaron esperando de nuevo durante interminables horas. A veces me preguntaba si la espera era otra forma de interrogatorio, una prueba más para ver si nuestra historia cambiaba bajo la presión del tiempo. Finalmente, nos reunieron. Estábamos agotados, física y mentalmente, pero aliviados de volver a estar juntos. Frente a nosotros apareció un hombre que se destacó inmediatamente como un líder. Su presencia era inconfundible. Con una mirada evaluadora, observó cada uno de nuestros gestos, como si pudiera leer nuestras almas.

Después de una larga pausa, finalmente habló. Evaluó nuestra situación y determinó que estábamos a prueba. Nos explicó lo que era la Revolución, una causa que luchaba contra el poder opresivo del Gobierno Mundial. Sus palabras resonaron en mí, cada frase cargada de propósito. La idea de luchar por la justicia y la libertad me cautivó al instante. Sin dudarlo, accedí a unirnos a su causa. Esto era lo que había estado buscando durante tanto tiempo: un propósito mayor, una razón para seguir adelante. Sin embargo, el líder nos dejó en claro que no sería fácil. Primero tendríamos que pasar una prueba, una que determinaría si éramos dignos de unirnos a la Revolución. El precio del fracaso sería alto. Si no superábamos la prueba, nos matarían. Ya habíamos visto demasiado, y no podían permitirse dejarnos ir si no confiaban plenamente en nosotros. Aceptamos el desafío, sabiendo que nuestro destino ahora pendía de un hilo.

Y así llegó Jimbo a uno de sus destinos, uno que continuaría con su propia voluntad, la de un suricato, lejos de las garras de un escritor o de los azares del destino, ahora solo el camino y su voluntad dirigirían sus actos.

Cita:Y aquí pongo fin a mi lazo con Jimbo, le deseo lo mejor, queda descrita su psique, su historia, sus motivaciones y el punto desde el que puede desarrollarse libremente. Regalo su estilo al foro si es necesario. ¡Cuídate Jim! Nos veremos algún día.
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[Autonarrada T1] La despedida del Suricato - por Jim - 02-09-2024, 12:41 PM

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