Atlas
Nowhere | Fénix
02-09-2024, 03:33 PM
Hice un gesto negativo con la cabeza conforme Camille me iba advirtiendo de lo que podría pasar, masticando sin cesar y con media sonrisa aún en los labios. Sólo pretendía restar toda la importancia posible a mi actitud, así como al más mínimo temor o reparo que pudiese tener la chica con respecto a cualquier represalia. La actitud que demostraban hacia ella de por sí ya era suficiente para que la única relación que estuviese dispuesto a tener con ellos fuese de enemistad.
—No te preocupes. No creo que me pueda echar a la cara un enemigo peor que Shawn, ¿no te parece? Aunque a lo mejor lo que pasa es que en el fondo me quiere tanto que no puede dejarme ir... A saber —tragué—. Y de nada.
Al margen de las consideraciones al respecto de la educación y el talante del grueso de marines de la base del G-31, la conversación continuó discurriendo hacia el Torneo del Calabozo. Camille había reparado en algo que a la mayoría de las personas le pasaba desapercibido: era alguien bastante orgulloso. Por norma general procuraba evadirme de cuanto podía. Toda responsabilidad, labor, trabajo o carga me inspiraba una profunda pereza que me empujaba a intentar quitármela de encima. Eso era así hasta que, por decisión propia o imposición, me tocaba finalmente hacer algo. Cuando ese momento llegaba me gustaba terriblemente resultar vencedor y cumplir con mi cometido. ¿Paradójico? Tal vez, aunque yo no lo veo así. Y aun si lo fuese, ¿no está el ser humano lleno de contradicciones? Aunque en ese momento no tuviese ni la menor idea, hacer lo necesario para convertir el mundo en el que vivía en un lugar más justo y, sobre todo, seguro, algún día llegaría a convertirse en una de esas prioridades que muy raramente asumía como propias. Ello tendría sus consecuencias.
—Pues... de las rutinas, todas las veces. El castigo de después ya es harina de otro costal, porque de eso no me he librado ni una sola vez. Yo creo que ya es una cuestión de orgullo, vaya, porque no me sale a cuenta —bromeé, dándome cuenta de lo irregular de mi situación.
La explicación de Camille abrió ante mis ojos un mundo nuevo de cometidos que llevaban a cabo mis semejantes de los que no era consciente. No sé si hasta ese momento había pensado que la base se mantenía por sí misma o era limpiada por unos laboriosos duendes que hacían de la noche su momento de actividad. En cualquier caso, sonaba a un trabajo bastante pesado y monótono. No me gustaba, al menos de oídas, pero tendría que darle una oportunidad. Tal vez incluso me pareciese más llevadero y a partir de ese momento no considerase intentar escaquearme.
Esa idea flotó en mi mente hasta que llegó el momento de pasar lista. ¿Que por qué? Pues porque allí no estaba otro que el mismísimo Shawn. En cuanto pusimos un pie en el patio de armas el brillo de su calva al reflejar los rayos del sol me golpeó directamente en las pupilas. Mi gesto de sorpresa fue casi tan evidente como el suyo, dado que seguramente la única persona en todo Loguetown que se extrañase más que yo de encontrarme allí fuese él.
El asombro dio lugar rápidamente a una mueca de desagradable —al menos para mí— satisfacción. Casi podía leer en sus inmóviles labios, congelados en un rictus de triunfo, el "por fin te gané". Y eso sí que no. Aquel día no tenía alternativa, pero por muy llevadero y paradisiaco que fuese ese día tuve clara mi decisión: el día siguiente tendría que buscar un nuevo escondrijo.
Los nombres se fueron sucediendo mientras, cuadrados, anunciábamos que nos encontrábamos allí. Aquel fue el primer día desde mi llegada que en todos los casos se alzó una voz para responder al llamado. Acto seguido, como piezas de un engranaje perfectamente engrasadas, los reclutas comenzaron a moverse y a situarse en un extremo del patio de armas. Lo hacían, claro está, para dar inicio a la primera parte de la rutina de cada día: el adiestramiento. ¿Qué tocaría aquel día?
—¡Hoy va a tocar asegurar la posición! —exclamó Shawn, que se había hecho con la voz cantante de los mandos que se encontraban en la zona.
Al tiempo que hablaba, comenzó a señalar a la sucesión de cajas y tablones de madera que habían sido colocados en el centro del patio para simular un fuerte de dos plantas. Nos repartieron en torno al mismo, colocándonos a igual distancia.
—La prueba es muy sencilla: no hay que dejar entrar a ninguno de los otros grupos. Si mientras os encontráis en el interior un grupo rival mantiene alguno de sus miembros dentro del fuerte durante un minuto, se asume que hay un cambio de defensor. Si eso sucede el resto de grupos debe volver al punto de partida para iniciar un nuevo asalto. Espero que os lo paséis bien —finalizó con una sonrisa mordaz en los labios.
¿Que cuál era nuestro grupo, decís? Camille y yo. El resto de marines se distribuyó formando grupos más o menos nutridos, pero ninguno optó por unirse a nosotros en la toma del fuerte. ¿Que si me importaba? En absoluto. Entre los tipos podía ver a muchos de los que estaban en el comedor. Tal vez pudiese resarcirme.
—No te preocupes. No creo que me pueda echar a la cara un enemigo peor que Shawn, ¿no te parece? Aunque a lo mejor lo que pasa es que en el fondo me quiere tanto que no puede dejarme ir... A saber —tragué—. Y de nada.
Al margen de las consideraciones al respecto de la educación y el talante del grueso de marines de la base del G-31, la conversación continuó discurriendo hacia el Torneo del Calabozo. Camille había reparado en algo que a la mayoría de las personas le pasaba desapercibido: era alguien bastante orgulloso. Por norma general procuraba evadirme de cuanto podía. Toda responsabilidad, labor, trabajo o carga me inspiraba una profunda pereza que me empujaba a intentar quitármela de encima. Eso era así hasta que, por decisión propia o imposición, me tocaba finalmente hacer algo. Cuando ese momento llegaba me gustaba terriblemente resultar vencedor y cumplir con mi cometido. ¿Paradójico? Tal vez, aunque yo no lo veo así. Y aun si lo fuese, ¿no está el ser humano lleno de contradicciones? Aunque en ese momento no tuviese ni la menor idea, hacer lo necesario para convertir el mundo en el que vivía en un lugar más justo y, sobre todo, seguro, algún día llegaría a convertirse en una de esas prioridades que muy raramente asumía como propias. Ello tendría sus consecuencias.
—Pues... de las rutinas, todas las veces. El castigo de después ya es harina de otro costal, porque de eso no me he librado ni una sola vez. Yo creo que ya es una cuestión de orgullo, vaya, porque no me sale a cuenta —bromeé, dándome cuenta de lo irregular de mi situación.
La explicación de Camille abrió ante mis ojos un mundo nuevo de cometidos que llevaban a cabo mis semejantes de los que no era consciente. No sé si hasta ese momento había pensado que la base se mantenía por sí misma o era limpiada por unos laboriosos duendes que hacían de la noche su momento de actividad. En cualquier caso, sonaba a un trabajo bastante pesado y monótono. No me gustaba, al menos de oídas, pero tendría que darle una oportunidad. Tal vez incluso me pareciese más llevadero y a partir de ese momento no considerase intentar escaquearme.
Esa idea flotó en mi mente hasta que llegó el momento de pasar lista. ¿Que por qué? Pues porque allí no estaba otro que el mismísimo Shawn. En cuanto pusimos un pie en el patio de armas el brillo de su calva al reflejar los rayos del sol me golpeó directamente en las pupilas. Mi gesto de sorpresa fue casi tan evidente como el suyo, dado que seguramente la única persona en todo Loguetown que se extrañase más que yo de encontrarme allí fuese él.
El asombro dio lugar rápidamente a una mueca de desagradable —al menos para mí— satisfacción. Casi podía leer en sus inmóviles labios, congelados en un rictus de triunfo, el "por fin te gané". Y eso sí que no. Aquel día no tenía alternativa, pero por muy llevadero y paradisiaco que fuese ese día tuve clara mi decisión: el día siguiente tendría que buscar un nuevo escondrijo.
Los nombres se fueron sucediendo mientras, cuadrados, anunciábamos que nos encontrábamos allí. Aquel fue el primer día desde mi llegada que en todos los casos se alzó una voz para responder al llamado. Acto seguido, como piezas de un engranaje perfectamente engrasadas, los reclutas comenzaron a moverse y a situarse en un extremo del patio de armas. Lo hacían, claro está, para dar inicio a la primera parte de la rutina de cada día: el adiestramiento. ¿Qué tocaría aquel día?
—¡Hoy va a tocar asegurar la posición! —exclamó Shawn, que se había hecho con la voz cantante de los mandos que se encontraban en la zona.
Al tiempo que hablaba, comenzó a señalar a la sucesión de cajas y tablones de madera que habían sido colocados en el centro del patio para simular un fuerte de dos plantas. Nos repartieron en torno al mismo, colocándonos a igual distancia.
—La prueba es muy sencilla: no hay que dejar entrar a ninguno de los otros grupos. Si mientras os encontráis en el interior un grupo rival mantiene alguno de sus miembros dentro del fuerte durante un minuto, se asume que hay un cambio de defensor. Si eso sucede el resto de grupos debe volver al punto de partida para iniciar un nuevo asalto. Espero que os lo paséis bien —finalizó con una sonrisa mordaz en los labios.
¿Que cuál era nuestro grupo, decís? Camille y yo. El resto de marines se distribuyó formando grupos más o menos nutridos, pero ninguno optó por unirse a nosotros en la toma del fuerte. ¿Que si me importaba? En absoluto. Entre los tipos podía ver a muchos de los que estaban en el comedor. Tal vez pudiese resarcirme.