Tofun
El Largo
02-09-2024, 06:45 PM
4 de Verano de 724.
Y di un paso más, saliendo oficialmente de la base de la marina. Pude notar el tacto terroso del camino; era la primera vez que lo hacía en treinta y cinco años. Treinta y cinco años de encierro permanente, treinta y cinco años que ahora olvidaba por un instante al escuchar el graznido de las gaviotas y sentir la suave brisa del m...
— ¡TOFUN! ¡A ver si das el estirón! ¡Dale recuerdos a mi mujer, pedazo de gordo! —era la voz de Jerry, mi compañero de celda, un Mink mofeta que gritaba desde los barrotes de mi antiguo habitáculo. Ni siquiera me giré para comprobarlo; llevaba diez años escuchando su voz y sus tonterías. Simplemente levanté la mano, haciendo un gesto hacia atrás con el dedo corazón erguido, y contesté:
— ¡No me acercaría a tu mujer ni aunque huela la mitad de mal que tú!
Sonreí a sus espaldas. Dejar atrás a Jerry me recordaba que era libre. No era mal tipo; las maneras de expresarse y demostrar afecto entre rejas eran muy diferentes a las del exterior. ¿En qué iba? ¡Ah, sí! El graznido de las gaviotas, la suave brisa marina... A lo lejos se podía ver el puerto de Rostock, el bullicio de...
— Cómprate ropa de tu talla, gordo borracho.
Esta vez no fue un grito, tampoco prevenía de la lejanía. Era el guardia de la entrada, junto al que estaba pasando. Nos conocíamos desde hacía mucho. Pasaba cigarrillos al interior y se creía inteligente por ello, a pesar de ser un cenutrio de manual. Usaba los chistes clásicos: llamarme gordo, enano, feo. ¿Esa gente no tenía espejos?
— Podría cambiar mis botas por uno de tus preservativos y, aun así, no me entraría el pie.
Teniendo en cuenta que mis botas medían unos tres centímetros era una falta de respeto digna de una reprimenda, pero para cuando aquel vil marine intentó pisarme, ya había puesto pies en polvorosa.
Salí corriendo a toda velocidad, descendiendo la colina de Kilombo. Ahora sí que sí: el aire en el rostro, el graznido de las gaviotas, el verde de los árboles del camino a Rostock, el ruido del mercado, los pájaros... Hoy volvía a ser libre.
Tardé unos minutos en llegar al pueblo. Llevaba unos pantalones marrones, unas botas y un cinturón de cuero, una camisa blanca y una sobrecamisa naranja. En resumen, vestía mis mejores galas. Rostock había cambiado mucho, aunque reconocía perfectamente sus calles principales; había estado allí en más de una ocasión. Sabía adónde tenía que ir. Avancé por la calle principal y doblé en el segundo callejón de la derecha. Casi podía saborear la cerveza de "El Kraken" cuando, de pronto... ¿Una peluquería? Corrí hasta el fondo del callejón y giré a la derecha. Ahora sí: el mejor vino de todo el pueblo, el vino de "La Penúltima". ¿Qué? ¿Porque había una tienda de juguetes? ¿Qué había pasado en aquel lugar? ¿Qué seres depravados dirigían el pueblo y cómo su endiablada mente había podido tener la idea de cambiar tales negocios?
Comencé a vagar por las calles, en busca de más terribles decepciones que pudiera encontrar, mientras buscaba un lugar donde tomar un trago, un lugar de los de antes.