Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Común] [C-Presente] Guía para guiris de Loguetown... o algo de eso
Atlas
Nowhere
Taka parecía haber conseguido leer a la perfección la perplejidad y la confusión en mi rostro tras las palabras de Masao. Siempre era de agradecer que alguien que sabía algo que tú no te tendiese una mano y se ofreciese a explicártelo sin pedir nada a cambio. Que el significado de ese término resultase de mi agrado o no ya era otra cosa. ¿Quería saberlo? La curiosidad nunca mató a nadie. Bueno, dicen que mató al gato. Pero ¿qué gato? Tal vez el gato tenía algún problema de salud y murió porque le tocaba, no por la curiosidad.

Fue la voz de Camille lo que me sacó del bucle de estupidez en el que me había zambullida de cabeza. Parecía en cierto modo incómoda con mi pregunta, como si hubiese expuesto un tema prohibido o sacrílego. No era ningún secreto lo que hacía con mi tiempo de trabajo, ni siquiera entre los oficiales —para mi desgracia, por otro lado—, así que su expresión no dejaba de resultar curiosa. Aun así, el modo en que  la de los cuernos plasmó una respuesta en cierto modo tan inocente y la forma en que contrastaba con su aspecto físico consiguió que en mi cara aflorase una sonrisa.

—Sí, desde luego la definición de necesitado soy yo cuando Shawn viene corriendo detrás de mí; eso no se puede discutir.

Obvié el comentario acerca de la puñalada, ya que eso era algo que, más allá del dolor, había dejado de preocuparme en demasía hacía tiempo. Pensamientos peregrinos como ése me hicieron reflexionar acerca de que, en realidad, nadie en el mundo estaba al tanto del poder que albergaba dentro de mí. La única perdona que alguna vez lo había sabido había fallecido tiempo atrás, acribillado ante los asustados ojos de un niño que curioseaba, atemorizado y bloqueado como una presa a un segundo de ser cazada, entre las hojas de un arbusto. Aquel tipo me había pedido que lo mantuviese en secreto hasta que estuviese capacitado para darle un uso, una función en el mundo. Para ello primero debía tener un objetivo, que en cierto modo se había convertido en algo más que un boceto en mi mente. Ya llegaría el día.

Con respecto a Masao, había perdido por completo la capacidad de seguirle en la tercera frase. Se suponía que estaba contando una única historia, pero en mis oídos sonaba como si saltarse sin cesar y sin orden alguno de un tema a otro. Como un martillo pilón en pleno momento de trabajo álgido, casi que me empujaba a dejar de escucharle.

Fue la abuelita quien me abrió la puerta de escape. Por cómo reaccionaba a los comentarios de Taka, era curioso cómo según el momento vital y la atención recibida las mismas palabras podían resultar como un gesto entrañable o como un comentario incómodo. En el caso de la señora, claro, quería sonar más como lo primero.

El mercado bullía de actividad. Los comerciantes exhibían sus productos y clamaban sus bondades, reales o no, a los cuatro vientos. Interminables filas de personas se movían como hormiguitas entre los puestos, deteniéndose para evaluar alguna posible adquisición y reanudando la marcha si no les convencía o finalmente compraban. Desde luego, tal y como decía Camille aquel era un lugar maravilloso donde pasar desapercibido.

No tardé en divisar las primeras patrullas, que escudriñaban con evidente suspicacia a cuanto viandante con pinta sospechosa divisaban. Me llamó la atención que, pese a reparar en nosotros en alguna ocasión, en ningún momento nos saludaron. Tal vez estuviesen totalmente concentrados en su trabajo y por eso... Fuera como fuese, allí había mucho que ver y muy poco para hacerlo. Mientras caminábamos por los pasillos que se formaban entre los puestos Camille nos explicaba por encima la distribución de los mismos. Había sido planificada para asegurar la comodidad de comerciantes y compradores, pero, sobre todo, la facilidad de acceso de la Marina en caso de cualquier incidencia.

Por el camino no pude resistirme a comprar un gran melocotón que llamó mi atención desde ma distancia. Tenía las dimensiones de un coco. Pero no de uno cualquiera, no; de uno de los grandes. Fue por ello que cuando nos detuvimos en la puerta de la iglesia tenía las dos manos ocupadas y la boca inundada por un agradable y dulce sabor.

—No sé si es buena idea que entre con esto en la mano, Masao —le dije al nuevo—. Creo que me quedaré aquí fuera disfrutando de la gente.
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RE: [C-Presente] Guía para guiris de Loguetown... o algo de eso - por Atlas - 02-09-2024, 09:13 PM

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