Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
02-09-2024, 09:33 PM
La isla Kilombo ... Una isla que podía ofrecer a unas manos como las del Grosdttir el futuro que necesitaba. Salir de allí sería el plan, uno fácil de seguir. ¿El primer objetivo? Conseguir trabajo. Eso sí que era difícil, lo era para un hombre de cinco metros y media tonelada, que además iba por ahí con una mochila de otros dos metros y un mandoble más grande aún. Conforme avanzaba por las calles iba atrayendo las miradas. No las buscaba, ni las quería, es más, Ragnheidr mataría a quién hiciera falta por apartarlas aunque fuera un rato. Pero cuando dios te da pan, busca un tomate para untar.
Tardó relativamente poco en ver negocio. En dedicar su tiempo a pescar y vender sus peces. Tomó varias tablas, formó un puestecito en la calle del pescado, también conocida como "Marea constante" cerca del puerto. Allí el género fresco era el pan de cada día. El nórdico vestía sin parte superior, enseñando músculo ... No buscaba tal cosa, pero los tenía, no podía esconderlos. Encima un delantal que le cubría hasta casi los tobillos y en sus manos dos cuchillos de no más de cuarenta centímetros. Podrían ser sables. — ¡Señorrra! ¡Señorrr! — Hablaba canturreando al tiempo que fileteaba el percado o le quitaba los restos. Corte, corte y corte, después envolver en papel para llevar y listo. Sobre la madera, en una paleta elegante de colores se mezclaban muchos de muchísimas variedades. Rag contaba entre sus cualidades tener muy buen ojo donde poner su caña de pescar. Varios se acercaron y así el dinero comenzó a fluir.
— Joven, hágame el favor y póngame un poco de lubina, pero sin cabeza. — Rag clavó uno de sus cuchillos en la mesita improvisada, levantando de la potencia la mayoría de su mercancía y asustando a los clientes. — ¡Marrrrrrrchando! — Nuevamente de varios cortes solucionó la papeleta, eso sí, antes descamaría la pieza. Fresca. Limpia. CALIDAD. Le entregó el animal a la mujer y esta, sobresaltada por el susto se llevó una mano al corazón. Rápidamente, se armó alboroto alrededor de ella. — ¡Deben dejarla respirar! — Intervino otro hombre, de aspecto convincente solo le faltaba un aparato de aquellos que solían tener los médicos alrededor del cuello. Atendió con sutileza lo que anunció que era un ataque al corazón debido a un gran susto. Para cuando muchas miradas buscaron al gigante, el bucanner ya iba recogiendo sus cosas.
No le salía nada bien, no en esa isla. Ni siquiera buscar la solución más honrada como la de trabajar por cuatro sucias perras. Estaba recogiendo, pero la mano de un anciano se lo impidió. — No puedes irte hijo, esto es tu culpa. — Rag alzó una ceja, confuso. — No serrr mi culpa. Mujerrr caerrr a tierrrra sin hasserrrr yo nada. — Tiró de su brazo, liberando el débil agarre. Cargó a Rompetormentas sobre su espalda, después la mochila y por último guardó en el interior de la misma por un lateral, su delantal. Se estaba yendo en pelotas de cintura para arriba.
Tardó relativamente poco en ver negocio. En dedicar su tiempo a pescar y vender sus peces. Tomó varias tablas, formó un puestecito en la calle del pescado, también conocida como "Marea constante" cerca del puerto. Allí el género fresco era el pan de cada día. El nórdico vestía sin parte superior, enseñando músculo ... No buscaba tal cosa, pero los tenía, no podía esconderlos. Encima un delantal que le cubría hasta casi los tobillos y en sus manos dos cuchillos de no más de cuarenta centímetros. Podrían ser sables. — ¡Señorrra! ¡Señorrr! — Hablaba canturreando al tiempo que fileteaba el percado o le quitaba los restos. Corte, corte y corte, después envolver en papel para llevar y listo. Sobre la madera, en una paleta elegante de colores se mezclaban muchos de muchísimas variedades. Rag contaba entre sus cualidades tener muy buen ojo donde poner su caña de pescar. Varios se acercaron y así el dinero comenzó a fluir.
— Joven, hágame el favor y póngame un poco de lubina, pero sin cabeza. — Rag clavó uno de sus cuchillos en la mesita improvisada, levantando de la potencia la mayoría de su mercancía y asustando a los clientes. — ¡Marrrrrrrchando! — Nuevamente de varios cortes solucionó la papeleta, eso sí, antes descamaría la pieza. Fresca. Limpia. CALIDAD. Le entregó el animal a la mujer y esta, sobresaltada por el susto se llevó una mano al corazón. Rápidamente, se armó alboroto alrededor de ella. — ¡Deben dejarla respirar! — Intervino otro hombre, de aspecto convincente solo le faltaba un aparato de aquellos que solían tener los médicos alrededor del cuello. Atendió con sutileza lo que anunció que era un ataque al corazón debido a un gran susto. Para cuando muchas miradas buscaron al gigante, el bucanner ya iba recogiendo sus cosas.
No le salía nada bien, no en esa isla. Ni siquiera buscar la solución más honrada como la de trabajar por cuatro sucias perras. Estaba recogiendo, pero la mano de un anciano se lo impidió. — No puedes irte hijo, esto es tu culpa. — Rag alzó una ceja, confuso. — No serrr mi culpa. Mujerrr caerrr a tierrrra sin hasserrrr yo nada. — Tiró de su brazo, liberando el débil agarre. Cargó a Rompetormentas sobre su espalda, después la mochila y por último guardó en el interior de la misma por un lateral, su delantal. Se estaba yendo en pelotas de cintura para arriba.