Atlas
Nowhere | Fénix
03-09-2024, 02:52 PM
Masao sonrió. Parecía sincero, pero si no le conociese y me hubiesen dicho que se trataba de un peligroso asesino en serio a punto de dar buena cuenta de una nueva presa, le habría creído sin dudar. Procuré tragar la incomodidad que me producía la mueca con la que enseñaba sus dientes —porque llamarla sonrisa era ser muy generoso— y continué con nuestra conversación.
En su tierra natal no sacaban muñecos, sino que sacaban a esa virgen a la que tanto culto le profesaba Masao. Por lo que le conocía y cómo hablaba de su tradición, tenía claro que el arraigo espiritual era más profundo que el mío. No obstante, eso no implicaba que una cosa o la otra fuese más o menos importante. Cada quien tenía sus métodos para comunicarse con quienes ya no nos acompañan. En muchas ocasiones dicha conexión podía estar en mantener viva con la misma pasión una costumbre sin significado real en sí misma, más que el que todos habíamos decidido concederle. Y era precisamente esa decisión común de que significase algo lo que le transmitía un valor real y verdadero, tanto o más que si un ser divino realmente la hubiese puesto delante de nosotros. En el caso del muchacho de Tres Hermanas, su lazo estaba en la veneración a la misma deidad que quienes le había precedido. Que fuese o no tal y como decían poco importaba; lo que importaba era lo real, lo que se veía.
La respuesta de Masao a mi petición fue lo que me sacó de mis ensoñaciones. Cuando quise darme cuenta, intentaba torpemente emularle tratando de hacer coincidir mis palmas con las suyas. Él cantaba y acompañaba a la letra con el choque de sus manos en el momento justo, por lo que, aunque sus dotes como cantante estuviesen lejos de ser las mejores, el resultado final no era del todo desastroso. Desde luego, aquel tipo de música estaba muy lejos de convertirse en mi fuerte.
A quien no le pasó desapercibido el compás de Masao fue a los artistas. Más concretamente, a los palmeros. Me di cuenta porque uno de ellos golpeó al otro con el codo en cuanto se dio cuenta de que alguien además de ellos no sonaba como un reloj de cuco roto. Las palmas del segundo se detuvieron en el momento en que éste hizo un gesto con la cabeza hacia el guitarrista y la cantante, que sonrieron al descubrir lo que pasaba.
Cuando quise darme cuenta, todos había detenido el espectáculo y la mujer llamaba a Masao con la mano. Un murmullo comenzó a extenderse por el local, por lo que no pudimos escuchar la voz de la mujer ni distinguir sus palabras, pero el gesto de su mano no dejaba lugar a dudas. Señalaba alternativamente a Masao y al escenario en el que se encontraban, indicándole que se uniese a ellos e hiciese las delicias de los presentes. ¿Cómo? Bajo mi humilde opinión parecía estar pidiéndole que se arrancara a bailar, pero yo no entendía la jerga de aquella gente ni el significado que podrían tener los signos que hiciesen con sus manos. Desde luego, aquello prometía.
En su tierra natal no sacaban muñecos, sino que sacaban a esa virgen a la que tanto culto le profesaba Masao. Por lo que le conocía y cómo hablaba de su tradición, tenía claro que el arraigo espiritual era más profundo que el mío. No obstante, eso no implicaba que una cosa o la otra fuese más o menos importante. Cada quien tenía sus métodos para comunicarse con quienes ya no nos acompañan. En muchas ocasiones dicha conexión podía estar en mantener viva con la misma pasión una costumbre sin significado real en sí misma, más que el que todos habíamos decidido concederle. Y era precisamente esa decisión común de que significase algo lo que le transmitía un valor real y verdadero, tanto o más que si un ser divino realmente la hubiese puesto delante de nosotros. En el caso del muchacho de Tres Hermanas, su lazo estaba en la veneración a la misma deidad que quienes le había precedido. Que fuese o no tal y como decían poco importaba; lo que importaba era lo real, lo que se veía.
La respuesta de Masao a mi petición fue lo que me sacó de mis ensoñaciones. Cuando quise darme cuenta, intentaba torpemente emularle tratando de hacer coincidir mis palmas con las suyas. Él cantaba y acompañaba a la letra con el choque de sus manos en el momento justo, por lo que, aunque sus dotes como cantante estuviesen lejos de ser las mejores, el resultado final no era del todo desastroso. Desde luego, aquel tipo de música estaba muy lejos de convertirse en mi fuerte.
A quien no le pasó desapercibido el compás de Masao fue a los artistas. Más concretamente, a los palmeros. Me di cuenta porque uno de ellos golpeó al otro con el codo en cuanto se dio cuenta de que alguien además de ellos no sonaba como un reloj de cuco roto. Las palmas del segundo se detuvieron en el momento en que éste hizo un gesto con la cabeza hacia el guitarrista y la cantante, que sonrieron al descubrir lo que pasaba.
Cuando quise darme cuenta, todos había detenido el espectáculo y la mujer llamaba a Masao con la mano. Un murmullo comenzó a extenderse por el local, por lo que no pudimos escuchar la voz de la mujer ni distinguir sus palabras, pero el gesto de su mano no dejaba lugar a dudas. Señalaba alternativamente a Masao y al escenario en el que se encontraban, indicándole que se uniese a ellos e hiciese las delicias de los presentes. ¿Cómo? Bajo mi humilde opinión parecía estar pidiéndole que se arrancara a bailar, pero yo no entendía la jerga de aquella gente ni el significado que podrían tener los signos que hiciesen con sus manos. Desde luego, aquello prometía.