Asradi
Völva
03-09-2024, 05:19 PM
La mirada que Ubben le dedico le golpeó con fuerza cuando sus ojos azules se entrecruzaron con los del pícaro moreno, haciendo que Asradi frunciese un poco el ceño de inmediato, generando una graciosa y adorable arruga en el entrecejo. Pero no lo hacía porque le hubiese molestado el reclamo, sino porque le entendía. Y, aún así, no pudo evitar que se le escapase un breve suspiro. Para ese entonces, la sirena ya había colgado el den den mushi y, tras el “volantazo”, ahora permanecía sentada cerca de donde Ubben se encontraba manejando el barco, a través del timón. Doce años escapando de la Marina, decía.
Asradi desvió un poco la mirada. Los recuerdos no tardaron en fluír en su cabeza. ¿Cuánto tiempo llevaba ella viajando sola desde que se escapó? Ni por asomo tanto como Ubben, eso estaba claro. Pero sí conocía ese sentimiento. Ese que, ahora, el peliblanco describía con resignada amargura y que ella conocía tan bien.
— Provengo de otra zona marítima, pero si tú dices que treinta millones es demasiado en un Blue... — Entonces le creería. No tenía motivo alguno, ahora, para creer que mentía. Ni tampoco para impresionarla.
Si es que solo había que mirarle a la cara para ver el manojo de estrés que era el pobre chico ahora. Asradi se tomó unos momentos de silencio, dejando que él se desahogase. Ella aprovechó para analizarle con la mirada durante eses segundos. Sus gestos, sus expresiones sobre todo. Y, lo más importante: sus ojos. Se decía que los ojos eran el reflejo del alma. Asradi era una fiel seguidora de eso.
— Sí, lo entiendo. Quizás no he estado tanto tiempo como tú huyendo. Pero sí sé lo que es que te miren como si fueses basura o un simple objeto decorativo. — Era algo que detestaba abiertamente. — Ojalá quemasen a todos los esclavistas. — Expresó, con sentida sinceridad. Aunque pronto negó con la cabeza. — Disculpa, no tendría que haber dicho eso. No me diferenciaría demasiado de esa gente.
Lo peor de todo es que algunos sí se lo merecían.
Asradi se guardó unos momentos sus pensamientos cuando, de repente, el moreno le hizo aquella pregunta. ¿Podía confiar en él? ¿Todo se limitaba a cuánto tenía de recompensa o no? ¿Un trozo de papel, impreso por la supuesta justicia y ley mundial, debía dirigir tu destino? La sirena se levantó del pequeño sofá donde había estado sentada y acomodada hasta ahora y, con expresión seria, acortó distancias con Ubben en un par de graciosos y llamativos saltitos. Era inevitable, no era capaz de moverse en tierra de otra forma que no fuese esa. Al menos, hasta que tuviese la experiencia suficiente como para que su cola se fortaleciese como para poder dividirse.
— ¿Sabes porqué te dije que le mirases el lado bueno, Ubben? — La sirena se plantó a un costado de él, para no molestarle con el manejo del timón, pero sí lo suficientemente cómoda como para poder mirarle con seriedad.
— Porque, a pesar de todo eso, ya no estamos solos. — Poco a poco, fue dibujándose una pequeña sonrisa que le regaló, completamente, a su ahora acompañante. — Ya no estás solo, Ubben.
Quizás sonaba demasiado poético. O demasiado esperanzador para algo que recién estaba comenzando y nadie sabía si iba a termina bien o mal. Pero la sirena quería tener ese pequeño rayito de esperanza.
— Que vengan los marines si quieren. — Le dió, más amistosamente, una palmadita en el hombro. — Que los echamos a los tiburones.
La pelinegra le guiñó un ojo, con confianza. Ya con esas palabras, Ubben tenía también su respuesta a la pregunta que había formulado. Ya estaban compartiendo barco, y ella se notaba la mar de cómoda en él. En un momento dado, siguió la mirada del moreno. Y ahí vió la sangre.
— Creo que mordí con demasiada fuerza. — Musitó para sí, muy quitada de la pena. Mientras, se hizo con la mochila y de ahí rebuscó un par de cosas. Un ungüento cicatrizante y antiséptico que había preparado, y unas telas limpias que podía usar. — A ver, deja que te limpie esa herida. — Extendió la mano, esperando que Ubben correspondiese el gesto. Lo hizo de manera natural.
Aunque pronto sonrió con algo de pillería.
— Y mientras me vas contando cuál es el tipo de mordidas que te gustan. — Sí, le había escuchado plenamente. Y no iba a perder la oportunidad de meterse un poco con él.
Asradi desvió un poco la mirada. Los recuerdos no tardaron en fluír en su cabeza. ¿Cuánto tiempo llevaba ella viajando sola desde que se escapó? Ni por asomo tanto como Ubben, eso estaba claro. Pero sí conocía ese sentimiento. Ese que, ahora, el peliblanco describía con resignada amargura y que ella conocía tan bien.
— Provengo de otra zona marítima, pero si tú dices que treinta millones es demasiado en un Blue... — Entonces le creería. No tenía motivo alguno, ahora, para creer que mentía. Ni tampoco para impresionarla.
Si es que solo había que mirarle a la cara para ver el manojo de estrés que era el pobre chico ahora. Asradi se tomó unos momentos de silencio, dejando que él se desahogase. Ella aprovechó para analizarle con la mirada durante eses segundos. Sus gestos, sus expresiones sobre todo. Y, lo más importante: sus ojos. Se decía que los ojos eran el reflejo del alma. Asradi era una fiel seguidora de eso.
— Sí, lo entiendo. Quizás no he estado tanto tiempo como tú huyendo. Pero sí sé lo que es que te miren como si fueses basura o un simple objeto decorativo. — Era algo que detestaba abiertamente. — Ojalá quemasen a todos los esclavistas. — Expresó, con sentida sinceridad. Aunque pronto negó con la cabeza. — Disculpa, no tendría que haber dicho eso. No me diferenciaría demasiado de esa gente.
Lo peor de todo es que algunos sí se lo merecían.
Asradi se guardó unos momentos sus pensamientos cuando, de repente, el moreno le hizo aquella pregunta. ¿Podía confiar en él? ¿Todo se limitaba a cuánto tenía de recompensa o no? ¿Un trozo de papel, impreso por la supuesta justicia y ley mundial, debía dirigir tu destino? La sirena se levantó del pequeño sofá donde había estado sentada y acomodada hasta ahora y, con expresión seria, acortó distancias con Ubben en un par de graciosos y llamativos saltitos. Era inevitable, no era capaz de moverse en tierra de otra forma que no fuese esa. Al menos, hasta que tuviese la experiencia suficiente como para que su cola se fortaleciese como para poder dividirse.
— ¿Sabes porqué te dije que le mirases el lado bueno, Ubben? — La sirena se plantó a un costado de él, para no molestarle con el manejo del timón, pero sí lo suficientemente cómoda como para poder mirarle con seriedad.
— Porque, a pesar de todo eso, ya no estamos solos. — Poco a poco, fue dibujándose una pequeña sonrisa que le regaló, completamente, a su ahora acompañante. — Ya no estás solo, Ubben.
Quizás sonaba demasiado poético. O demasiado esperanzador para algo que recién estaba comenzando y nadie sabía si iba a termina bien o mal. Pero la sirena quería tener ese pequeño rayito de esperanza.
— Que vengan los marines si quieren. — Le dió, más amistosamente, una palmadita en el hombro. — Que los echamos a los tiburones.
La pelinegra le guiñó un ojo, con confianza. Ya con esas palabras, Ubben tenía también su respuesta a la pregunta que había formulado. Ya estaban compartiendo barco, y ella se notaba la mar de cómoda en él. En un momento dado, siguió la mirada del moreno. Y ahí vió la sangre.
— Creo que mordí con demasiada fuerza. — Musitó para sí, muy quitada de la pena. Mientras, se hizo con la mochila y de ahí rebuscó un par de cosas. Un ungüento cicatrizante y antiséptico que había preparado, y unas telas limpias que podía usar. — A ver, deja que te limpie esa herida. — Extendió la mano, esperando que Ubben correspondiese el gesto. Lo hizo de manera natural.
Aunque pronto sonrió con algo de pillería.
— Y mientras me vas contando cuál es el tipo de mordidas que te gustan. — Sí, le había escuchado plenamente. Y no iba a perder la oportunidad de meterse un poco con él.