Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
03-09-2024, 06:14 PM
Camille tenía el gesto torcido aquel día. Cualquiera que la conociera podría pensar que era por el calor, motivo por el que aquel día había decidido dejar su camisa abierta y exponer su torso vendado. El verano era una estación insufrible para la oni, que parecía carecer de aguante alguno en lo que a las altas temperaturas respectaba. Sudaba con facilidad y su humor se torcía a la mínima durante aquellos meses, pero esta no era la razón de su ceño fruncido. El verdadero motivo que la atribulaba era una pura y genuina preocupación por sus compañeros. No había estado presente durante los hechos de aquella noche, pero pese a los evidentes remordimientos y culpabilidad que les afligía no dudaron en informarla de lo sucedido. Hasta el memo de Takahiro, cuya existencia tendía a carecer de importancia en el día a día de la recluta, le suscitaba cierta empatía. Solo por esta vez.
Nunca se le habían dado bien las conversaciones, mucho menos los vínculos emocionales entre las personas. Por grande que fuera en tamaño, siempre se había sentido muy pequeña en cualquier situación social que se le plantease, o al menos así era en aquellas que nada tenían que ver con su deber en la Marina. Interrogar, intimidar, tranquilizar a los civiles e incluso tratar de imponer orden eran cosas que hacía con relativa naturalidad; elevar los ánimos de la tropa era otro cantar. Guardaba silencio mientras trataba de buscar las palabras que pudieran ser de ayuda, pero era plenamente consciente de que ante la frustración de un fracaso poco había que hacer. Solo el tiempo o una nueva oportunidad para redimirse curaban ese tipo de heridas, de modo que guardó un silencio solemne junto a ellos: no intervendría en su dolor, pero estaba junto a ellos.
Sus dedos tamborileaban en la empuñadura de su enorme odachi y su mirada se perdía en la vaina de esta, distraída. Era una buena espada que aún no sabía si se había ganado portar, pero no podía rechazar un regalo de la capitana. Tan solo deseaba darle un uso digno de su brigada. Sus ojos rojos se alzaron al escuchar el griterío que se aproximaba, sintiendo cómo los músculos de su espalda se tensaban con la reacción de sus compañeros.
«Esta vez son nuestros», se habría aventurado a decirle al grupo, pero en su lugar guardó silencio y las palabras se quedaron en sus pensamientos. No necesitaba decirles algo como eso. Ya sabían lo que tenían que hacer.
Camille se apresuró una vez recibieron el aviso y el resto de su grupo empezó a moverse, corriendo tan rápido como podía —que no era mucho en comparación con las capacidades atléticas de sus compañeros— para presentarse en el lugar indicado lo más rápido posible. ¿En su mente? Un tenue rencor del que no se había dado cuenta hasta el momento: un deseo por vengar el dolor de sus compañeros y verles triunfar en aquella ocasión.