Lo mejor que podía hacer era dejar que Octojin durmiese todo lo que su cuerpo necesitase. Asradi no le despertó en ningún momento y parecía que el gyojin también tenía el sueño pesado porque ni se había movido demasiado cuando se dedicó a continuar curándole la herida. Incluso, en medio del sueño del grandullón, pudo darle de beber poco a poco aquella infusión, con una mano bajo la cabeza y la otra sujetando el pequeño recipiente donde fue repartiendo la bebida. Fue haciendo esto, así como revisándole la fiebre y curándole el resto de heridas menores mientras Octojin continuaba durmiendo.
También había ocupado sus horas buscando más leña y, de hecho, ya había comenzado a despiezar algunas partes de aquella extraña bestia. Había retirado el par de colas que poseía que, de hecho, eran dos serpientes que, ahora, yacían inmóviles. Asradi las había apartado como zonas no comestibles, obviamente. Pero no las iba a tirar. Luego les daría un buen uso. Había retirado, con el cuchillo que guardaba tras abrir el vientre, las vísceras del animal, y las había echado a la hoguera. Podían contener parásitos o veneno, y no iba a arriesgarse con la situación en la que se encontraban. Pero servirían como fuente de combustible para ayudar a la leña. Tras lavarse las manos y los antebrazos con el agua sobrante, solamente le restaba esperar. Había despellejado casi por completo a la criatura, pero no la cocinaría por ahora. Sería un desperdicio porque no sabía cuánto tardaría Octojin en despertar y no era plan de que la carne se enfriase. O si la prefería cruda.
Así que, durante ese tiempo, se dedicó a adelantar otras cosas, mientras le vigilaba a él y vigilaba la entrada. Solo había salido un par de veces. Una para reabastecerse de agua y la otra para asegurarse, ya al atardecer, que no había peligro en los alrededores.
La noche se cernía ya sobre aquella isla, y el aire fresco se colaba, de vez en cuando, a través de la entrada de la gruta. Mientras aguardaba, comenzó a tararear una vieja canción que había escuchado, cuando era más joven, más niña, en algunos puertos de los mares del norte. Siempre le había gustado esa melodía.
Lo hacía en voz baja, para no molestar el sueño de Octojin, mientras mantenía la mirada puesta en el crepitante fuego. La melodía se fue apagando a medida que las llamas iban bajando poco a poco, aunque Asradi procuraba no dejar morir la lumbre. Y también continuar atendiendo al gyojin tiburón. La fiebre había comenzado a remitir poco a poco, por lo que ese pequeño aliciente le hizo sonreír durante un momento dado. Algo que alivió también a la sirena fue cuando el grandullón comenzó a despertarse. Y a incorporarse. Aunque como lo hizo poco a poco, no le regañó.
Pero sí le ayudó un tanto en el proceso si era necesario.
— Tienes mejor cara. Y si tienes hambre, es una buena señal. — Le sonrió abiertamente. Tras pasar una mano por el rostro y el morro del escualo, de forma crítica y concienzuda. — Y la fiebre ha bajado bastante.
Eso quería decir que el veneno había sido expulsado con éxito. Quizás todavía no del todo, pero iba por el camino de la recuperación. Con un gesto sutil de su cabeza señaló a la bestia. O lo que quedaba de ella.
— He separado y pelado las partes más comestibles y nutritivas. ¿Te gusta poco hecho o muy hecho? — Le guiñó un ojo con cierta confianza, mientras ella se separaba un poco para darle espacio.
También había ocupado sus horas buscando más leña y, de hecho, ya había comenzado a despiezar algunas partes de aquella extraña bestia. Había retirado el par de colas que poseía que, de hecho, eran dos serpientes que, ahora, yacían inmóviles. Asradi las había apartado como zonas no comestibles, obviamente. Pero no las iba a tirar. Luego les daría un buen uso. Había retirado, con el cuchillo que guardaba tras abrir el vientre, las vísceras del animal, y las había echado a la hoguera. Podían contener parásitos o veneno, y no iba a arriesgarse con la situación en la que se encontraban. Pero servirían como fuente de combustible para ayudar a la leña. Tras lavarse las manos y los antebrazos con el agua sobrante, solamente le restaba esperar. Había despellejado casi por completo a la criatura, pero no la cocinaría por ahora. Sería un desperdicio porque no sabía cuánto tardaría Octojin en despertar y no era plan de que la carne se enfriase. O si la prefería cruda.
Así que, durante ese tiempo, se dedicó a adelantar otras cosas, mientras le vigilaba a él y vigilaba la entrada. Solo había salido un par de veces. Una para reabastecerse de agua y la otra para asegurarse, ya al atardecer, que no había peligro en los alrededores.
La noche se cernía ya sobre aquella isla, y el aire fresco se colaba, de vez en cuando, a través de la entrada de la gruta. Mientras aguardaba, comenzó a tararear una vieja canción que había escuchado, cuando era más joven, más niña, en algunos puertos de los mares del norte. Siempre le había gustado esa melodía.
Lo hacía en voz baja, para no molestar el sueño de Octojin, mientras mantenía la mirada puesta en el crepitante fuego. La melodía se fue apagando a medida que las llamas iban bajando poco a poco, aunque Asradi procuraba no dejar morir la lumbre. Y también continuar atendiendo al gyojin tiburón. La fiebre había comenzado a remitir poco a poco, por lo que ese pequeño aliciente le hizo sonreír durante un momento dado. Algo que alivió también a la sirena fue cuando el grandullón comenzó a despertarse. Y a incorporarse. Aunque como lo hizo poco a poco, no le regañó.
Pero sí le ayudó un tanto en el proceso si era necesario.
— Tienes mejor cara. Y si tienes hambre, es una buena señal. — Le sonrió abiertamente. Tras pasar una mano por el rostro y el morro del escualo, de forma crítica y concienzuda. — Y la fiebre ha bajado bastante.
Eso quería decir que el veneno había sido expulsado con éxito. Quizás todavía no del todo, pero iba por el camino de la recuperación. Con un gesto sutil de su cabeza señaló a la bestia. O lo que quedaba de ella.
— He separado y pelado las partes más comestibles y nutritivas. ¿Te gusta poco hecho o muy hecho? — Le guiñó un ojo con cierta confianza, mientras ella se separaba un poco para darle espacio.