Octojin
El terror blanco
03-09-2024, 06:47 PM
Octojin observaba con escepticismo mientras el humano recuperaba la caja y la abría, mostrándole un poco del contenido. La oferta de aquel tipo no dejaba de sorprenderlo; era evidente que aquel hombre estaba nervioso y quizás algo desesperado. No podía evitar dudar de la habilidad del humano para manejar situaciones de presión, especialmente después de escuchar su diatriba nerviosa y ver cómo manejaba el recipiente de madera con cierta ansiedad.
El contenido de la caja era evidente, algo que el humano tampoco negó desde el primer momento. Se trataba de una droga, la cual el tiburón se imaginó que aquél hombre usaría para vender. Al fin y al cabo el humano no buscaba otra cosa que llevarse algo a la boca. Habló de pagar el alquiler y poder llevarse algo a la boca. Problemas que tendría cualquier persona de aquel humilde barrio, al menos si juzgamos únicamente por el aspecto. De cualquier manera, el gyojin no era nadie para opinar sobre lo que cada persona estaba dispuesta a hacer para salir adelante. Él probablemente haría cosas peores.
—Está bien, deja eso en tu casa —dijo Octojin con una voz que intentaba sonar desinteresada pero aún mantenía un tono de autoridad.
Ambos se dirigieron a su casa con la caja. Una vez llegaron, Octojin decidió esperar fuera, cruzando sus brazos cerca de la puerta y reflexionando sobre la situación. La historia del humano sobre el alquiler y su deseo de ganar dinero rápido no le había convencido del todo. El tiburón se preguntaba si realmente era una buena idea confiar en alguien tan claramente sobrepasado por la situación. Aquello quizá le hiciese actuar erróneamente, o no pensar las cosas dos veces antes de actuar. En resumidas cuentas, el humano no parecía alguien en quien confiar.
Mientras esperaba, Octojin evaluó sus opciones. Sabía que intervenir con los humanos podía ser complicado, y las palabras de aquel precisamente no ayudaban a calmar sus dudas. La idea de que todo esto pudiera ser una trampa se filtraba en su mente, pero también sabía que la posibilidad de sacar provecho de la situación era algo que no podía ignorar completamente.
El aire fresco de Loguetown le golpeaba el rostro mientras reflexionaba. ¿Valía la pena el riesgo? ¿Podía este humano, evidentemente nervioso y algo torpe, ser de alguna ayuda real? La incertidumbre lo molestaba, pero su naturaleza curiosa y su necesidad de entender mejor a los humanos lo mantenían en el juego. Eran muchas preguntas sin respuesta, algo que no gustaba al tiburón.
Finalmente, Octojin pareció ver la luz. Si conseguía llegar hasta el muelle y todo resultaba ser una trampa, podría lanzarse al mar y allí sería inalcanzable. Por lo tanto, su misión real era ir con pies de plomo hasta allí. Fijarse en cada detalle y, sobre todo, no fiarse del humano hasta llegar allí. Después, tendrían que improvisar un plan para robar a los mafiosos. ¿Acaso el humano sería útil en eso? La verdad es que el habitante del mar empezaba a pensar que simplemente había tenido un golpe de suerte.
Ya decidido en que seguiría adelante su plan con mucha cautela, golpeó un par de veces la puerta, entendiendo que había pasado mucho tiempo desde que el humano había entrado en su propia casa.
Si el tipo intentaba alguna traición, estaría listo para actuar. Por ahora, observaría y escucharía, siempre listo para usar su fuerza si la situación lo requería. Con un suspiro pesado, ajustó su postura y preparó su mente para lo que vendría después, recordándose a sí mismo que en el mundo de los humanos, la prudencia nunca estaba de más.
Esperaría al humano un par de minutos más, y saliese o no, se dirigiría al muelle, el lugar donde empezó y, donde supuestamente, debería acabar todo también.
El contenido de la caja era evidente, algo que el humano tampoco negó desde el primer momento. Se trataba de una droga, la cual el tiburón se imaginó que aquél hombre usaría para vender. Al fin y al cabo el humano no buscaba otra cosa que llevarse algo a la boca. Habló de pagar el alquiler y poder llevarse algo a la boca. Problemas que tendría cualquier persona de aquel humilde barrio, al menos si juzgamos únicamente por el aspecto. De cualquier manera, el gyojin no era nadie para opinar sobre lo que cada persona estaba dispuesta a hacer para salir adelante. Él probablemente haría cosas peores.
—Está bien, deja eso en tu casa —dijo Octojin con una voz que intentaba sonar desinteresada pero aún mantenía un tono de autoridad.
Ambos se dirigieron a su casa con la caja. Una vez llegaron, Octojin decidió esperar fuera, cruzando sus brazos cerca de la puerta y reflexionando sobre la situación. La historia del humano sobre el alquiler y su deseo de ganar dinero rápido no le había convencido del todo. El tiburón se preguntaba si realmente era una buena idea confiar en alguien tan claramente sobrepasado por la situación. Aquello quizá le hiciese actuar erróneamente, o no pensar las cosas dos veces antes de actuar. En resumidas cuentas, el humano no parecía alguien en quien confiar.
Mientras esperaba, Octojin evaluó sus opciones. Sabía que intervenir con los humanos podía ser complicado, y las palabras de aquel precisamente no ayudaban a calmar sus dudas. La idea de que todo esto pudiera ser una trampa se filtraba en su mente, pero también sabía que la posibilidad de sacar provecho de la situación era algo que no podía ignorar completamente.
El aire fresco de Loguetown le golpeaba el rostro mientras reflexionaba. ¿Valía la pena el riesgo? ¿Podía este humano, evidentemente nervioso y algo torpe, ser de alguna ayuda real? La incertidumbre lo molestaba, pero su naturaleza curiosa y su necesidad de entender mejor a los humanos lo mantenían en el juego. Eran muchas preguntas sin respuesta, algo que no gustaba al tiburón.
Finalmente, Octojin pareció ver la luz. Si conseguía llegar hasta el muelle y todo resultaba ser una trampa, podría lanzarse al mar y allí sería inalcanzable. Por lo tanto, su misión real era ir con pies de plomo hasta allí. Fijarse en cada detalle y, sobre todo, no fiarse del humano hasta llegar allí. Después, tendrían que improvisar un plan para robar a los mafiosos. ¿Acaso el humano sería útil en eso? La verdad es que el habitante del mar empezaba a pensar que simplemente había tenido un golpe de suerte.
Ya decidido en que seguiría adelante su plan con mucha cautela, golpeó un par de veces la puerta, entendiendo que había pasado mucho tiempo desde que el humano había entrado en su propia casa.
Si el tipo intentaba alguna traición, estaría listo para actuar. Por ahora, observaría y escucharía, siempre listo para usar su fuerza si la situación lo requería. Con un suspiro pesado, ajustó su postura y preparó su mente para lo que vendría después, recordándose a sí mismo que en el mundo de los humanos, la prudencia nunca estaba de más.
Esperaría al humano un par de minutos más, y saliese o no, se dirigiría al muelle, el lugar donde empezó y, donde supuestamente, debería acabar todo también.