Takahiro
La saeta verde
03-09-2024, 08:02 PM
(Última modificación: 03-09-2024, 08:03 PM por Takahiro.)
La espontaneidad de Masao era algo que le encantaba a Takahiro, que no podía evitar reír alguna que otra vez a carcajada limpia tras escucharlo. En su vida había conocido a alguien como él, tan auténtico y escandaloso. Se le veía a lejos que era un buen tío. Sin embargo, a la señora Louisa no pareció gustarle mucho, ya que se fue de allí en cuanto le escuchó elevar la voz un par de veces.
—¡Vaya bien! —le dijo a la señora, que se despidió con una sonrisa.
A la hora que era, el mercadillo estaba en su apogeo. Todos los puestos estaban repletos de personas comprando, niños correteando por los pasillos que formaban las carpas de cada puesto y un griterío que hacía mucho que no escuchaba.
—Tomates del mar del norte, señoras —gritaba un mercader—. Los mejores del mercado. Pruébelos y no se arrepentirá.
—¡Oferta gitana, lo robo por la noche y lo vendo por la mañana! —gritaba otro sujeto, que ofertaba todo tipo de utensilios de cocina, desde platos hasta cepillos de dientes.
—¡Melones gigantes a buen precio! —gritaba un hombre regordete—. No como los de mi señora, que me han salido caros.
El olor a fruta fresca y el aroma a comida de algunos puestos callejeros penetraban en los orificios nasales del peliverde, haciendo que su estómago rugiera con bastante intensidad. Tenía ganas de comerse algún hojaldre con dátiles y miel, pero dudaba de que tal manjar estuviera en un lugar tan recóndito como el mar del este. Si lo pensaba bien era algo que tan solo había comido en Nanohana, ¿sería típico de allí? Era probable.
La idea de Masao era visitar la capilla, pero no era algo que a Takahiro le hiciera mucha ilusión. Es por ello, que optó por quedarse con Atlas, quien se había comprado un melocotón del tamaño de la cabeza de un recién nacido. Era grande, jugoso y muy apetitoso.
—Me das hambre, Atlas —le dijo—. Creo que voy a comprarme algo también. ¿Queréis algo? Ya se va acercando la hora del segundo desayuno.
Fue en ese momento, cuando alguien gritó en mitad del mercadillo. Fue un grito que ensordeció todo el lugar, enmudeciendo hasta al más gañán de los comerciantes. Echó una mirada a sus compañeros y el peliverde se fue directo hacia el lugar desde el que le había parecido surgir aquel alarido tan desgarrador. Al llegar vio un corrillo de gente, alrededor de una figura que yacía en el suelo. La multitud murmuraba, pero nadie osaba a acercarse a aquel cuerpo. El joven marine se acercó pasando entre la multitud, apartando con poca delicadeza a la gente que allí estaba.
—Dejen paso a la marina, por favor —reiteró en un par de ocasiones.
Fue entonces cuando lo vio. Un hombre borracho, completamente desnudo y con un cuchillo clavado en el hombro. Sin embargo, lo que más llamaba su atención era que la única prenda que vestía era un cinturón con una colita de conejo de color rosa.
—¡Vaya bien! —le dijo a la señora, que se despidió con una sonrisa.
A la hora que era, el mercadillo estaba en su apogeo. Todos los puestos estaban repletos de personas comprando, niños correteando por los pasillos que formaban las carpas de cada puesto y un griterío que hacía mucho que no escuchaba.
—Tomates del mar del norte, señoras —gritaba un mercader—. Los mejores del mercado. Pruébelos y no se arrepentirá.
—¡Oferta gitana, lo robo por la noche y lo vendo por la mañana! —gritaba otro sujeto, que ofertaba todo tipo de utensilios de cocina, desde platos hasta cepillos de dientes.
—¡Melones gigantes a buen precio! —gritaba un hombre regordete—. No como los de mi señora, que me han salido caros.
El olor a fruta fresca y el aroma a comida de algunos puestos callejeros penetraban en los orificios nasales del peliverde, haciendo que su estómago rugiera con bastante intensidad. Tenía ganas de comerse algún hojaldre con dátiles y miel, pero dudaba de que tal manjar estuviera en un lugar tan recóndito como el mar del este. Si lo pensaba bien era algo que tan solo había comido en Nanohana, ¿sería típico de allí? Era probable.
La idea de Masao era visitar la capilla, pero no era algo que a Takahiro le hiciera mucha ilusión. Es por ello, que optó por quedarse con Atlas, quien se había comprado un melocotón del tamaño de la cabeza de un recién nacido. Era grande, jugoso y muy apetitoso.
—Me das hambre, Atlas —le dijo—. Creo que voy a comprarme algo también. ¿Queréis algo? Ya se va acercando la hora del segundo desayuno.
Fue en ese momento, cuando alguien gritó en mitad del mercadillo. Fue un grito que ensordeció todo el lugar, enmudeciendo hasta al más gañán de los comerciantes. Echó una mirada a sus compañeros y el peliverde se fue directo hacia el lugar desde el que le había parecido surgir aquel alarido tan desgarrador. Al llegar vio un corrillo de gente, alrededor de una figura que yacía en el suelo. La multitud murmuraba, pero nadie osaba a acercarse a aquel cuerpo. El joven marine se acercó pasando entre la multitud, apartando con poca delicadeza a la gente que allí estaba.
—Dejen paso a la marina, por favor —reiteró en un par de ocasiones.
Fue entonces cuando lo vio. Un hombre borracho, completamente desnudo y con un cuchillo clavado en el hombro. Sin embargo, lo que más llamaba su atención era que la única prenda que vestía era un cinturón con una colita de conejo de color rosa.