Marvolath
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03-09-2024, 08:48 PM
Aquella taberna, a la que generosamente llamaremos así por no aumentar la lista de cualidades desagradables que poseía aquel lugar, era un atentado contra todo lo que un viajero cansado podría desear. El incesante ruido de las conversaciones embotaban la mente, el calor y el olor eran tan intensos que llenaban la boca y escocían los ojos, y la única alternativa que servían no podía llamarse veneno, pues éste daba muertes más apacibles.
Un kobito, que aún siendo alto para los estándares de su raza no era más alto que un niño, se encontraba aprisionado entre un grupo de marineros sudorosos y ebrios que se habían sentado junto a él, sin reparar en su presencia. Con su tamaño y fuerza no le habría costado empujarlos, y ellos tampoco habrían podido ofrecer mucha resistencia.
Pero, ¿a dónde iría? Llevaba días buscando trabajo en la isla, pero en las zonas pobres lo único que conseguía eran aburridas heridas de balleneros torpes que no tenían un Berri que pagarle, y las zonas nobles no querían saber nada de un extraño con ropas desgastadas. Como si de una respuesta a sus pensamientos se tratase, una brisa de aire, agradable por lo fresco pero aborrecible por los nuevos olores que traía, le llegó por la espalda.
El marinero de grandes dimensiones sobre el que se apoyaba -- en contra de su voluntad, todo sea dicho -- se había movido para escuchar a alguien que se dirigía a los parroquianos como si estuviese en un escenario. Aprovechó la oportunidad para escurrirse, y quedó de pie allí mismo, escuchando aunque fuera por distraerse un momento. Aquél insensato hablaba de cazar a un Rey del mar. Y ese es era su tipo de cliente preferido: suficientemente audaces como para conseguir dinero, y suficientemente estúpidos como para salir mal parados.
Adecentó sus ropas lo mejor que pudo, alisando por aquí, abrochando allá, limpiando esa mancha de aspecto desagradable. Esperó una oportunidad de intervenir, repasando mentalmente sus frases en busca de la que mejor podría convencer a estos pobres desgraciados. Quizá apoyarle si el cliente no parecía convencido, o abordarle con la clásica introducción. Esta era su oportunidad de conseguir trabajo y, con suerte, de salir de esta ciudad de mala muerte.