Hay rumores sobre…
... una bestia enorme y terrible atemoriza a cualquier infeliz que se acerque a la Isla Momobami.
Tema cerrado 
[Común] [C - Pasado] Una mañana en el pasillo de las hierbas. [Terence]
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Verano, Día 20 del año 723, Mañana.
 
Recordé Rostock, una mañana recién llegada donde cada día era plácido y tranquilo en un lugar que parecía imperturbable, al tiempo de no ser por el colapso de la madera que lenta, pero inexorablemente era carcomida por la humedad de la bahía.
En este pequeño pueblo costero, ocurrían muchas más cosas de las que éramos capaces de vislumbrar con nuestros ojos, pero al mismo tiempo, parecía paralizada en una eterna rutina que, en cierto modo, arrojaba una sensación extrema de tranquilidad.

En aquel pequeño pueblo costero, ocurrían muchas más cosas de las que éramos capaces de vislumbrar con nuestros ojos; pero al mismo tiempo, todo allí parecía paralizado en una eterna rutina que, en cierto modo, arrojaba una sensación extrema de tranquilidad. Los días se sucedían uno tras otro, cada amanecer deslizándose en un cielo pálido que apenas cambiaba, como si el tiempo mismo hubiera decidido posponer su avance. Sin embargo, poco a poco, sentía cómo mi tiempo en aquel lugar llegaba a su fin. Era una certeza suave, como el roce del aire frío al atardecer, un presagio de que mi estancia allí no podía prolongarse para siempre.
 
Quizá Rostock tenga un simbolismo oculto. Algo que atrae a las almas destinadas a grandes logros, a individuos peculiares como si de mariposas en búsqueda de un néctar se tratasen. Quizá, como otros viajeros, era hora de dejar la facilidad de esta isla y emprender camino hacia un nuevo sino... 

Retornando a mis pensamientos más claros, avisté la luz tenue del albor asomarse a través de la privilegiada vista de mi ventana mientras aún me desperezaba entre los libros y códices que había recopilado a través de este tiempo.
La mayor parte de ellos relataban acerca de épicas aventuras legendarias, o de hitos del folklore local, a los que se mezclaban ciertos estudios médicos y algunos avances científicos.
Siempre había sido ducho en estos temas, pues, por el contrario, de la orientación particular de la familia, mucho más centrada en el mundo de los negocios y de los contactos, yo no buscaba voluntariamente ese estímulo social que otros sí hacían.

Quizá era una naturaleza más introspectiva la que me movía, o quizá el tedio de encontrar un juguete roto en la psique de aquellos con los que me relacionaba, con el que no merecía la pena esparcirse. La lectura, sin embargo, siempre traía una reflexión, un sentido progresivo y un entretenimiento más loable.

Con cierta gracia, levanté de las garras translúcidas de las sábanas que se aferraban ligeras a mi cuerpo desnudo, destacando ante la fina y dorada luz que atrevía a iluminar una espalda donde lo único que separaba el mito de la auténtica creación era un patrón de pequeños lunares, similares a una constelación, que se repetían ocasionalmente por mi cuerpo en forma de pequeñas galaxias. Procedí a revolverme el oscuro cabello, entornando ligeramente unos ojos cansados mientras a firme paso me dirigía a la ducha instalada en la lujosa pensión.


Tras las reflexiones bajo el agua que cavilaban en mi mente fruto de los intrincados teoremas y escritos que había leído en la noche, centrándome por completo en ellos mientras me acicalaba y vestía, procedí a salir de la estancia, abandonando definitivamente el lugar sin remordimiento, y acompañado de un amplio maletín de color oscuro y discreto de piel que contenía mis ropajes restantes y adquisiciones.

Deambulé ante las aún dormidas calles de la parte más urbana de Rostock, donde mis zapatos de suela dura generaban una melodía suave, pero agradable contra el suelo de canto rodado del que se componía el pueblo. Vestido con un atuendo consistente en una camisa blanca de mangas algo holgadas a los que un chaleco oscuro con tallaje y grabado florlisado en un tono zafiro y unos pantalones de color caoba oscuros con corte se sumaban. Un pequeño pañuelo de seda de color azul más intenso se situaba en mi cuello.

Me disponía a acercarme a la plaza, la cual era la vía más directa, pero también era día de mercado, y eso suponía que debía compartir mi espacio con numerosos comercios y con la totalidad del gentío que se disponía en las calles. Una faena que no había previsto.
La mala fortuna se cernió una vez más, pues un hombre de cierto tamaño y con una cicatriz pronunciada por la barbilla y un cabello fuerte le recorría tanto la cabeza como la barba en un castaño tono y de manera frondosa, aprovechó la cobertura que la marabunta de gente ofertaba y en un rápido movimiento se hizo con mis pertenencias y continuó corriendo atravesando a la gente.

Tomé un par de segundos, donde una mueca de gesto vago y cansado y ojos al cielo podían hablar más de mi semblante que cualquier otro apartado de mi físico podría ofertar. Tras ello, tomé un rápido e improvisado giro sobre mis pasos y comencé a seguir al maleante, esquivando a la gente que se avecinaba con la gracilidad de un fantasma.
Aunque el hombre era un asaltante claramente versado en los hurtos, yo me había criado en el mismísimo infierno de la opulencia teñida de sangre, donde el precio de una vida no era mayor que el del tiempo que tuviera de obsolescencia.

Rápidamente, transitamos a través del distrito comercial con urgencia, aunque la diferencia entre ambos fue evidente cuando alcancé al maleante, y de un rápido impacto, una rápida patada cruzó su torso como el impacto de una flecha, mientras la propulsión de mi salto y la velocidad de la carrera nos lanzaba contra un tenderete de ungüentos, remedios y hierbas de todo tipo, volando todo por los aires y derribando parte del establecimiento.

— Creo, amigo, que decidiste robar al turista inadecuado ¿Verdad? — comenté incorporándome al movimiento, mientras rascaba mi cuello en posición de duda. El hombre yacía inerte fruto de la inconsciencia, aun con el maletín entre sus brazos. Mi cara demostraba cierto alivio sibilino.
 
Los ruidos provenientes del gentío susurraban poco disimuladamente el cotilleo y pronto hacían contrapunto imitativo de la cuestión acontecida, mientras yo recogía con cierta calma, ante la atónita mirada de los viandantes, algunas flores que se habían caído y cuyos contenedores no habían sobrevivido.

De un rápido vistazo, casi como el giro preciso de un autómata, dediqué una mirada furtiva, pero no amenazante a la doncella que se encontraba a mi lado, y que tenía próximo a un hombrecillo enjuto que se encontraba boquiabierto ante la eventualidad.

Oh, buenos días… ¿No os parece que la delincuencia se está poniendo por las nubes últimamente? — comenté al tiempo que con las flores tomadas terminaba de formar un pequeño ramo y se lo ofrecía a la muchacha que se erguía frente a mí, la cual se encontraba ataviada con una gran falda de alto vuelo y una prenda de piel en un patrón que recordaba a escamas. Le dediqué una mirada fría, pero cálida al mismo tiempo, ofreciendo una de mis mejores sonrisas acompañada de un tenue movimiento de cabeza como saludo, haciéndola objetivo de mi atención e ignorando al ofendido vendedor.
#2
Tema cerrado 


Mensajes en este tema
RE: [C - Pasado] Una mañana en el pasillo de las hierbas. [Terence] - por Terence Blackmore - 03-09-2024, 09:05 PM

Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 7 invitado(s)