Asradi
Völva
03-09-2024, 10:00 PM
Durante el proceso, Asradi no le había quitado la mirada de encima al escualo. Comprobando que su fiebre ya se hubiese ido, al menos mayoritariamente, ver sus reflejos y cómo poco a poco había recuperado algunas fuerzas gracias a haber dormido unas pocas horas. Todavía tenía que terminar de recuperarse y la sirena no le aconsejaría abandonar la isla hasta que, al menos, ella estuviese segura de que Octojin tenía las suficientes fuerzas para viajar. Y que el veneno ya no estuviese en su cuerpo, claro.
— Qué curioso, a mi también me gusta poco hecha. — Que gotease sangre, como quien dice. Quizás no tan exagerado, pero le gustaba más tirando a “crudita”. Aunque no le hacía ascos a una buena comida cocinada. Nunca era reacia a probar, siempre y cuando no fuesen frutas, claro.
Dejó que el grandote se aproximase y le hizo un hueco cerca, permitiéndole disfrutar del calor que la hoguera emanaba. Cuando Octojin le ofreció ayuda, Asradi aceptó con un asentimiento de cabeza. Los gyojin eran criaturas terriblemente orgullosas, lo sabía perfectamente. Ella lo era también, así que podía ponerse en su lugar en ese sentido. A ella tampoco le gustaba sentirse inútil, como quien dice. Además, le vendría bien al gyojin para ir espabilando.
— No tienes nada que agradecerme. Simplemente necesitabas ayuda. — Para ella era algo natural. — De la misma manera que si yo me encontrase en tu lugar, también me gustaría que me echasen una mano.
Irónicamente, sabía que el mundo no funcionaba de una manera tan bonita. Pero siempre era agradable pensar que todavía quedaba gente buena. En los mares y en la superficie. No quería creer, ni rebajarse, al racismo que había entre humanos y gyojin desde tiempos ancestrales. Le entregó su propio cuchillo a Octojin, en una muestra también de silenciosa confianza, por si lo necesitaba para despiezar alguno de los trozos de carne.
Ella aprovechó para rebuscar en la mochila que yacía a su lado, tomar un pequeño tarro con una tapa y dejarlo un momento apoyado en su regazo.
— De todas maneras, aunque te sientas ahora mejor, igual necesitas más reposo. — Seguiría administrándole el remedio hasta que la toxina se hubiese ido por completo. — Y que esa herida se cierre un poco más antes de regresar al océano.
Mientras hablaba y le explicaba, y dejaba que el tiburón se encargase de la carne, ella agarró lo que venía siendo la cola de la defenestrada bestia. O, más bien, la cabeza de la serpiente que hacía de cola. La sujetó, precisamente, por el cráneo con los dedos. Y de una manera específica que le hizo abrir la boca. Al hacer esto, los colmillos del ofidio muerto salieron a la luz haciendo que Asradi los apoyase en el borde del tarro y dejando que comenzasen a gotear un líquido amarillento: el veneno.
Los ojos azules de la sirena contemplaban esto con concentración y fascinación, teniendo también especial cuidado. No le tomó mucho tiempo para conseguir una buena muestra. Luego de eso, echó el cuerpo serpentil al fuego, cerró el tarro y lo volvió a guardar con cuidado en la mochila. Tenía una sonrisa esplendorosa.
— Tienes razón, me vendría bien descansar ahora que estás mejor. — No había pegado ojo no solo en toda la noche, sino también casi nada el día anterior. Estaba agotada solo que no quería demostrarlo. Mucho menos delante de alguien que estaba peor que ella. — Oh, ya casi está.
Señaló la carne que estaba siendo cocinada. La verdad es que tenía apetito, apenas había tomado algo de agua mientras se había dedicado a estar pendiente y a cuidar de Octojin. Dejó que él repartiese aunque, cuando llegó la pregunta del varón, Asradi se quedó en silencio unos segundos.
— No me dedico a nada, actualmente, más que a viajar. — Aunque la sirena sonrió, había un pequeño deje nostálgico en dicho gesto. — Podría decirse que soy algo así como una paria. — A pesar de que creía haberlo superado, en realidad dolía más de lo que creía. O de lo que le gustaría.
Al final, decidió no darle demasiada importancia (aunque se autoengañase), y se encogió de hombros.
— Pero quiero aprender y ver más del mundo. Aprender más sobre la superficie, sobre sus secretos. — Quizás era un sueño demasiado grande, pero quería intentarlo. — Se dice que hay variedad de plantas medicinales y tratamientos. E incluso en el océano todavía no los conocemos todos.
Y, quizás, encontrar su lugar en el mundo.
— Qué curioso, a mi también me gusta poco hecha. — Que gotease sangre, como quien dice. Quizás no tan exagerado, pero le gustaba más tirando a “crudita”. Aunque no le hacía ascos a una buena comida cocinada. Nunca era reacia a probar, siempre y cuando no fuesen frutas, claro.
Dejó que el grandote se aproximase y le hizo un hueco cerca, permitiéndole disfrutar del calor que la hoguera emanaba. Cuando Octojin le ofreció ayuda, Asradi aceptó con un asentimiento de cabeza. Los gyojin eran criaturas terriblemente orgullosas, lo sabía perfectamente. Ella lo era también, así que podía ponerse en su lugar en ese sentido. A ella tampoco le gustaba sentirse inútil, como quien dice. Además, le vendría bien al gyojin para ir espabilando.
— No tienes nada que agradecerme. Simplemente necesitabas ayuda. — Para ella era algo natural. — De la misma manera que si yo me encontrase en tu lugar, también me gustaría que me echasen una mano.
Irónicamente, sabía que el mundo no funcionaba de una manera tan bonita. Pero siempre era agradable pensar que todavía quedaba gente buena. En los mares y en la superficie. No quería creer, ni rebajarse, al racismo que había entre humanos y gyojin desde tiempos ancestrales. Le entregó su propio cuchillo a Octojin, en una muestra también de silenciosa confianza, por si lo necesitaba para despiezar alguno de los trozos de carne.
Ella aprovechó para rebuscar en la mochila que yacía a su lado, tomar un pequeño tarro con una tapa y dejarlo un momento apoyado en su regazo.
— De todas maneras, aunque te sientas ahora mejor, igual necesitas más reposo. — Seguiría administrándole el remedio hasta que la toxina se hubiese ido por completo. — Y que esa herida se cierre un poco más antes de regresar al océano.
Mientras hablaba y le explicaba, y dejaba que el tiburón se encargase de la carne, ella agarró lo que venía siendo la cola de la defenestrada bestia. O, más bien, la cabeza de la serpiente que hacía de cola. La sujetó, precisamente, por el cráneo con los dedos. Y de una manera específica que le hizo abrir la boca. Al hacer esto, los colmillos del ofidio muerto salieron a la luz haciendo que Asradi los apoyase en el borde del tarro y dejando que comenzasen a gotear un líquido amarillento: el veneno.
Los ojos azules de la sirena contemplaban esto con concentración y fascinación, teniendo también especial cuidado. No le tomó mucho tiempo para conseguir una buena muestra. Luego de eso, echó el cuerpo serpentil al fuego, cerró el tarro y lo volvió a guardar con cuidado en la mochila. Tenía una sonrisa esplendorosa.
— Tienes razón, me vendría bien descansar ahora que estás mejor. — No había pegado ojo no solo en toda la noche, sino también casi nada el día anterior. Estaba agotada solo que no quería demostrarlo. Mucho menos delante de alguien que estaba peor que ella. — Oh, ya casi está.
Señaló la carne que estaba siendo cocinada. La verdad es que tenía apetito, apenas había tomado algo de agua mientras se había dedicado a estar pendiente y a cuidar de Octojin. Dejó que él repartiese aunque, cuando llegó la pregunta del varón, Asradi se quedó en silencio unos segundos.
— No me dedico a nada, actualmente, más que a viajar. — Aunque la sirena sonrió, había un pequeño deje nostálgico en dicho gesto. — Podría decirse que soy algo así como una paria. — A pesar de que creía haberlo superado, en realidad dolía más de lo que creía. O de lo que le gustaría.
Al final, decidió no darle demasiada importancia (aunque se autoengañase), y se encogió de hombros.
— Pero quiero aprender y ver más del mundo. Aprender más sobre la superficie, sobre sus secretos. — Quizás era un sueño demasiado grande, pero quería intentarlo. — Se dice que hay variedad de plantas medicinales y tratamientos. E incluso en el océano todavía no los conocemos todos.
Y, quizás, encontrar su lugar en el mundo.