Gavyn Peregrino
Rose/Ícaro
04-09-2024, 12:47 AM
(Última modificación: 21-10-2024, 12:16 AM por Gavyn Peregrino.)
Día 3 de Primavera del Año 724
Viajar de isla en isla por medio de trabajos era realmente gratificante, no necesitaba depender de una tripulación ni de nadie más que de las personas que escogiera por cuenta propia, pero debía ser selectivo y, al mismo tiempo, no tanto, en algunas ocasiones tenía que arrojarme a personas con las cuales no me… “Vinculaba” positivamente. Si se puede llamar “vincular” a intentar mantener una relación relativamente cordial con la mayoría de los tripulantes en una embarcación, porque eso es a lo que me dedicaba, si es que mi actitud me lo permitía, claro, porque la ironía y presionar los botones de los demás es mi especialidad. De todos modos, no volvía a cruzarme con las tripulaciones que solían aceptarme como navegante, si bien tenía mis favoritas, sin duda no frecuentaba ninguna en particular, después de todo el trabajo se debe quedar en el trabajo, no mezclarse con la vida personal. Las relaciones en ese ámbito luego traen problemas posteriores, discordia y rencores con los que no deseaba lidiar.
Así fue como, tan pronto como me pagaron el día anterior, bajé del barco pesquero con la mochila cruzada en mi hombro y las manos en los bolsillos, sintiendo que recibía miradas intensas de los marinos que me habían acompañado durante todo el viaje, y que decidieron que intentar tocar mis alas era el mejor desafío y, arrancarme las plumas, la mejor idea, por suerte, estaba acostumbrado a defenderme solo, a que las personas me miren con curiosidad, intenten tocar mis alas, e incluso quitarme plumas, como si se tratase de una especie de premio de naturaleza rara o extremadamente rara. Por esa misma razón, uno que otro hueso roto tendían a ser suficiente como para que las personas desagradables se alejen, continuaban siendo igual o más repelentes que al principio, sin embargo, no volvían a acercarse.
A fin de cuentas, técnicamente era una retribución justa, estaban arrancando partes de mi cuerpo.
Resoplé mientras caminaba por el muelle hacia la ciudad, los tablones de madera crujían húmedamente, no iban a derrumbarse de la nada, pero de todos modos el sonido era reconfortante pisar tierra después de días en el mar y escuchar los típicos sonidos del puerto, de la ciudad, aunque prefería los de los pueblos. Sin embargo, lo cierto es que, cuando me hastiara de la isla me iría, después de todo, quedarme demasiado tiempo en un solo lugar tiende a irritarme, especialmente las ciudades grandes, y uno se preguntaría ¿Por qué iba a las urbanizaciones entonces? Bueno, primero, porque aunque fuera selectivo con los trabajos, los traslados a las ciudades conocidas pagaban mejor; segundo, había una mayor variedad de recursos y tiendas, así que si deseaba conseguir algo en particular, un lugar como el Archipiélago Conomi era ideal.
Además… Deseaba ver el Museo Marítimo hace mucho, mucho tiempo.
No era como si cuando era adolescente no hubiese estudiado, para nada, pero en su momento fue mi sueño estudiar en la escuela de navegación y cartografía del archipiélago… Era una pena que los sueños fuesen eso, solo sueños. Mis ojos dorados se posaron con nostalgia en la famosa escuela, observaba desde lejos a los alumnos salir, bromear, llevaban libros, cartulinas, mochilas, de todo, parecía que la vida no les preocupaba en lo más mínimo además de sus estudios, era bonita, la ignorancia adolescente, les permitía mantenerse en su propio mundo, pero al mismo tiempo era consciente de que sufrían en ellos de todos modos, solo que algunos sufrían en grupos mientras que otros sufrían solos. Había elegido el árbol de una plaza cercana para apoyar mi hombro, rozando el tronco con una de mis alas, la textura rugosa y áspera me mantenía anclado, evitando los recuerdos indeseados, pero no podía apartar la mirada, hacerlo implicó un esfuerzo monumental.
Me aparté suavemente de la superficie del árbol, despegando mis ojos a regañadientes de la escena y me giré para encaminarme al café más cercano, apretando ligeramente las alas contra mi cuerpo para evitar los roces, los toques, y demás, tomé asiento en la única mesa disponible al aire libre del abarrotado local, una camarera con ojos café y cabello negro ondulado se acercó con aire cansado para tomar el pedido.
. – Bienvenido al Café Cococabra ¿Cuál es su pedido? –Su voz suave y aguda no se condecía demasiado con su rostro, pero estaba más atento al menú que a ella.
. – Hm gracias, quería una pizza caprichosa individual y una jarra de cerveza de mandarina.
La mujer anotó a toda prisa y asintió antes de irse con el pedido.
Viajar de isla en isla por medio de trabajos era realmente gratificante, no necesitaba depender de una tripulación ni de nadie más que de las personas que escogiera por cuenta propia, pero debía ser selectivo y, al mismo tiempo, no tanto, en algunas ocasiones tenía que arrojarme a personas con las cuales no me… “Vinculaba” positivamente. Si se puede llamar “vincular” a intentar mantener una relación relativamente cordial con la mayoría de los tripulantes en una embarcación, porque eso es a lo que me dedicaba, si es que mi actitud me lo permitía, claro, porque la ironía y presionar los botones de los demás es mi especialidad. De todos modos, no volvía a cruzarme con las tripulaciones que solían aceptarme como navegante, si bien tenía mis favoritas, sin duda no frecuentaba ninguna en particular, después de todo el trabajo se debe quedar en el trabajo, no mezclarse con la vida personal. Las relaciones en ese ámbito luego traen problemas posteriores, discordia y rencores con los que no deseaba lidiar.
Así fue como, tan pronto como me pagaron el día anterior, bajé del barco pesquero con la mochila cruzada en mi hombro y las manos en los bolsillos, sintiendo que recibía miradas intensas de los marinos que me habían acompañado durante todo el viaje, y que decidieron que intentar tocar mis alas era el mejor desafío y, arrancarme las plumas, la mejor idea, por suerte, estaba acostumbrado a defenderme solo, a que las personas me miren con curiosidad, intenten tocar mis alas, e incluso quitarme plumas, como si se tratase de una especie de premio de naturaleza rara o extremadamente rara. Por esa misma razón, uno que otro hueso roto tendían a ser suficiente como para que las personas desagradables se alejen, continuaban siendo igual o más repelentes que al principio, sin embargo, no volvían a acercarse.
A fin de cuentas, técnicamente era una retribución justa, estaban arrancando partes de mi cuerpo.
Resoplé mientras caminaba por el muelle hacia la ciudad, los tablones de madera crujían húmedamente, no iban a derrumbarse de la nada, pero de todos modos el sonido era reconfortante pisar tierra después de días en el mar y escuchar los típicos sonidos del puerto, de la ciudad, aunque prefería los de los pueblos. Sin embargo, lo cierto es que, cuando me hastiara de la isla me iría, después de todo, quedarme demasiado tiempo en un solo lugar tiende a irritarme, especialmente las ciudades grandes, y uno se preguntaría ¿Por qué iba a las urbanizaciones entonces? Bueno, primero, porque aunque fuera selectivo con los trabajos, los traslados a las ciudades conocidas pagaban mejor; segundo, había una mayor variedad de recursos y tiendas, así que si deseaba conseguir algo en particular, un lugar como el Archipiélago Conomi era ideal.
Además… Deseaba ver el Museo Marítimo hace mucho, mucho tiempo.
No era como si cuando era adolescente no hubiese estudiado, para nada, pero en su momento fue mi sueño estudiar en la escuela de navegación y cartografía del archipiélago… Era una pena que los sueños fuesen eso, solo sueños. Mis ojos dorados se posaron con nostalgia en la famosa escuela, observaba desde lejos a los alumnos salir, bromear, llevaban libros, cartulinas, mochilas, de todo, parecía que la vida no les preocupaba en lo más mínimo además de sus estudios, era bonita, la ignorancia adolescente, les permitía mantenerse en su propio mundo, pero al mismo tiempo era consciente de que sufrían en ellos de todos modos, solo que algunos sufrían en grupos mientras que otros sufrían solos. Había elegido el árbol de una plaza cercana para apoyar mi hombro, rozando el tronco con una de mis alas, la textura rugosa y áspera me mantenía anclado, evitando los recuerdos indeseados, pero no podía apartar la mirada, hacerlo implicó un esfuerzo monumental.
Me aparté suavemente de la superficie del árbol, despegando mis ojos a regañadientes de la escena y me giré para encaminarme al café más cercano, apretando ligeramente las alas contra mi cuerpo para evitar los roces, los toques, y demás, tomé asiento en la única mesa disponible al aire libre del abarrotado local, una camarera con ojos café y cabello negro ondulado se acercó con aire cansado para tomar el pedido.
. – Bienvenido al Café Cococabra ¿Cuál es su pedido? –Su voz suave y aguda no se condecía demasiado con su rostro, pero estaba más atento al menú que a ella.
. – Hm gracias, quería una pizza caprichosa individual y una jarra de cerveza de mandarina.
La mujer anotó a toda prisa y asintió antes de irse con el pedido.