Octojin
El terror blanco
04-09-2024, 09:40 AM
En la base marina del G-31, el calor era implacable en un sofocante clima que a pocos marines agradaría. Octojin sentía cómo el sudor se adhería a su gruesa piel de tiburón, haciéndole incómodamente consciente de cada movimiento bajo el sol abrasador. Intentaba enfocarse en algo que no fuera el inclemente clima, así que se dedicaba a manipular pequeñas cantidades de agua de su propio sudor, practicando técnicas de Gyojin Karate para distraerse y afinar su control sobre el líquido.
El escualo empezó por utilizar el sudor que recubría su cuerpo como parte de su entrenamiento. Se posicionó en un claro donde los rayos del sol golpeaban con fuerza, incrementando aún más la temperatura.
Comenzó su sesión de entrenamiento con movimientos básicos, elongando y calentando cada músculo de su impresionante físico. A medida que el entrenamiento se intensificaba, su piel comenzaba a brillar no solo por el agua del ambiente marino, sino por el sudor que brotaba profusamente de su cuerpo. Cada gota de sudor era una herramienta, una extensión de su ser que manipulaba con precisión marcial.
Con una concentración casi meditativa, Octojin canalizó el sudor hacia sus palmas, formando pequeñas esferas de agua. Lanzaba puñetazos y patadas al aire, cada movimiento acompañado por una liberación controlada de estas esferas que se estrellaban contra los troncos de los árboles cercanos, dejando marcas húmedas en la corteza dura. El sonido del impacto se mezclaba con el chirrido de las cigarras, creando una sinfonía de esfuerzo y naturaleza.
Avanzó a técnicas más complejas, creando golpes consecutivos que vibraban en el aire, cada uno controlando el flujo del sudor con una precisión que solo un maestro de Gyojin Karate podría exhibir. El sudor, lejos de ser un simple subproducto del calor, se convertía bajo su mando en un arma, una demostración de que incluso en condiciones extremas, un guerrero podía encontrar medios para mejorar y adaptarse.
A medida que el sol comenzaba a declinar, y con él la intensidad del calor, Octojin finalizó su sesión de entrenamiento. Estaba exhausto pero satisfecho, cada músculo vibrando con el eco de su esfuerzo era una sensación que le encantaba al escualo. Respiró profundamente, mientras el aire caliente llenó sus pulmones sintió un renovado respeto por su propia resiliencia y la versatilidad de su arte marcial. Sabía que cada gota de sudor no era solo un testimonio de la temperatura, sino de su determinación para superar cualquier adversidad, física o social, que enfrentara.
A pesar de la concentración en su entrenamiento, no podía evitar captar los susurros y miradas de desdén de algunos marines al pasar. Comentarios apenas audibles, cargados de tonos racistas, que lo golpeaban más fuerte que el calor. El tiburón había luchado por mantenerse al margen, concentrándose en su entrenamiento y tratando de no dejar que el veneno de la ignorancia le afectara demasiado.
Justo cuando los susurros empezaban a ser demasiado palpables, Takahiro apareció, saludándolo con entusiasmo. Octojin no pudo evitar sentir un leve alivio al ver un rostro amistoso allí, además, sería una más que posible distracción a los comentarios que estaba recibiendo. El humano le preguntó que qué tal se estaba dando la mañana con una voz llena de un vigor que contrastaba el pesado ambiente.
Antes de que Octojin pudiera responder, Takahiro se había dirigido a un marine que había murmurado algo despectivo sobre el gyojin. La confrontación fue rápida; Takahiro no toleraba tales comportamientos y lo dejó claro al joven marine, quien, intimidado, no encontró palabras para responder. Tras ello le mandó irse de allí con un chasquido. El gesto de frustración del que ahora era su compañero, era más que evidente al hablar sobre el racismo en la base. Aquello fue algo que tocó a Octojin profundamente, que se mostró sumamente agradecido por sus palabras y la intervención de su compañero y por la oportunidad de alejarse un poco del ambiente opresivo.
El escualo asintió ante la propuesta del humano, su pesadez inicial se disipó por completo por la promesa de compañía amigable. Aunque el calor seguía siendo un desafío, la presencia de Takahiro le daba un nuevo vigor.
—Gracias, Taka. La verdad es que un poco de entrenamiento en algún lugar más fresco no estaría mal, ¿sabes de algún lugar así? —respondió Octojin, apreciando genuinamente la solidaridad de Takahiro ante la adversidad. Sabía que enfrentar el racismo no sería fácil, pero tener aliados como Takahiro hacía que la lucha pareciera un poco menos solitaria.
El escualo empezó por utilizar el sudor que recubría su cuerpo como parte de su entrenamiento. Se posicionó en un claro donde los rayos del sol golpeaban con fuerza, incrementando aún más la temperatura.
Comenzó su sesión de entrenamiento con movimientos básicos, elongando y calentando cada músculo de su impresionante físico. A medida que el entrenamiento se intensificaba, su piel comenzaba a brillar no solo por el agua del ambiente marino, sino por el sudor que brotaba profusamente de su cuerpo. Cada gota de sudor era una herramienta, una extensión de su ser que manipulaba con precisión marcial.
Con una concentración casi meditativa, Octojin canalizó el sudor hacia sus palmas, formando pequeñas esferas de agua. Lanzaba puñetazos y patadas al aire, cada movimiento acompañado por una liberación controlada de estas esferas que se estrellaban contra los troncos de los árboles cercanos, dejando marcas húmedas en la corteza dura. El sonido del impacto se mezclaba con el chirrido de las cigarras, creando una sinfonía de esfuerzo y naturaleza.
Avanzó a técnicas más complejas, creando golpes consecutivos que vibraban en el aire, cada uno controlando el flujo del sudor con una precisión que solo un maestro de Gyojin Karate podría exhibir. El sudor, lejos de ser un simple subproducto del calor, se convertía bajo su mando en un arma, una demostración de que incluso en condiciones extremas, un guerrero podía encontrar medios para mejorar y adaptarse.
A medida que el sol comenzaba a declinar, y con él la intensidad del calor, Octojin finalizó su sesión de entrenamiento. Estaba exhausto pero satisfecho, cada músculo vibrando con el eco de su esfuerzo era una sensación que le encantaba al escualo. Respiró profundamente, mientras el aire caliente llenó sus pulmones sintió un renovado respeto por su propia resiliencia y la versatilidad de su arte marcial. Sabía que cada gota de sudor no era solo un testimonio de la temperatura, sino de su determinación para superar cualquier adversidad, física o social, que enfrentara.
A pesar de la concentración en su entrenamiento, no podía evitar captar los susurros y miradas de desdén de algunos marines al pasar. Comentarios apenas audibles, cargados de tonos racistas, que lo golpeaban más fuerte que el calor. El tiburón había luchado por mantenerse al margen, concentrándose en su entrenamiento y tratando de no dejar que el veneno de la ignorancia le afectara demasiado.
Justo cuando los susurros empezaban a ser demasiado palpables, Takahiro apareció, saludándolo con entusiasmo. Octojin no pudo evitar sentir un leve alivio al ver un rostro amistoso allí, además, sería una más que posible distracción a los comentarios que estaba recibiendo. El humano le preguntó que qué tal se estaba dando la mañana con una voz llena de un vigor que contrastaba el pesado ambiente.
Antes de que Octojin pudiera responder, Takahiro se había dirigido a un marine que había murmurado algo despectivo sobre el gyojin. La confrontación fue rápida; Takahiro no toleraba tales comportamientos y lo dejó claro al joven marine, quien, intimidado, no encontró palabras para responder. Tras ello le mandó irse de allí con un chasquido. El gesto de frustración del que ahora era su compañero, era más que evidente al hablar sobre el racismo en la base. Aquello fue algo que tocó a Octojin profundamente, que se mostró sumamente agradecido por sus palabras y la intervención de su compañero y por la oportunidad de alejarse un poco del ambiente opresivo.
El escualo asintió ante la propuesta del humano, su pesadez inicial se disipó por completo por la promesa de compañía amigable. Aunque el calor seguía siendo un desafío, la presencia de Takahiro le daba un nuevo vigor.
—Gracias, Taka. La verdad es que un poco de entrenamiento en algún lugar más fresco no estaría mal, ¿sabes de algún lugar así? —respondió Octojin, apreciando genuinamente la solidaridad de Takahiro ante la adversidad. Sabía que enfrentar el racismo no sería fácil, pero tener aliados como Takahiro hacía que la lucha pareciera un poco menos solitaria.