Octojin
El terror blanco
04-09-2024, 01:59 PM
Octojin, con la mirada fija en el plato que le habían servido, se sentía ligeramente decepcionado. La comida era sorprendentemente mediocre, lo cual no era algo de lo que pudiese quejarse abiertamente, dado que no esperaba manjares, pero después de días de nadar en el océano y consumir lo que encontraba, esperaba algo más... sustancioso. La carne estaba cocida a un punto donde había perdido cualquier jugo y sabor, y los vegetales, aunque frescos, carecían de cualquier aliño o especia que los hiciera destacar.
Se los comería con evidente resignación, porque, al fin y al cabo, necesitaba llenar su estómago. Sin embargo, la bebida fue lo peor. Apenas el líquido tocó su lengua, un sabor amargo y fuerte lo hizo fruncir el ceño. "Horrible", pensó mientras la tragaba. Pero, sediento como estaba, decidió apurarse y terminó la jarra de un solo trago. Como si de un jarabe horrendo se tratase. Al fin y al cabo, no tenía que estar bueno para saciar su sed, pero se esperaba algo más aceptable, la verdad.
Entre bocado y bocado, su mente divagaba sobre las muchas historias del mar que había vivido, algunas casi imposibles de creer. Desde encuentros con criaturas gigantes hasta barcos fantasma que desaparecían en medio de la neblina. Todo parecía tan lejano ahora, en aquella pequeña isla que no le ofrecía más que miradas curiosas y comida sin sabor.
Se rascó la cabeza a la par que miraba por la ventana, fijando su atención en cómo unos niños jugaban a tirarle piedras a un árbol. Ninguno destacaba por su puntería, pero era curioso como se felicitaban entre ellos cuando estaban a punto de golpear el árbol. Parecían muy amigos, la verdad. Aquel sentimiento humano de amistad no dejaba de producirle un pequeño ardor en el estómago al gyojin. Siempre se hablaba de ello en las tierras del mar. Un humano nunca sería tu amigo si no había un interés de por medio, y cuando deje de haberlo se irá o, peor aún, te traicionará. Siempre había oído esa frase y otras yendo en la misma línea de gente mucho más experimentada en la superficie que él. Y, aunque al principio pensó que podían ser burdas exageraciones, pronto se dio cuenta de que arriba en la superficie, el dinero y el interés era mucho mayor que en el mar. Y el escualo no terminaba de entenderlo. Aunque tarde o temprano sabía que lo haría.
Fue en ese momento cuando escuchó una voz rompiendo el silencio de su reflexión e interrumpiendo esta. Alzó la vista y se encontró con un extraño individuo, que destacó de inmediato por su piel grisácea y tatuajes oscuros. "No es algo que veas todos los días", pensó para sí mismo. La ropa del hombre, adornada con calaveras y huesos, junto con su sombrero de copa decorado con una pluma roja, le daba un aire entre esotérico y peligroso. Un tipo que no pasaría desapercibido en casi ningún sitio. Y que quizá llamaba la atención por alguna razón.
—Tampoco es común ver a alguien como tú —respondió Octojin, mirándolo de arriba abajo con cierta cautela. A pesar de su curiosidad, no se fiaba del todo de esa extraña presencia.
Tras unos segundos, decidió ser cortés. No tenía sentido enemistarse con nadie, especialmente cuando aún estaba comiendo y en un ambiente tan desenfadado como aquél. La gente pese a que no dejaba de mirarle, estaba continuamente lanzando carcajadas y comentarios a gran volumen. Se lo estaban pasando bien, y una pelea, ya fuese verbal o física, estropearía la sensación de aquellos humanos.
—¿Quién eres tú? —preguntó, mientras levantaba la mano para pedir otro par de platos de comida. Con el hambre que tenía, no podía darse el lujo de ser selectivo.
A pesar del poco sabor de la comida, Octojin sabía que necesitaba llenarse para recuperar fuerzas. Y no había visto ningún otro restaurante cerca, aunque lo cierto es que no había perdido mucho el tiempo en buscarlo. Esperaba al menos que cambiando de comida, fuese algo más apetecible o, en su defecto, estuviese mejor aliñado. Si la carne no era buena, era tan sencillo como aliñarla en exceso, pero en aquel lugar parecían no conocer ese truco. Lo cierto era que ir a peor, era difícil. Aunque nada es imposible…
Se los comería con evidente resignación, porque, al fin y al cabo, necesitaba llenar su estómago. Sin embargo, la bebida fue lo peor. Apenas el líquido tocó su lengua, un sabor amargo y fuerte lo hizo fruncir el ceño. "Horrible", pensó mientras la tragaba. Pero, sediento como estaba, decidió apurarse y terminó la jarra de un solo trago. Como si de un jarabe horrendo se tratase. Al fin y al cabo, no tenía que estar bueno para saciar su sed, pero se esperaba algo más aceptable, la verdad.
Entre bocado y bocado, su mente divagaba sobre las muchas historias del mar que había vivido, algunas casi imposibles de creer. Desde encuentros con criaturas gigantes hasta barcos fantasma que desaparecían en medio de la neblina. Todo parecía tan lejano ahora, en aquella pequeña isla que no le ofrecía más que miradas curiosas y comida sin sabor.
Se rascó la cabeza a la par que miraba por la ventana, fijando su atención en cómo unos niños jugaban a tirarle piedras a un árbol. Ninguno destacaba por su puntería, pero era curioso como se felicitaban entre ellos cuando estaban a punto de golpear el árbol. Parecían muy amigos, la verdad. Aquel sentimiento humano de amistad no dejaba de producirle un pequeño ardor en el estómago al gyojin. Siempre se hablaba de ello en las tierras del mar. Un humano nunca sería tu amigo si no había un interés de por medio, y cuando deje de haberlo se irá o, peor aún, te traicionará. Siempre había oído esa frase y otras yendo en la misma línea de gente mucho más experimentada en la superficie que él. Y, aunque al principio pensó que podían ser burdas exageraciones, pronto se dio cuenta de que arriba en la superficie, el dinero y el interés era mucho mayor que en el mar. Y el escualo no terminaba de entenderlo. Aunque tarde o temprano sabía que lo haría.
Fue en ese momento cuando escuchó una voz rompiendo el silencio de su reflexión e interrumpiendo esta. Alzó la vista y se encontró con un extraño individuo, que destacó de inmediato por su piel grisácea y tatuajes oscuros. "No es algo que veas todos los días", pensó para sí mismo. La ropa del hombre, adornada con calaveras y huesos, junto con su sombrero de copa decorado con una pluma roja, le daba un aire entre esotérico y peligroso. Un tipo que no pasaría desapercibido en casi ningún sitio. Y que quizá llamaba la atención por alguna razón.
—Tampoco es común ver a alguien como tú —respondió Octojin, mirándolo de arriba abajo con cierta cautela. A pesar de su curiosidad, no se fiaba del todo de esa extraña presencia.
Tras unos segundos, decidió ser cortés. No tenía sentido enemistarse con nadie, especialmente cuando aún estaba comiendo y en un ambiente tan desenfadado como aquél. La gente pese a que no dejaba de mirarle, estaba continuamente lanzando carcajadas y comentarios a gran volumen. Se lo estaban pasando bien, y una pelea, ya fuese verbal o física, estropearía la sensación de aquellos humanos.
—¿Quién eres tú? —preguntó, mientras levantaba la mano para pedir otro par de platos de comida. Con el hambre que tenía, no podía darse el lujo de ser selectivo.
A pesar del poco sabor de la comida, Octojin sabía que necesitaba llenarse para recuperar fuerzas. Y no había visto ningún otro restaurante cerca, aunque lo cierto es que no había perdido mucho el tiempo en buscarlo. Esperaba al menos que cambiando de comida, fuese algo más apetecible o, en su defecto, estuviese mejor aliñado. Si la carne no era buena, era tan sencillo como aliñarla en exceso, pero en aquel lugar parecían no conocer ese truco. Lo cierto era que ir a peor, era difícil. Aunque nada es imposible…