Hay rumores sobre…
... que existe un circuito termal en las Islas Gecko. Aunque también se dice que no es para todos los bolsillos.
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[Diario] [Pasado] El festival de verano.
Takahiro
La saeta verde
Segundo día de Verano, del año 724.

Eran poco más de las ocho de la noche. El sol comenzaba a ocultarse por el horizonte, iluminando el cielo de una tonalidad anaranjada digna de ser plasmada en un lienzo por el mejor de los pintores. Y Takahiro, un marine recién llegado a la isla, se encontraba vestido con sus mejores galas, esperando en la entrada principal de la plaza del patíbulo a una joven recluta nativa de Loguetown, por lo que no vivía en el cuartel con el resto de marines, sino en su propia casa.

Era una muchacha de cabello moreno, algo más baja que él y con una sonrisa bastante pícara. Tenía una actitud que le gustaba, pues era descarada y cañera. Las mujeres que había conocido hasta ese momento eran todas muy modositas y tranquilas, todo lo contrario a la actitud que tenía del peliverde. Pasados quince minutos de la hora acordada, la joven vino. Sin embargo, lo hizo acompañada.

«Vamos, no me jodas», pensó para sus adentros, dándose cuenta de que no iba a ser una cita romántica, sino más bien una quedada de amigos.

—Perdón por la tardanza —se disculpó la muchacha, de nombre Helen, dándole un abrazo como saludo. Iba vestida con un top negro y una falta con estampados florales de colores cálidos, que le realzaba la figura bastante bien—.  Es que Chris ha tardado lo suyo en arreglarse.

—Tampoco tanto —dijo el muchacho, teniéndole la mano a Taka para saludarle—. Yo soy Chris, un placer, hermano.

—Igualmente —le respondió, devolviéndole un fuerte apretón—. Puedes llamarme Taka.

Era un sujeto mucho más bajito que él, rozando el metro sesenta como mucho. De cabellos dorados y ojos azules, casi grises. Físicamente era de complexión delgada e iba vestido con una camisa blanca, unos pantalones azules y unas sandalias de piel negras.

—Estos son Lucy y Nathan —le dijo Elena, señalándolos respectivamente—. Eran como dos gotas de agua, salvo que los rasgos de ella eran más finos. Ambos con el cabello negro con reflejos azulados y ojos marrones. Ella llevaba puesto un vestido estampado de lunares, a la altura de la rodilla y cuello de palabra de honor. Mientras que él iba vestido con unos pantalones negros de tiro alto, una camiseta blanca lisa bastante ceñida y una cadena de plata por fuera.

—Un placer —les dijo.

Realizadas todas las presentaciones, todos se dirigieron hacia el centro de la plaza del patíbulo, siguiendo un camino marcado por luces y guirnaldas que dejaron embobado al peliverde. Takahiro no había visto en su plenitud la llamada ciudad del principio y el fin, y había quedado asombrado por la magnitud de la misma.

—Bonito, ¿verdad? —comentó Helen, que estaba caminando al lado del marine—. Te dije que te iba a gustar.

—Tenías razón —afirmó él—. Me parece espléndido que con tan poco se consiga hacer tanto.

—¿En Arabasta no hay fiestas como esta? —le preguntó, tratando de sacarle algo de conversación.

—Las hay, pero son muy distintas —le dijo—. Las festividades suelen realizarse en los patios de las casas de la gente. Todo muy íntimo. Son raros allí, la verdad.

—Raros como tú, ¿no? —bromeó la muchacha, guiñándole un ojo.

—Le dijo la sartén al cazo —saltó a decir él.

—Oye, si queréis os dejamos solos —intervino Chris, que lanzó una mirada desafiante al peliverde.

«Algo me dice que este no ha venido precisamente por la feria», pensó para sus adentros recién ascendido soldado raso, que debía tratar de mantener su bífida lengua en su sitio si no quería meter la pata.

Pocos minutos después, tras una caminata que se hizo bastante amena, llegaron a una carpa con varias mesas y gente sentadas en ella comiendo. En la del fondo se encontraban Buchanan y Montpellier junto a otros oficiales.

—¡Buenas noches! —les saludó Takahiro, casi sin cortarse—. ¿Cómo están?

—Buenas noches, muchacho —le saludó el comandante Buchanan. La capitana, por su parte, balbuceó algo mientras comía por encima de sus posibilidades—. Me alegra ver que los nuevos estrechen lazos. Pasadlo bien.

—Igualmente, comandante —le dijo Takahiro.

—Que perro eres —comentó Helen, sonriente.

—¿Yo? —preguntó con ironía—. Siempre —se respondió justo después, sonriendo.

No tardaron en sentarse en la mesa que había reservado su compañera. Había una especie de menú degustación compuesto por platos de diferencias lugares de los cuatro mares cardinales: croquetas, ensalada de queso fresco con fresas, distintos cortes de carne a la brasa, pure de patatas gratinado, algunas verduras salteadas… Y dos postres: tarda de chocolate y helado de vino tinto. La bebida podía ser la que quisieran, desde agua hasta vino, cerveza o refrescos.

—Estaba todo buenísimo —dijo el marine, que le había faltado limpiar los platos con la lengua.

—A ti es mejor comprarte un traje —bromeó Nathan—. A mi me ha costado la vida comerme el postre.

—Soy un pozo sin fondo —le dijo Takahiro, enseñando un poco de su brazo—. Y que esto no se nutre con aire —bromeó haciendo que Nathan se riera, mientras Chris le miraba mal.

Después de cenar, volvieron a pasear por las calles. Durante esos minutos, Takahiro estuvo hablando con Lucy y Nathan, mientras Helen parecía estar discutiendo con el retaco. La situación era bastante incómoda, pero al final las deducciones del peliverde dieron en el blanco: el joven vivía enamorado de su compañera.

—Lleva así desde que se mudo aquí —comentó Lucy—. Y no se cansa de ser rechazado una y otra vez.

—Muchas veces la táctica de ir al desgaste no funciona —añadió Nathan.

—A este ritmo le va a costar su relación de amistad con Helen —continuó Lucy—. Siempre que queda con alguien se pone de esa manera, mira mal al otro y es una discusión constante. No se entera que a ella le gustan altos y graciosos, más o menos como tú. Y él… —hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas—. Vive amargado desde que Helen tuvo su primera y única pareja hace unos años.

Eran casi las once de la noche y se dirigieron a una carpa que habían habilitado cerca de la costa, un lugar preparado para que los jóvenes de la isla se divirtieran, formado por carpas y un escenario donde iba a tocar un grupo local. También había una barra en la que vendían bebidas. El que estaba siendo el antagonista de aquella noche, tras hablar de forma acalorada con la recluta, decidió que era momento de irse. Como era de esperar no se despidió de Takahiro, que se encontraba tenso en una situación como aquella. No estaba acostumbrado a tener que lidiar con amigos celosos, aunque con el porte que gastaba debía acostumbrarse a ello.

—Como no estamos de servicio…, yo invito a la primera ronda —les dijo a sus tres acompañantes—. ¿Qué os apetece tomar?

—Yo quiero un whisky con bebida energética —dijo Helen.

—¡Yo otro! —intervino Nathan.

—Yo prefiero algo menos fuerte —dijo Lucy, con tono pensativo—. Me apetece algo dulce, quizá un ron de coco con zumo de piña.

—Perfecto —les dijo, guiñando un ojo, y se fue para la barra.

La luna se alzaba sobre la isla, pareciendo que iluminaba la playa con luz propia, aunque eso no era posible. Las luces de las carpas de aquella fiesta brillaban tenues, pero derrochaban mucha calidez, creando un ambiente que era mágico. El peliverde maldecía que los amigos de Helen continuaran allí, y que era un ambiente óptimo para demostrar sus encantos antes la joven. Sin embargo, tenía que armarse de panciencia y esperar que tuvieran algún rato a solas.

Cuando llegó a la barra, la música comenzaba a resonar de forma suave, mezclándose con el barullo de la gente que hablaba bastante alto. Fueron solo unos acordes, pero que dejaban claro que iba a ser un concierto bastante cañero. Ya en la barra, que estaba hecho con madera decorada con conchas marinas, elevó la mano e hizo un ademán para avisar al camarero que estaba allí. Tardaban un poco, así que se reclinó sobre la madera y se apoyó en su superficie, esperando mientras escuchaba como afinaban la guitarra en directo.

Pasados un par de minutos, una mujer de unos treinta años de cabello corto, rapado por uno de los laterales, se acercó a Takahiro, apoyándose también sobre la barra y mirándole fijamente. Tenía una sonrisa dulce y delicada, tan bella como la misma luna que estaba sostenida en la bóveda celeste, pero su mirada era todo lo contrario, más que dulzura derrochaba picardía y deseo, al igual que su boca, que parecía uno de tantos pecados de la humanidad ante los que cualquier mortal podría sucumbir.

—¿Qué te sirvo, guapo? —preguntó con un tono de voz bastante insinuante, mordiéndose el labio inferior justo después.

Takahiro suspiró.

—Un ron con refresco de cola —dijo en primer lugar—. Dos whiskys con bebida energética y un ron de coco con zumo de piña —continuó diciendo, tratando de no seguirle el juego de miradas a la camarera.

Mientras la camarera preparaba las bebidas, sus manos se movían con velocidad y destreza, como si llevara años sirviendo copas, pero sus ojos no dejaban de mirar al peliverde.

—Eres nuevo, ¿verdad? —le preguntó.

—Sí —dijo—. Llevo un par de días tan solo en la isla. Acaban de trasladarme al cuartel.

—¡Vaya! —exclamó ella—. Parece que cada vez traen marinos más guapos a la isla —comentó, colocando las copas frente a Takahiro y sacando dos pequeños vasos de apenas dos dedos de alto y echando un licor de color melaza—. Las copas son dos mil berries, pero a estos dos chupitos invito yo.

El joven marine sonrió y, tras apoyar el vasito en la barra, se lo bebió de golpe. Era un sabor azucarado y muy frío, que a medida que bajaba por su garganta se volvía ardiente y amargo. Suave y duro al mismo tiempo, como era la aquella camarera.

—Muchas gracias —le dijo el peliverde, tratando de coger las cuatro copas. Fue en ese preciso instante, cuando Helen apareció para ayudarlo—. Justo a tiempo.

—Como siempre —dijo ella—. ¡Hola, Su! —exclamó, saludando a la camarera.

—¡Ah! —exclamó la camarera—. ¿Es amigo tuyo?

—Sí, bueno… —su tono de voz era dubitativo—. Compañero del cuartel.

La recluta miró a Takahiro y le guiñó un ojo, mientras él mostraba una sonrisa que le hacía ver que había buena conexión entre ambos.

—Entonces te lo dejo para ti —comentó Su—. Esta muy feo que le robe los compañeros de cuartel a mi prima pequeña —aclaró, haciendo que Helen se sonrojara, cogiera dos copas y se marchara de alli—. ¡Hasta luego, guapo! —se despidió.

—Hasta luego.

Se encontraban situados en un extremo de la carpa, más pegado al mar que al escenario. La orilla estaba a pocos metros, quizá a diez u once metros, de pronto el murmullo de la gente fue apagándose, a medida que el cantante del grupo dedicaba unas palabras de agradecimiento al alcalde de la isla. Entonces, rasgueo del bajo resonó en toda la playa, haciendo una declaración de intenciones a todos los presentes: la fiesta iba a comenzar. Tras eso, el cantante dio un bramido y, un segundo después, las dos guitarras junto a la batería y el bajo comenzó el concierto. Era un grupo de pop-rock-indie…, no sabía decirlo, pero a Katahiro le gustaba.

Al son de la melodía danzaba, con su copa en la mano derecha y la mano de Helen en la izquierda. Los mellizos estaban a su rollo, haciendo el tonto y bailando de broma. Lo cierto era que el recién llegado marine se lo estaba pasando en grande. Pero la felicidad no dura para siempre, y cuando quiso darse cuenta, a su alrededor se encontraba Chris con dos amigos, molestando y soltando comentarios hirientes refiriéndose al peliverde.

Takahiro respiró hondo, mientras Helen le decía que pasara de ellos, que no ganaba nada peleándose.

—Hazme caso, no merecen la pena —reiteraba de nuevo—. Esta celoso y borracho.

—No te preocupes —dijo el peliverde—. Yo solo me enfrento a aquellos que creo que pueden ser más fuertes que yo. No me gusta abusar de los débiles.

—¡Ah! ¿Qué eres de esos?

—¿Cómo que de esos?

—De los que buscan retos —aclaró ella.

—Depende del momento —contestó, dando un último sorbo a su vaso—. Pero me gusta batirme en duelo con gente fuerte.

Finalmente, como esos tres sujetos no dejaban de incordiar, Helen y Takahiro se fueron de allí, en dirección a un lugar más apartado. Se alejaron lo suficiente como para escuchar la música de fondo y no tener que aguantar a la gente. Se sentaron sobre la arena y se tumbaron, mirando el cielo. La luna era casi llena, rodeada de estrellas que parecían bailar a su alrededor.

Sin embargo, la calma duró muy poco. El peliverde se había prometido no formar ningún jaleo, tener un perfil bajo y no llamar de sobremanera la atención. Pero no iban a dejarle.

—¿Qué quieres ahora? —preguntó Taka, levantándose del suelo. Como respuesta recibió un puñetazo en la cara, que apenas le hizo daño—. ¿Qué mierdas te pasa ahora? —De la boca del marine salió un hilo de sangre, que escupió al suelo.

—No me gustan los de tu calaña, y tampoco me gusta que coquetees de esa manera con Helen —dijo con voz temblorosa e irregular—. Y siendo marine no puedes tocarnos. Si lo haces perderás tu puesto —dijo muy seguro de sus palabras.

Takahiro dio un paso hacia adelante, con el entrecejo fruncido y gruño. Chris reculó asustado. Ante esa actitud, el marine comenzó a reírse a carcajada limpia, mientras que Helen negaba con la cabeza con resignación.

—¿De qué te ríes? —continuó diciendo el retaco—. ¡De mí no se ríe nadie!

Uno de los acompañantes del intento de matón se abalanzó sobre el marine, que echándose a un lado le hizo la zancadilla para que comiera arena. Tras ello, se desplazó en un abrir y cerrar de ojos hasta la espalda del otro acompañante, susurrándole en el oído algo que quedó para ellos. Ante eso, se fue de allí corriendo, sin mirar atrás. Allí tan solo quedaba Chris, cuyas piernas temblaban.

—Te vas a arrepentir de esto, marinerito —le dijo, con cierto retintín al articular la última palabra—. Te lo juro.

—Deja de hacer el ridículo, anda —le dijo, mirándolo con pena—. ¿No te das cuenta que actuando así, si tuvieras alguna posibilidad con Helen, ya la estarías perdiendo? Los celos no son buen consejero, y tampoco es honorable buscar pelea con alguien en pandilla. Eso es de cobardes y va en contra de los ideales de la marina, es decir, va en contra de sus ideales.

Ante esas palabras, Chris se encogió de hombros y se marchó de allí.

El resto de la noche la pasaron hablando y riendo, pese a que durante unos instantes pudo verse unas lágrimas en los ojos de Helen. Se contaron algunas anécdotas y bebieron como si al día siguiente no tuvieran que hacer maniobras al mediodía. Estaban muy a gusto. Era una atmósfera muy placentera. Estaban solos, incluso el grupo se había marchado. El único sonido era el de sus risas y las olas del mar chocando contra la orilla.

—Me da pena irme —comentó la muchacha, que se encontraba pegada al peliverde, agarrada a su hombro—. ¿A ti no? —le preguntó, dándole un golpecito con la pierna.

—A mi también —le respondió, devolviéndole el golpecito.

Finalmente, casi de forma simultánea, ambos marines se fundieron en un apasionado beso que despertó en el peliverde algunas sensaciones que creía olvidadas. Un cosquilleo le recorrió toda la espalda, centrándose en su estómago y culminando en una sonrisa. Tras eso, se tumbaron en la arena y se quedaron durante una hora más.

Como era su deber, decidió acompañar a Helen a su casa, al barrio que estaba en las cercanías del cuartel. Era un barrio bastante adinerado, o eso parecía por las casas que había alrededor. Eran unas viviendas preciosas, con jardines y piscina para los vecinos. Al llegar a la entrada de la casa, tanto la muchacha como el peliverde se quedaron fuera sin decir palabra alguna.

—Bueno, nos vemos mañana —le dijo, rompiendo el silencio, con una sonrisa en el rostro.

—¿No te lo he dicho? —le preguntó, haciendo que el peliverde frunciera el entrecejo—. Mañana me envían al reino de Goa para hacer un curso de formación y no volveré hasta el otoño. Era una oportunidad que no podía perder.

—¿En serio? —la voz de Taka sonaba tristona. Para una vez que ligaba, la joven se iba—. No me habías dicho nada.

—Bueno, no te preocupes —le dijo—. Cuando vuelva te presento a mis padres.

—¿¡Cómo que a tus padres!? —inquirió el marine, sobresaltado—. ¿Es típico esto aquí, en Loguetown?

Helen se rio a carcajada limpia.

—Es broma —le dijo—. Hasta que no tengamos una tercera cita no te presento a nadie. Que luego mis padres te cogen simpatía, se ilusionan los pobres y si te dejo, tengo que aguantarlos.

—¡Ah! ¿Qué eres de esas?

—¿Cómo que de esas?

—De las que va rompiendo corazones por ahí—aclaró él.

—Tal vez sí… —dijo, acercándose a él y dándole un beso—. O tal vez no.

Y sin tan siquiera despedirse, tras esas últimas palabras, la joven dio media vuelta marchándose de allí. Atravesó el umbral de su puerta y antes de cerrarla, le guiñó un ojo y se despidió con la mano.

El marine se quedó solo, a altas horas de la noche, con un bocado en el estómago y un bulto que comenzaba a asomar por un lado de su pantalón. ¿Era posible que aquella mujer fuera como él, pero en chica? Sí, lo era. Era una bandida peligrosa y eso le gustaba. ¿Lo peor de todo? Que seguramente aquella recluta haría con él lo que quisiera.

«Nos vemos en otoño»

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[Pasado] El festival de verano. - por Takahiro - 04-09-2024, 04:48 PM

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