Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
04-09-2024, 05:26 PM
— ¡Frank! Cúchame, tengo que salí daquí. ¡Esto ta mal! Yo tengo una familia, en otra isla, tengo gente que me tará buscando, ¡no puedo quedarme! — ¿Creía que era tan fácil? Frank era un hombre que tenía muchos remordimientos, eso estaba claro, tan claro que la rubia se había dado cuenta. Ni eso era capaz de ocultar. El tipo no supo que decir, más allá de mecerse el cabello con calma. — Y tengo que ayudá a mi amigo. No puedo dejá que le maten, ¡es injusto! ¿Qué sitio de locos de mierda é este? — Se la notaba desesperada, trataba de convencerle. — ¡Habrá que hacer argo! No puede dejá que secuestre y mate gente porque le de la gana. — Se acercó un poco a la puerta— Entra, suértame los brazo, déjame escapá. Si no quiere mancharte la mano me parece bien, di que te engañé y que te pegué, inventate lo que sea que quiera, pero déjame salí.— Cada vez sonaba menos enfadada, más triste, más pesimista — Por favor... — A Frank le temblaban las manos.
Había sacado la llave, pero ahora le acompañaban unas extensas lágrimas que le recorrían toda la cara hasta precipitarse al suelo. Estaba en una lucha interna que parecía estar resolviéndose conforme la mujer iba hablando y lanzando puyas. No era de piedra, ni tampoco un asesino como casi todos los que Josis tenía cerca. Qué va, nada que ver. — ¡A la mierda! — Se lanzó al suelo, intentando abrir la puerta. — Qué demonios. Estoy cansado de esto, se acabaron las idioteces. Alguien debe hacer algo, esto no puede seguir así más tiempo. Me niego. — La puerta se abrió y el hombre entró en la celda. Se acercó a la mujer con sumo cuidado, hasta que llegó a poder desatarla con facilidad. Él a diferencia de lo que seguramente haría Airgid, se quedó sentado en la cama de la celda. — Por favor, conseguidlo. Debéis hacerlo por todos. — Y cerró la puerta, dejando que la mujer escapara.
Los ruidos en la plaza central cada vez eran más acuciantes. Había un atril de diezXquince y Rag estaba de rodillas en él, con los brazos atados. Un hombre le estaba dando latigazos en la espalda, abriendo su piel con suma facilidad. Tenía toda la espalda herida, le salía sangre de la nariz y la cabeza, su cuerpo había sido destrozado. A su lado cuatro asientos, en los que estaba Josis, Ming y otro varios cercanos al Padre. Todos reían, menos Ming, que no podía o quería mirar. — ¡Amigos! — Se levantó. Vestía impoluto, con una túnica roja, guantes blancos y claro, su biblia en la mano derecha. — Hoy he tenido un sueño. Uno premonitorio. — Tragó saliva. — En él, nuestro señor me hablaba, indicándome con claridad las directrices que debemos seguir para que todo se ejecute conforme desea. — Comenzó a escucharse una música de fondo. La gente, en su mayoría tenía caras largas, de pocos amigos. — ¡No debéis sufrir! — Alzó su mano libre. — ¡Ya no más! siempre que nuestro señor se comunica conmigo, os hago llegar su mensaje, sin filtros, como bien sabéis. Esta vez me indicó que disfrutéis de esta festividad. El ajusticiamiento de ese impuro ser, será nuestra bendición para la estación venidera. ¡YA LO CREO! — Eso levantó el ánimo de los civiles, que encontraron un punto del que apoyarse. Cada día Josis tenía menos sirvientes ciegos, que aceptaban sin rechistar sus demandas. Eso era bueno, muy bueno.
— ¡Padre! — Alzó la mano un hombre valiente. Le temblaba el brazo entero, desde un extremo al otro. — Me gustaría ... Hablar. — Hasta Mink miró la escena. — Descerebrado ... — Susurró. — Claro que sí hijo mío, aquí eres libre de hablar, aunque hayas interrumpido mi importante mensaje. Habla y que todos escuchemos eso tan importante que tienes que decir. — Se extendió el silencio más tenebroso que era posible. Pero aquel hombre no se amilanó. — Gracias Padre. Tengo dudas. — Bajó la mano. Su mujer, que estaba al lado intentaba tirar de su camisa para que frenara, para hacerle recordar que tenían cuatro hijas en casa esperándolos. Pero la insensatez del varón, no le soltó el ímpetu. — ¡No tenemos para comer desde hace meses! — Gritó. — Mis hijas tienen hambre. La comida ya no llega como siempre y el dinero ... Apenas se ve un berry moverse por aquí. Sé que esto es obra del todopoderoso ... Sin embargo ... Sin embargo ... — Se escuchó un golpe en lo alto del atril. Era Josis, que había tomado uno de los látigos y había golpeado con una fuerza primitiva la malherida espalda de Rag. — ¡Tienes la impertinencia de dudar de dios! — Gritó. — ¿Qué te has creído? ¿que para los demás es fácil? todos somos hijos de dios, pero venimos de lugares difíciles. Hemos construido la comunidad que debemos tener. El camino nos ha llevado aquí. Y sí, no es fácil, ¿pero qué es lo que deseas? — Comenzó a caminar de nuevo hacia su anterior posición. — ¿¡dudáis de dios!? ¡Decidlo si así es! — Nadie respondió. Ni siquiera el valiente hombre, que en esta ocasión bajó la mirada. Josis siguió hablando y sin que nadie se diera cuenta, dos hombres vestidos de negro se llevaron de aquel evento al "valiente hombre". Vete tu a saber a donde lo estaban llevando. — Que esto no interrumpa la ofrenda de hoy. La vida de Ragnheidr Grosdttir, descendiente de gigantes. ¡Hereje de manual! — Volvió a levantar el ánimo.
Había sacado la llave, pero ahora le acompañaban unas extensas lágrimas que le recorrían toda la cara hasta precipitarse al suelo. Estaba en una lucha interna que parecía estar resolviéndose conforme la mujer iba hablando y lanzando puyas. No era de piedra, ni tampoco un asesino como casi todos los que Josis tenía cerca. Qué va, nada que ver. — ¡A la mierda! — Se lanzó al suelo, intentando abrir la puerta. — Qué demonios. Estoy cansado de esto, se acabaron las idioteces. Alguien debe hacer algo, esto no puede seguir así más tiempo. Me niego. — La puerta se abrió y el hombre entró en la celda. Se acercó a la mujer con sumo cuidado, hasta que llegó a poder desatarla con facilidad. Él a diferencia de lo que seguramente haría Airgid, se quedó sentado en la cama de la celda. — Por favor, conseguidlo. Debéis hacerlo por todos. — Y cerró la puerta, dejando que la mujer escapara.
Los ruidos en la plaza central cada vez eran más acuciantes. Había un atril de diezXquince y Rag estaba de rodillas en él, con los brazos atados. Un hombre le estaba dando latigazos en la espalda, abriendo su piel con suma facilidad. Tenía toda la espalda herida, le salía sangre de la nariz y la cabeza, su cuerpo había sido destrozado. A su lado cuatro asientos, en los que estaba Josis, Ming y otro varios cercanos al Padre. Todos reían, menos Ming, que no podía o quería mirar. — ¡Amigos! — Se levantó. Vestía impoluto, con una túnica roja, guantes blancos y claro, su biblia en la mano derecha. — Hoy he tenido un sueño. Uno premonitorio. — Tragó saliva. — En él, nuestro señor me hablaba, indicándome con claridad las directrices que debemos seguir para que todo se ejecute conforme desea. — Comenzó a escucharse una música de fondo. La gente, en su mayoría tenía caras largas, de pocos amigos. — ¡No debéis sufrir! — Alzó su mano libre. — ¡Ya no más! siempre que nuestro señor se comunica conmigo, os hago llegar su mensaje, sin filtros, como bien sabéis. Esta vez me indicó que disfrutéis de esta festividad. El ajusticiamiento de ese impuro ser, será nuestra bendición para la estación venidera. ¡YA LO CREO! — Eso levantó el ánimo de los civiles, que encontraron un punto del que apoyarse. Cada día Josis tenía menos sirvientes ciegos, que aceptaban sin rechistar sus demandas. Eso era bueno, muy bueno.
— ¡Padre! — Alzó la mano un hombre valiente. Le temblaba el brazo entero, desde un extremo al otro. — Me gustaría ... Hablar. — Hasta Mink miró la escena. — Descerebrado ... — Susurró. — Claro que sí hijo mío, aquí eres libre de hablar, aunque hayas interrumpido mi importante mensaje. Habla y que todos escuchemos eso tan importante que tienes que decir. — Se extendió el silencio más tenebroso que era posible. Pero aquel hombre no se amilanó. — Gracias Padre. Tengo dudas. — Bajó la mano. Su mujer, que estaba al lado intentaba tirar de su camisa para que frenara, para hacerle recordar que tenían cuatro hijas en casa esperándolos. Pero la insensatez del varón, no le soltó el ímpetu. — ¡No tenemos para comer desde hace meses! — Gritó. — Mis hijas tienen hambre. La comida ya no llega como siempre y el dinero ... Apenas se ve un berry moverse por aquí. Sé que esto es obra del todopoderoso ... Sin embargo ... Sin embargo ... — Se escuchó un golpe en lo alto del atril. Era Josis, que había tomado uno de los látigos y había golpeado con una fuerza primitiva la malherida espalda de Rag. — ¡Tienes la impertinencia de dudar de dios! — Gritó. — ¿Qué te has creído? ¿que para los demás es fácil? todos somos hijos de dios, pero venimos de lugares difíciles. Hemos construido la comunidad que debemos tener. El camino nos ha llevado aquí. Y sí, no es fácil, ¿pero qué es lo que deseas? — Comenzó a caminar de nuevo hacia su anterior posición. — ¿¡dudáis de dios!? ¡Decidlo si así es! — Nadie respondió. Ni siquiera el valiente hombre, que en esta ocasión bajó la mirada. Josis siguió hablando y sin que nadie se diera cuenta, dos hombres vestidos de negro se llevaron de aquel evento al "valiente hombre". Vete tu a saber a donde lo estaban llevando. — Que esto no interrumpa la ofrenda de hoy. La vida de Ragnheidr Grosdttir, descendiente de gigantes. ¡Hereje de manual! — Volvió a levantar el ánimo.