Takahiro
La saeta verde
04-09-2024, 10:06 PM
Takahiro no pudo evitar mostrar una sonrisa vacilona ante la sugerencia del hombre tiburón de darle unos segundos más en su pequeña competición personal. Como respuesta, a sabiendas de que iba a estar en desventaja, alzó su mano y elevó el pulgar hacia el cielo
—Cuándo te gane no pongas de excusa que me has concedido cinco segundos, ¿eh? —le advirtió con tono jocoso, mientras estiraba la musculatura de su torso, haciendo movimientos de torsión y rotación—. Quien toque la roca gana.
Tras esas palabras, respiró profundamente, calmando sus pulsaciones y llenando sus pulmones de oxígeno hasta que estuvieran completamente llenos. Cuando lo hizo, se lanzó de cabeza hacia el agua, comenzando a dar una brazada tras otras, mientras daba fuertes patadas en el agua. Hacía muchas semanas que no nadaba, pero se sentía cómodo y ligero dentro de aquel elemento. El agua acariciaba cada parte de su cuerpo con cada brazada, en la que soltaba un poco de aire mediante la técnica de la exhalación activa cuando estaba bajo el agua y, en cuanto la levantaba, tomaba un poco de aire. Era una técnica muy efectiva, que cualquier nadador que se precie debía conocer.
Durante un breve instante, el peliverde pensó que iba a ganar la carrera, cuando en un abrir y cerrar de ojos, notó como algo inmenso se acercaba hacia él. Era su compañero, que había reducido la distancia que los separaba en menos de un segundo. Y entonces, algo tiró de pierna hacia el fondo del mar, hundiéndolo y haciendo que perdiera el ritmo. Se trataba de Octojin, que se mofaba de la lentitud de Taka bajo el agua.
«Hijo de la gran…», maldijo para sus adentros, mientras continuaba bajo el agua y trataba de alcanzar al gyojin sin éxito alguno.
Agitó sus piernas un poco más y ascendió a la superficie del mar, tomando algo de oxígeno antes de dirigirse hacia el pez, señalándole con el dedo índice de su mano derecha.
—No me llegas a tirar del pie y gano, sardinilla —le dijo el marine, echándose hacia atrás y chapoteando con las piernas para mojar al hombre-tiburón, a sabiendas de que era imposible que le ganara en esa vida—. Pero mejor dejamos la revancha para otro día —le dijo—. Quizá un día que estés indispuesto. Te recomiendo el puré de la cantina, un plato exquisito si tienes mal el tránsito —bromeó.
Continuó nadando y conversando con el pez durante un poco más de tiempo. Ambos coincidían en que aquel lugar era espectacular, un pequeño paraíso en aquella bulliciosa isla. Desde allí se podía ver la Red Line, como una sombra rojiza en el horizonte, como si fuera uno de los espejismos del desierto de la isla Sandy.
—¿Y cómo es tu isla natal? —le preguntó al gyojin, mientras se tumbaba bocarriba para flotar sobre el mar—. ¿Es verdad que está sumergida bajo el agua?
Tenía muchas preguntas al respecto. Si bien no era el primer habitante del mar con el que había conversado, jamás había tenido la oportunidad de profundizar con uno de esa manera. ¿Serían las sirenas tan bellas como dicen? ¿Sería verdad que guarda tesoros de incalculable valor? Y lo más importante, ¿cómo diantres se accedían a ella? Muchas preguntas, pero tampoco quería avasallar con ellas a su compañero.
Transcurridos unos minutos, Takahiro comenzaba a estar algo cansado de zarandear las piernas, así que fue dejándose llevar por la corriente hasta llegar la orilla. Una vez allí, se tumbó sobre la arena.
—Se está demasiado a gusto aquí —comentó en voz alta, estirándose sobre la fina arena de la cala, para luego volver a poner sus manos entrelazadas tras su cabeza.
—Cuándo te gane no pongas de excusa que me has concedido cinco segundos, ¿eh? —le advirtió con tono jocoso, mientras estiraba la musculatura de su torso, haciendo movimientos de torsión y rotación—. Quien toque la roca gana.
Tras esas palabras, respiró profundamente, calmando sus pulsaciones y llenando sus pulmones de oxígeno hasta que estuvieran completamente llenos. Cuando lo hizo, se lanzó de cabeza hacia el agua, comenzando a dar una brazada tras otras, mientras daba fuertes patadas en el agua. Hacía muchas semanas que no nadaba, pero se sentía cómodo y ligero dentro de aquel elemento. El agua acariciaba cada parte de su cuerpo con cada brazada, en la que soltaba un poco de aire mediante la técnica de la exhalación activa cuando estaba bajo el agua y, en cuanto la levantaba, tomaba un poco de aire. Era una técnica muy efectiva, que cualquier nadador que se precie debía conocer.
Durante un breve instante, el peliverde pensó que iba a ganar la carrera, cuando en un abrir y cerrar de ojos, notó como algo inmenso se acercaba hacia él. Era su compañero, que había reducido la distancia que los separaba en menos de un segundo. Y entonces, algo tiró de pierna hacia el fondo del mar, hundiéndolo y haciendo que perdiera el ritmo. Se trataba de Octojin, que se mofaba de la lentitud de Taka bajo el agua.
«Hijo de la gran…», maldijo para sus adentros, mientras continuaba bajo el agua y trataba de alcanzar al gyojin sin éxito alguno.
Agitó sus piernas un poco más y ascendió a la superficie del mar, tomando algo de oxígeno antes de dirigirse hacia el pez, señalándole con el dedo índice de su mano derecha.
—No me llegas a tirar del pie y gano, sardinilla —le dijo el marine, echándose hacia atrás y chapoteando con las piernas para mojar al hombre-tiburón, a sabiendas de que era imposible que le ganara en esa vida—. Pero mejor dejamos la revancha para otro día —le dijo—. Quizá un día que estés indispuesto. Te recomiendo el puré de la cantina, un plato exquisito si tienes mal el tránsito —bromeó.
Continuó nadando y conversando con el pez durante un poco más de tiempo. Ambos coincidían en que aquel lugar era espectacular, un pequeño paraíso en aquella bulliciosa isla. Desde allí se podía ver la Red Line, como una sombra rojiza en el horizonte, como si fuera uno de los espejismos del desierto de la isla Sandy.
—¿Y cómo es tu isla natal? —le preguntó al gyojin, mientras se tumbaba bocarriba para flotar sobre el mar—. ¿Es verdad que está sumergida bajo el agua?
Tenía muchas preguntas al respecto. Si bien no era el primer habitante del mar con el que había conversado, jamás había tenido la oportunidad de profundizar con uno de esa manera. ¿Serían las sirenas tan bellas como dicen? ¿Sería verdad que guarda tesoros de incalculable valor? Y lo más importante, ¿cómo diantres se accedían a ella? Muchas preguntas, pero tampoco quería avasallar con ellas a su compañero.
Transcurridos unos minutos, Takahiro comenzaba a estar algo cansado de zarandear las piernas, así que fue dejándose llevar por la corriente hasta llegar la orilla. Una vez allí, se tumbó sobre la arena.
—Se está demasiado a gusto aquí —comentó en voz alta, estirándose sobre la fina arena de la cala, para luego volver a poner sus manos entrelazadas tras su cabeza.