Lance Turner
Shirogami
05-09-2024, 01:46 AM
Un rayo de luz entre las tinieblas
Isla Yotsuba
Día 33 del verano 11:35 am
A mi lado, la botella me espera. Ni siquiera me acordé de cerrarla y estaba ya medio abierta desde la noche anterior. La cogí por el cuello de la botella y me la acerqué a mis labios. El líquido bajaba por mi garganta como un fuego cálido y amargo. Esa quemazón es lo único que me recordaba que seguía vivo, pero ya no sé si eso es un alivio o una maldición, o peor aún, me negaba a siquiera pensarlo. Es el primer trago del día, como cada mañana.
Reincorporándome sobre mi mismo en la cama para quedar sentado en ella, me mantuve con los codos apoyados sobre las rodillas y dejé la botella con cuidado en el suelo, todavía medio llena. Mis ojos, cansados y secos, se clavan en las grietas del suelo. A veces me pregunto cómo llegué a estar así, pero ese era un pensamiento que rápidamente desechaba en mi cabeza por mi propia salud mental, o lo que quedaba de ella. Deshacerse de dicho pensamiento se había vuelto tan automático como respirar, no tiene sentido intentar buscar respuestas cuando ya no me importa la pregunta.
El silencio que llena la habitación solo es interrumpido por un sonido que me trae de vuelta, aunque sea solo un poco, los ladridos de mis amados perros. Siempre están ahí, siempre a mi lado, fieles y pacientes. Me esperan con una devoción que no siento que merezca. A pesar de todo, ellos siguen confiando en mí, como si nada en el mundo pudiera desmoronarse mientras yo siga en pie. Pero ellos no saben que ya estoy roto, o quizá ellos mismos lo sepan mejor que nadie.
Uno de ellos, el más viejo, empujaba suavemente su hocico contra mi pierna. Sus ojos grandes y oscuros me miraban con esa mezcla de ternura y urgencia que solo los animales parecen entender. Suspira y ladea la cabeza, esperando una señal de que me voy a mover. Los otros se suman, con pequeños gemidos y sus colas golpeando el suelo con impaciencia. Son mi única razón. Si no fuera por ellos, no tendría motivo alguno para levantarme de esta cama cada mañana.
- Pequeños granujas... - Les contesté con una voz ronca por no haberme hidratado correctamente todavía. - Yaaaa voy, yaaa voy. - Les contesté con una pequeña risa, que sólo ellos lograban sacarme.
Con esfuerzo, me incliné hacia adelante, acariciando su pelaje suave y cálido. El contacto me hacía sentir algo más allá del entumecimiento, aunque sea solo por un instante. Era hora de ponerse en marcha, así que con dificultad me puse en pie dejando escapar un pequeño gruñido involuntario. Dirigiéndome hacia la puerta me sorprendí notándome mareado, ya que estaba tambaleándome ligeramente por culpa del alcohol que aún corría por mis venas.
Los perros salieron disparados antes de que abriese completamente la puerta, corriendo al exterior de aquella sala, hacia los restos de lo que alguna vez fue una isla habitada. Ahora, este lugar era solo una ruina. Como yo, y al igual que en mi propio caso, todo era mi culpa. Mis manos acarician el marco de la puerta mientras me esforzaba por no caer en mis pensamientos, no quería pensar en lo que fui. No quiero pensar en lo que dejé atrás. No quiero revivir aquello otra vez.
Saliendo al exterior, el aire frío me golpeó el rostro. Me tomó un momento ajustar mi vista a la luz del sol, sufriendo entonces un agudo dolor de cabeza que me provocó una mueca de dolor. A lo lejos, podían verse a varios de los animales de la granja. Vacas, ovejas… era irónico que estas criaturas requieran de tanto cuidado, aunque en cierto modo, eran ellas las que me cuidaban a mí.
Comencé a caminar por la tierra con pasos lentos, observando cómo los perros corrían entre los cultivos, jugando entre ellos, felices en su ignorancia. A veces envidio esa capacidad de simplemente existir, sin preocuparse por lo que vendrá o por lo que ya pasó. Quizás por eso los mantengo a mi lado. Son mi ancla a algo más sencillo, algo más puro.
Debo reconocer que estos últimos días había sentido algo de valor para hacer, había estado trabajando en un rompecabezas para él, ese chico que estuvo aquí hace un tiempo. Era algo para probar su inteligencia y su capacidad de adaptarse. Lo veía como una forma de prepararlo para lo que vendrá, aunque ni siquiera yo puedo saber qué le depararía en el futuro. Lo he observado en silencio, desde las sombras. No llegué a hablar con él mucho, pero cada gesto y cada mirada, me decía más de lo que él sabe. Tiene bastante potencial, eso está claro. Pero ¿Será capaz de superar todo aquello que tuve que enfrentar?
Me detuve por un momento, observando el paisaje desolado de la isla. Aquí, en este lugar abandonado, es fácil olvidar que existe algo más allá de estas costas. Pero ese marine me recordaba algo vital, que el mundo seguía girando, aunque yo esté atrapado en este ciclo interminable de días iguales. Quizás este rompecabezas que le preparé sea una forma de sentir que todavía puedo hacer algo importante. Quizás sea mi manera de contribuir, aunque sea desde las sombras.
Sacudí la cabeza, tratando de despejar esos pensamientos. No tenía sentido darle tantas vueltas. Todo lo que necesitaba hacer es mantenerme en pie un día más. Cuidar de los perros, los animales, el huerto… y quizás, solo quizás, ver si ese marine vuelve y logra descifrar lo que le he dejado.
Los ladridos de los perros me devolvían al presente, sacándome de esos pensamientos oscuros que siempre amenazan con consumirlo todo. Me agaché para acariciarlos una vez más, sonriéndoles con un profundo sentimiento de amor hacia ellos. Quizás mañana sea igual que hoy, o quizás no. No importa. Mientras ellos estén aquí, mientras tenga algo que cuidar, algo que hacer, seguiré adelante.
Porque, en el fondo, aunque no lo quiera admitir, hay una parte de mí que todavía quiere vivir. Aunque sea solo un poco.