4 de verano del año 724 a las 13:51
Isla Kilombo,
Pueblo de Rostock
Isla Kilombo,
Pueblo de Rostock
La mañana casi se había consumido y eso se notaba en los comercios y calles. El puerto pesquero había terminado su jornada laboral hacía horas y parte de los negocios estaban bajando la persiana después de una mañana más o menos fructífero. Las calles estaban muy concurridas por personas que regresaban a casa después de un duro día de trabajo y por las que ya salían de casa en busca de vida social en tabernas y restaurantes o a ahogar sus penas y miserias en el fondo de una botella, o dos, de alcohol. Ahora el turno de estos negocios de hacer caja.
La taberna en la que te encuentras huele a alcohol, tabaco y jolgorio. Las risas inundan el lugar, forzando el tener que hablar ligeramente por encima del ruido ambiente, creando un bucle de difícil salida. Golpes en la mesa de manos y vasos se repiten cada poco e incluso en la mesa del fondo, la de la esquina a la derecha, se escucha una conversación algo acalorada entre dos parroquianos. La puerta de la entrada está en el lateral izquierdo y en ese mismo lugar se encuentra la barra, tras la cual se encuentra el dueño del local custodiando y guardando todo el negocio. La barra había sido cuidadosamente ubicada, para que los clientes pudieran pedir nada más entrar y así reducir al mínimo el tiempo de espera. Era difícil saber cómo, pero apenas dos personas, el dueño y un camarero más en el lado de las mesas, se encargaban de servir y atender a la abarrotada sala. Nada se escapa en sus dominios bajo su atenta mirada; ninguna ronda se queda en el olvido, ninguna garganta se queda deshidratada, ningún gesto que supondrá el inicio de una pelea. En su reino todo está perfectamente controlado.
En una de las mesas del centro se podía ver a un grupo de cuatro hombres de mediana edad. Uno de ellos tenía una sonrisa en el rostro y recibía chistes y bromas por parte de los otros tres. ¡Incluso él mismo se sumaba a los chascarrillos en su contra! Todos bromeaban de lo desaparecido que estaba desde que habían nacido sus mellizos hacía algo más de un año. Las canas tenían su cabello de plateado y ya estaban ganando la batalla por completo en la barba, la cual era completamente blanca por los laterales y empezaba a grisear en la zona de la perilla. En sus ojos se dibujan unas pocas arrugas, testigas de eternas noches casi en vela. Nada en aquel hombre dejaba intuir el agotamiento físico y mental que soportaba, nada salvo un leve brillo apagado en su mirada, pero que quedaba perfectamente enmascarado por su sonrisa y sentido del humor. El hecho de criar a tres hijos, dos de ellos bebés era extenuantemente exigente y nadie que no hubiera pasado por algo similar podría hacerse, ni siquiera, una ligera idea de lo que suponía tal proeza biológica.
-¡Por los viejos tiempos! - el enano alzó la copa.
-¡Ganbare!
-¡Ganbare!
-¡Ganbare!
El sonido, apenas imperceptible a unos pocos centímetros de la mesa, de copas chocando resonó por todo el tablero del mueble. Aunque de un primer vistazo la mesa pudiera parecer vacía, una ojeada en detalle revelaría unas figuras encima de esta. La más grande apenas alcanzaría los treinta centímetros de longitud, eran poco más que insectos de buen tamaño, sin embargo era la mesa con más consumición, y por mucho, de todo el local.
-Aunque esta última hornada no ha salido mal – comentó el Maquina
-No, la verdad que no. - confirmó el Chino.
-Aunque nada…
-... que ver con los viejos tiempos.
Los últimos en hablar habían sido Piqui y Miqui, los gemelos. Todos ellos formaban parte del grupo Los Piezas, famosos antisistemas tiempo atrás, pero que ahora se dedicaban a instruir a los nuevos reclutas de la Armada Revolucionaria. Sin embargo, al grupo de Los Piezas le faltaba alguien más… ¿Habría alzado la copa en el brindis? ¿O quizás se estaba perdiendo desde la primera hasta la decimo novena ronda?
-¡POR EL LARGO! - gritaron al unísono antes de golpear todas las jarras de nuevo con una envidiable sincronización.
La taberna en la que te encuentras huele a alcohol, tabaco y jolgorio. Las risas inundan el lugar, forzando el tener que hablar ligeramente por encima del ruido ambiente, creando un bucle de difícil salida. Golpes en la mesa de manos y vasos se repiten cada poco e incluso en la mesa del fondo, la de la esquina a la derecha, se escucha una conversación algo acalorada entre dos parroquianos. La puerta de la entrada está en el lateral izquierdo y en ese mismo lugar se encuentra la barra, tras la cual se encuentra el dueño del local custodiando y guardando todo el negocio. La barra había sido cuidadosamente ubicada, para que los clientes pudieran pedir nada más entrar y así reducir al mínimo el tiempo de espera. Era difícil saber cómo, pero apenas dos personas, el dueño y un camarero más en el lado de las mesas, se encargaban de servir y atender a la abarrotada sala. Nada se escapa en sus dominios bajo su atenta mirada; ninguna ronda se queda en el olvido, ninguna garganta se queda deshidratada, ningún gesto que supondrá el inicio de una pelea. En su reino todo está perfectamente controlado.
En una de las mesas del centro se podía ver a un grupo de cuatro hombres de mediana edad. Uno de ellos tenía una sonrisa en el rostro y recibía chistes y bromas por parte de los otros tres. ¡Incluso él mismo se sumaba a los chascarrillos en su contra! Todos bromeaban de lo desaparecido que estaba desde que habían nacido sus mellizos hacía algo más de un año. Las canas tenían su cabello de plateado y ya estaban ganando la batalla por completo en la barba, la cual era completamente blanca por los laterales y empezaba a grisear en la zona de la perilla. En sus ojos se dibujan unas pocas arrugas, testigas de eternas noches casi en vela. Nada en aquel hombre dejaba intuir el agotamiento físico y mental que soportaba, nada salvo un leve brillo apagado en su mirada, pero que quedaba perfectamente enmascarado por su sonrisa y sentido del humor. El hecho de criar a tres hijos, dos de ellos bebés era extenuantemente exigente y nadie que no hubiera pasado por algo similar podría hacerse, ni siquiera, una ligera idea de lo que suponía tal proeza biológica.
-¡Por los viejos tiempos! - el enano alzó la copa.
-¡Ganbare!
-¡Ganbare!
-¡Ganbare!
El sonido, apenas imperceptible a unos pocos centímetros de la mesa, de copas chocando resonó por todo el tablero del mueble. Aunque de un primer vistazo la mesa pudiera parecer vacía, una ojeada en detalle revelaría unas figuras encima de esta. La más grande apenas alcanzaría los treinta centímetros de longitud, eran poco más que insectos de buen tamaño, sin embargo era la mesa con más consumición, y por mucho, de todo el local.
-Aunque esta última hornada no ha salido mal – comentó el Maquina
-No, la verdad que no. - confirmó el Chino.
-Aunque nada…
-... que ver con los viejos tiempos.
Los últimos en hablar habían sido Piqui y Miqui, los gemelos. Todos ellos formaban parte del grupo Los Piezas, famosos antisistemas tiempo atrás, pero que ahora se dedicaban a instruir a los nuevos reclutas de la Armada Revolucionaria. Sin embargo, al grupo de Los Piezas le faltaba alguien más… ¿Habría alzado la copa en el brindis? ¿O quizás se estaba perdiendo desde la primera hasta la decimo novena ronda?
-¡POR EL LARGO! - gritaron al unísono antes de golpear todas las jarras de nuevo con una envidiable sincronización.