Tofun
El Largo
05-09-2024, 12:05 PM
¡Era libre! ¡Libre por fin! Mi sed de libertad ahora era equiparable a mis ganas de degustar una buena cerveza, y lo mejor era que podía probar ambas al mismo tiempo. Había descendido de la base de la Marina hasta el pueblo de Rostock, y sentí una pequeña frustración al encontrar que donde antes estaban los mejores antros de mala muerte ahora había negocios variopintos de segunda categoría. ¿Una tienda de gominolas? ¿Una frutería? ¿En qué mundo había caído? ¡Me sentí como un dinosaurio en un parque temático de la modernidad!
El caso es que continué mi búsqueda y, por fin, di con uno de los de antes. Abrí la puerta, crucé el umbral de un salto como si estuviera en una carrera de obstáculos, olvidé cerrarla y dejé que el ambiente etílico me embriagara. ¡Qué agusto, joder! El ruido, las conversaciones interrumpidas, los golpes de las jarras en las mesas, el sudor de los camareros descendiendo en gotas hacia las consumiciones que servían... ¡Esto sí era vida! ¡Esto sí era un bar con todas las de la ley!
Me acerqué a la barra y pedí que me llevasen dos jarras de cerveza, una llena y una vacía, a la mesa o sillón donde me fuera a sentar. ¡Qué más da! No me importaba si me sentaba en una silla, en una mesa o en el suelo, lo importante era estar allí. Me di la vuelta y ojeé el ambiente, viendo una escena que se quedaría clavada en mi memoria para el fin de los días. Habían pasado muchos años, pero eran ellos, esa nariz torcida, esas arrugas mal envejecidas, esa calva en la nuca. ¡Eran ellos! Contenía la respiración de manera inconsciente mientras los miraba.
—¡POR EL LARGO!—¡Estaban brindando por mí! Una lágrima descendió rápidamente por mi mejilla, tenía un nudo en la garganta que ni una botella de licor podía deshacer. ¿Estaban allí porque hoy me liberaban? Iba a ir a brindar con e...
¡Hmpf!
Justo en ese momento, recibí una patada involuntaria de un cliente despistado que me lanzó volando hacia el exterior del local. Reboté un par de veces en el suelo como una pelota de playa, y me puse en pie como un resorte con la dignidad intacta (bueno, casi). No me había dolido, seguía emocionado, seguía con el nudo en la garganta. Me levanté y corrí para abrazarles, como un niño que encuentra su juguete favorito después de perderlo.
¡Cierra la puerta que escapa el gato!
¡Hmpf!
Justo en el momento en que iba a cruzar, alguien cerró la puerta golpeándome de lleno y haciéndome rebotar hasta atrás, repitiendo la escena anterior como si estuviera en una comedia de enredos. Gruñí, no quería perder el momento, no iba a volver a ocurrir. Di un pequeño salto y pateé la puerta con energía tumbándola al suelo y montando un pequeño escándalo que haría sonrojar a cualquier actor de teatro.
—¡Chicos! —Corrí hacia ellos, de un salto me subiría a la mesa y me rebozaría como una croqueta en la cerveza que había inundado la mesa por los múltiples brindis que aquella banda de ladronzuelos había hecho. — ¡No me lo puedo creer! ¡Estáis bien! Cómo me alegro de veros. — Mi emoción era incontrolable; iría a abrazar a unos, a otros, a darles palmadas en la espalda como si estuviera entrenando para los Juegos Olímpicos de la amistad. — Joder, estáis más feos que nunca. ¡Shahahahaha! — Era un momento extremadamente feliz, solo podría ser interrumpido al recibir mi consumición, lo cual me incitaría a sentarme con el grupo y comenzar una charla más ordenada, o al menos intentarlo, antes de que el caos se desatara de nuevo.
El caso es que continué mi búsqueda y, por fin, di con uno de los de antes. Abrí la puerta, crucé el umbral de un salto como si estuviera en una carrera de obstáculos, olvidé cerrarla y dejé que el ambiente etílico me embriagara. ¡Qué agusto, joder! El ruido, las conversaciones interrumpidas, los golpes de las jarras en las mesas, el sudor de los camareros descendiendo en gotas hacia las consumiciones que servían... ¡Esto sí era vida! ¡Esto sí era un bar con todas las de la ley!
Me acerqué a la barra y pedí que me llevasen dos jarras de cerveza, una llena y una vacía, a la mesa o sillón donde me fuera a sentar. ¡Qué más da! No me importaba si me sentaba en una silla, en una mesa o en el suelo, lo importante era estar allí. Me di la vuelta y ojeé el ambiente, viendo una escena que se quedaría clavada en mi memoria para el fin de los días. Habían pasado muchos años, pero eran ellos, esa nariz torcida, esas arrugas mal envejecidas, esa calva en la nuca. ¡Eran ellos! Contenía la respiración de manera inconsciente mientras los miraba.
—¡POR EL LARGO!—¡Estaban brindando por mí! Una lágrima descendió rápidamente por mi mejilla, tenía un nudo en la garganta que ni una botella de licor podía deshacer. ¿Estaban allí porque hoy me liberaban? Iba a ir a brindar con e...
¡Hmpf!
Justo en ese momento, recibí una patada involuntaria de un cliente despistado que me lanzó volando hacia el exterior del local. Reboté un par de veces en el suelo como una pelota de playa, y me puse en pie como un resorte con la dignidad intacta (bueno, casi). No me había dolido, seguía emocionado, seguía con el nudo en la garganta. Me levanté y corrí para abrazarles, como un niño que encuentra su juguete favorito después de perderlo.
¡Cierra la puerta que escapa el gato!
¡Hmpf!
Justo en el momento en que iba a cruzar, alguien cerró la puerta golpeándome de lleno y haciéndome rebotar hasta atrás, repitiendo la escena anterior como si estuviera en una comedia de enredos. Gruñí, no quería perder el momento, no iba a volver a ocurrir. Di un pequeño salto y pateé la puerta con energía tumbándola al suelo y montando un pequeño escándalo que haría sonrojar a cualquier actor de teatro.
—¡Chicos! —Corrí hacia ellos, de un salto me subiría a la mesa y me rebozaría como una croqueta en la cerveza que había inundado la mesa por los múltiples brindis que aquella banda de ladronzuelos había hecho. — ¡No me lo puedo creer! ¡Estáis bien! Cómo me alegro de veros. — Mi emoción era incontrolable; iría a abrazar a unos, a otros, a darles palmadas en la espalda como si estuviera entrenando para los Juegos Olímpicos de la amistad. — Joder, estáis más feos que nunca. ¡Shahahahaha! — Era un momento extremadamente feliz, solo podría ser interrumpido al recibir mi consumición, lo cual me incitaría a sentarme con el grupo y comenzar una charla más ordenada, o al menos intentarlo, antes de que el caos se desatara de nuevo.