06:21 de la mañana, 8 de Verano de 724
Isla Kilombo, paseo hacia el faro.
Había sido una noche larga. Bueno, ¿a quién engaño? ¡Todas las noches desde que salí de la cárcel habían sido largas! No recordaba cuánto había bebido… ni me importaba, si te soy sincero. Dejé de contar las consumiciones de alcohol allá por los 18 años. ¿Tú cuentas los vasos de agua que bebes? Pues yo no cuento las botellas de ron. Si hiciera eso, estaría más sobrio que un monje tibetano, y nadie quiere eso, ¿verdad?
Avanzaba a oscuras por el camino terroso que llevaba a la zona norte de la Isla Kilombo, una ruta verde y traicionera, con más piedras que recuerdos en mi cabeza. El sendero bordeaba los acantilados, y aunque tenía el equilibrio de un pulpo cojo, me gustaba sentir la brisa marina golpeándome la cara antes de desplomarme en cualquier esquina y quedarme frito hasta que el sol me echara a patadas del lecho improvisado. Mi vida era como un barco a la deriva, pero... ¡Hey! No estaba seguro si realmente me molestaba. Algo en el fondo de mi esperaba que llegase ya la misión del Ejército Revolucionario, pero hasta que llegara, mi fuerza de voluntad tenía la consistencia de un queso derretido por lo que no iba a romper mi particular rutina.
Llegué a una zona de acantilados, unos 10 metros por encima del nivel del mar. Abajo, una pequeña cala de piedras me saludaba con indiferencia, y el horizonte era un lienzo azul oscuro, cubierto por el manto la densa noche. Saqué fuerzas y, con la elegancia de un chimpancé, bajé la bragueta, tambaleándome mientras trataba de mantener la dignidad intacta. En la mano derecha, mi querido palo mayor que comenzaba a regar las aguas de un líquido amarillento, y en la izquierda, mi botella de ron, que escancié sobre mi boca con precisión… bueno, más o menos. Después lancé la botella al agua y me limpié el bigote con la manga, como todo caballero que se quiere hacer respetar. Eructé con tenacidad para comenzar a entonar.
—¡Soy capitán! ¡Hip! ¡Del Santa Inés! ¡Y en cada pueeeerto tengo una mujer! ¡Hip! — Comencé con una de mis canciones favoritas aunque a tirones pues luchaba contra el hipo que parecía querer más protagonismo que yo. Me balanceaba hacia adelante y hacia atrás, como si estuviera en época de apareamiento, mientras continuaba orinando sin miedo ni vergüenza. — ¡La rubia es...! — Proseguí entusiasmado.
Sin saberlo, mientras mi orgullo y mi hipo bailaban en aquel acantilado, estaba a punto de invocar una de las mayores calamidades del East Blue, algo más temible que la resaca del siglo: una calamidad de la nueva generación, de la que no había escuchado ni un murmullo. Después de todo, soy Tofun "El Largo", maestro en perderme los detalles importantes y en beberme los insignificantes.
- Tan solo llevo un arma tipo guantalete aplicable a mis manos, en realidad es un anillo.
- Llevo las ropas de mi imagen de perfil.
- No tengo mi Akuma aprobada pero si no es molestia y tu me confirmas, utilizaré sus usos básicos narrativos.