Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
05-09-2024, 06:22 PM
Cuando se lanzó la carga, su plan inicial era que el rubio fuera tras ella mientras abría hueco. Con el paso de los meses había aprendido a compensar su escasa agilidad con la fuerza desmesurada que era capaz de blandir como arma y así serle de utilidad a sus compañeros. Lo que desde luego no esperaba era que fueran a aprovechar su altura para usarla de trampolín y colarse directamente en el fuerte. En cualquier otro contexto aquello podría haber resultado insultante incluso, pero la forma tan natural en la que ambos habían cooperado le sacó una sonrisa de satisfacción ahora que se paraba a analizarlo. Su mirada se desvió hacia el segundo piso, donde Atlas mantenía a raya y tiraba a cuantos se atrevían a entrar a la estructura.
—Bien entonces, procuraré que no se me escapen muchos —dijo alzando la voz y volviendo la vista al frente, concretamente hacia la congregación de reclutas y soldados que se estaba formando unos metros más adelante.
Paseo un poco frente a la entrada principal, sopesando el peso de su arma en una mano sin quitarle el ojo de encima a sus oponentes. Debía haber cerca de una docena cuyos integrantes parloteaban entre ellos entre murmullos. Solo por su número estaba claro que ese montón de gente lo conformaba más de un grupo y no sería ninguna sorpresa que estuvieran pactando una tregua temporal para pasarle por encima. Tampoco sería la primera vez, aunque ahora la diferencia estaba en que no tenía que ocuparse de todo a la vez: podía centrarse en darle una lección de humildad y respeto a sus compañeros.
Durante esta pequeña pausa, algunos marines se apresuraron a utilizar los accesos más estrechos que se encontraban en los laterales, asegurándose de no entrar en la zona de amenaza de la oni. Ver aquello hacía que Camille ardiera en deseos de ir tras ellos por cobardes, pero su trabajo era proteger la entrada principal. Además, a juzgar por lo que iba diciendo Atlas en un tono evidentemente forzado, no parecía que fueran a suponerle ningún problema. La aguda vista de la recluta no pasó por alto la frustrada expresión de Shawn, que observaba toda la escena con un notable desdén. No tenía claro si serían capaces de hacer frente al resto de grupos en caso de que decidieran aliarse contra ellos, pero desde luego saldrían victoriosos de su pulsito con el sargento.
—¿Venís o qué? No tenemos todo el día —bravucona, la oni extendió los brazos hacia los lados con dramatismo—. ¿O es que os da miedo ir de frente?
Sus palabras salieron con cierto rencor, uno que rara vez dejaba que aflorara hacia la superficie desde lo más profundo de su ser. Es cierto que rara vez escuchaba comentarios despectivos hacia ella, pero no se le escapaban las discretas miradas cargadas de juicio, los murmullos que no llegaba a entender y los dedos señalándola cuando creían que no miraba. En el día a día no le afectaba, o al menos eso era lo que ella creía desde hacía un tiempo. La realidad era que había aprendido a normalizarlo de alguna forma para que, si le afectaba, al menos no tuviera un efecto palpable. Siempre había creído que el motivo de aquel rechazo era por el hecho de ser diferente, pero nunca se había planteado la posibilidad de que, quizá, también fuera por lo fácil que le resultaba pasar por encima de sus compañeros en casi cualquier cosa. Aquel ejercicio sería uno de tantos ejemplos.
Tras su provocación, la recién formada alianza se abalanzó hacia ella intentando abrumarla a base de números. Sus dos manos apretaron el mango de la espada de madera y flexionó ligeramente las piernas mientras se preparaba para el choque. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, trazó un amplio arco con tanta fuerza que hasta el aire pareció revolverse con él, golpeando a cerca de media docena de marines en un solo movimiento y lanzándolos por los aires. El resto se tambaleó un poco pero trataron de seguir su camino, evadiendo a la oni como buenamente pudieron.
—Y una mierda. ¿Dónde os creéis que vais? —rugió, girando sobre sus pies mientras volvía a blandir el arma con una brutalidad desmedida. Dos de ellos se zafaron, pero el resto salió rodando por los suelos junto a los primeros.
Quizá no fueran a morirse por ello, pero sin duda la potencia con la que Camille golpeaba era digna de mención, lo suficiente al menos como para que más de uno se levantase al día siguiente con dolores por todo el cuerpo. Dio dos rápidas zancadas para adentrarse mínimamente en el fuerte y extendió el brazo para atrapar contra ella a los que se habían librado del segundo ataque. Quizá no fuera muy rápida, pero un paso suyo eran tres o cuatro de los de ellos.
—¡Suelta joder! —exigió uno de ellos, dándole un codazo en el rostro a su compañero sin querer por los nervios que resonó junto a un rotundo «¡Ay!»—. Hostias, lo siento.
Como una madre que lleva a sus hijos en brazos, la recluta salió hacia fuera con ambos enganchados. Alzó la espada y se la dejó apoyada en el hombro, observando el panorama de la puerta principal. Aunque se sentía un poco culpable por ello, no podía negar que todo eso le estaba resultando muy satisfactorio. Su mirada buscó a sus superiores, entre los cuales sabía que había alguno que tampoco la tragaba del todo... y soltó a los cachorros contra el suelo sin mucha delicadeza, dándoles una patada en el culo para que se alejasen de allí. Shawn casi no le estaba prestando atención a ella, sino que su mirada se mantenía clavada en el segundo piso del fuerte. Atlas debía ser una fijación que el calvo había desarrollado en apenas unas semanas. ¿Igual debían presentarle una queja formal a la capitana?
Con curiosidad, Camille giró el rostro para seguirla y ver qué tal se le estaba dando a su compañero.
—Bien entonces, procuraré que no se me escapen muchos —dijo alzando la voz y volviendo la vista al frente, concretamente hacia la congregación de reclutas y soldados que se estaba formando unos metros más adelante.
Paseo un poco frente a la entrada principal, sopesando el peso de su arma en una mano sin quitarle el ojo de encima a sus oponentes. Debía haber cerca de una docena cuyos integrantes parloteaban entre ellos entre murmullos. Solo por su número estaba claro que ese montón de gente lo conformaba más de un grupo y no sería ninguna sorpresa que estuvieran pactando una tregua temporal para pasarle por encima. Tampoco sería la primera vez, aunque ahora la diferencia estaba en que no tenía que ocuparse de todo a la vez: podía centrarse en darle una lección de humildad y respeto a sus compañeros.
Durante esta pequeña pausa, algunos marines se apresuraron a utilizar los accesos más estrechos que se encontraban en los laterales, asegurándose de no entrar en la zona de amenaza de la oni. Ver aquello hacía que Camille ardiera en deseos de ir tras ellos por cobardes, pero su trabajo era proteger la entrada principal. Además, a juzgar por lo que iba diciendo Atlas en un tono evidentemente forzado, no parecía que fueran a suponerle ningún problema. La aguda vista de la recluta no pasó por alto la frustrada expresión de Shawn, que observaba toda la escena con un notable desdén. No tenía claro si serían capaces de hacer frente al resto de grupos en caso de que decidieran aliarse contra ellos, pero desde luego saldrían victoriosos de su pulsito con el sargento.
—¿Venís o qué? No tenemos todo el día —bravucona, la oni extendió los brazos hacia los lados con dramatismo—. ¿O es que os da miedo ir de frente?
Sus palabras salieron con cierto rencor, uno que rara vez dejaba que aflorara hacia la superficie desde lo más profundo de su ser. Es cierto que rara vez escuchaba comentarios despectivos hacia ella, pero no se le escapaban las discretas miradas cargadas de juicio, los murmullos que no llegaba a entender y los dedos señalándola cuando creían que no miraba. En el día a día no le afectaba, o al menos eso era lo que ella creía desde hacía un tiempo. La realidad era que había aprendido a normalizarlo de alguna forma para que, si le afectaba, al menos no tuviera un efecto palpable. Siempre había creído que el motivo de aquel rechazo era por el hecho de ser diferente, pero nunca se había planteado la posibilidad de que, quizá, también fuera por lo fácil que le resultaba pasar por encima de sus compañeros en casi cualquier cosa. Aquel ejercicio sería uno de tantos ejemplos.
Tras su provocación, la recién formada alianza se abalanzó hacia ella intentando abrumarla a base de números. Sus dos manos apretaron el mango de la espada de madera y flexionó ligeramente las piernas mientras se preparaba para el choque. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, trazó un amplio arco con tanta fuerza que hasta el aire pareció revolverse con él, golpeando a cerca de media docena de marines en un solo movimiento y lanzándolos por los aires. El resto se tambaleó un poco pero trataron de seguir su camino, evadiendo a la oni como buenamente pudieron.
—Y una mierda. ¿Dónde os creéis que vais? —rugió, girando sobre sus pies mientras volvía a blandir el arma con una brutalidad desmedida. Dos de ellos se zafaron, pero el resto salió rodando por los suelos junto a los primeros.
Quizá no fueran a morirse por ello, pero sin duda la potencia con la que Camille golpeaba era digna de mención, lo suficiente al menos como para que más de uno se levantase al día siguiente con dolores por todo el cuerpo. Dio dos rápidas zancadas para adentrarse mínimamente en el fuerte y extendió el brazo para atrapar contra ella a los que se habían librado del segundo ataque. Quizá no fuera muy rápida, pero un paso suyo eran tres o cuatro de los de ellos.
—¡Suelta joder! —exigió uno de ellos, dándole un codazo en el rostro a su compañero sin querer por los nervios que resonó junto a un rotundo «¡Ay!»—. Hostias, lo siento.
Como una madre que lleva a sus hijos en brazos, la recluta salió hacia fuera con ambos enganchados. Alzó la espada y se la dejó apoyada en el hombro, observando el panorama de la puerta principal. Aunque se sentía un poco culpable por ello, no podía negar que todo eso le estaba resultando muy satisfactorio. Su mirada buscó a sus superiores, entre los cuales sabía que había alguno que tampoco la tragaba del todo... y soltó a los cachorros contra el suelo sin mucha delicadeza, dándoles una patada en el culo para que se alejasen de allí. Shawn casi no le estaba prestando atención a ella, sino que su mirada se mantenía clavada en el segundo piso del fuerte. Atlas debía ser una fijación que el calvo había desarrollado en apenas unas semanas. ¿Igual debían presentarle una queja formal a la capitana?
Con curiosidad, Camille giró el rostro para seguirla y ver qué tal se le estaba dando a su compañero.