Lemon Stone
MVP
05-09-2024, 10:44 PM
Capítulo II
La noche había caído en el pequeño pueblo como una manta pesada. El silencio era profundo, roto solo por el ocasional canto de algún grillo desubicado y el susurro del viento que agitaba las ramas de los árboles cercanos. El cielo, cubierto de estrellas, ofrecía una belleza inigualable. Aunque hubiera lodo por todos lados, aunque la gente del pueblo oliese mal y fuera pobre, Lemon presenciaba un escenario único y difícil de describir. Le hubiera gustado tener una cámara fotográfica para recordar eternamente el momento, pero la había dejado en casa; consideraba que portar ciertos “lujos” era contraproducente con la Causa.
Estaba acostado en la minúscula cama de la habitación que le habían asignado, una cama que parecía diseñada para torturar a los forasteros en vez de dejarles descansar apropiadamente. El colchón era tan fino que se podía sentir cada tabla debajo, y la única almohada disponible parecía más bien una bolsa de harina mal colocada. A menos que quisiera aparentar ser un auténtico pobre esperaba que no se le pegaran los piojos. A su alrededor, las paredes de madera crujían de vez en cuando, como si quisieran recordarle lo duro que sería el camino a partir de ahora.
Lemon suspiró, mirando el techo. Había sido un día largo, con Ronny quejándose cada diez minutos y su encuentro con Bea, para ser sinceros, había sido lo único bueno del día. Se imaginó a Bea en su casa, probablemente horneando más pan, con sus trenzas rubias ondeando al viento como si protagonizara una de esas escenas ridículamente bucólicas de un comercial de mantequilla. ¿Y si le dedicaba algo más que solo un bonito pensamiento…?
De repente, el aire cambió. Algo no estaba bien. Lemon frunció el ceño y se enderezó en la cama, olfateando como cocainómano en búsqueda de cocaína. El aroma a humo llenó la habitación, y una luz naranja comenzó a filtrarse por la ventana. Lentamente, se levantó, con la pereza de alguien que no está del todo convencido de que fuera problema suyo, y caminó hacia la ventana, asomándose.
-Oh, claro -murmuró para sí mismo al ver que las llamas devoraban una casa a lo lejos-. Lo que faltaba: pueblerinos adictos a la pirotecnia. ¿De dónde habrán sacado dinero para los fuegos artificiales…?
Durante un breve segundo, consideró volver a la cama. Después de todo, había tenido un día inconmensurablemente agotador y probablemente los vecinos se encargarían. Sin embargo, una idea lo golpeó. Si había una forma de sorprender a Bea, era haciéndose pasar por héroe. Bea, con su cabello dorado y esas pecas tan… rurales, agradecería el genuino gesto altruista de Lemon.
Tomando una bocanada de aire, y con el dramatismo de un héroe de leyenda (o al menos, eso creía él), salió corriendo hacia la puerta. Mientras corría, y porque no acababa de colocarse los pantalones, tropezó con un pequeño taburete de madera y maldijo en voz baja.
******
A medida que se acercaba a la casa en llamas, la situación parecía más grave de lo que había pensado. Eso, o a la gente le gustaba la carne MUY asada. Las llamas rugían con furia, devorando el techo como si hubieran estado esperando años por un banquete. Varios vecinos ya se habían reunido, lanzando desesperadamente cubos de agua sobre las llamas. Al parecer, la estrategia de lucha contra incendios del pueblo consistía en una cadena de baldes que apenas lograba mojar las paredes exteriores.
-Tal vez si llenan un balde más, el fuego se extinga por pura cortesía. O igual se lo piden por favorcito -comentó Lemon, las manos en los bolsillos.
-¡Bea está adentro! -gritó alguien, con tono agudo y señalando la casa. Lemon detuvo su marcha. Su instinto inicial fue decir algo inapropiado, algo sarcástico e imbécil, tal vez algo sobre cómo los incendios eligen discriminatoriamente a los pobres por edificar casas de madera en vez de hormigón armado, pero… Bea estaba realmente dentro.
-¡No permitiré que mi nena termine como uno de los panecillos que vende! -rugió, apretando los puños, y su cuerpo se movió antes de que su cerebro pudiera pensar en otra frase elocuente.
Le quitó el balde a un anciano que intentaba ayudar y se empapó. Solo entonces se lanzó hacia la puerta principal, donde el calor lo golpeó en pleno rostro. El aire alrededor de la casa vibraba, distorsionado por el calor, y una nube de humo comenzaba a envolver el techo. Si usaran ladrillos en vez de tablas resecas, el fuego se habría detenido hacía mucho, pensó brevemente ante de abrir la puerta de una patada que no resultó tan heroica como esperaba.
El interior de la casa era un caos. El fuego consumía las vigas de techo, y las llamas danzaban sobre los muebles como si hubieran estado ensayando un número musical. A través del humo, Lemon vio una figura al fondo, cerca de una ventana. Era Bea, atrapada entre las llamas y una pared que ya comenzaba a arder.
-¡De ninguna manera toleraré esto! ¡Nadie calentará a esta muchachita más que estos brazos fuertes y perfectos! -gruñó, sintiendo que su garganta se secaba inmediatamente por el calor. Bea lo miró, sus ojos caramelo brillando con miedo, pero también con una chispa de incredulidad.
Lemon corrió hacia ella, esquivando un trozo de madera en llamas que cayó del techo. La tomó de la mano y, por alguna razón que ni él entendía, en lugar de hacer un comentario mordaz, simplemente la sacó de allí. ¿Y si el fuego había encendido sus neuronas? ¿Y si había perdido su innata capacidad de hacer comentarios sarcásticos y apropiados? Mientras la conducía hacia la salida, Bea tropezó y cayó al suelo.
-¡Oh, vamos! -exclamó Lemon, irritado-. ¿Qué tan difícil puede ser correr entre llamas, vigas asesinas y este maldito humo que me dejará negro, completamente negro? ¡Levántate, mujer! ¡Vamos!
La levantó de un tirón, como si no pesara más que una pluma, y la llevó hacia la puerta. El calor era insoportable, y por un momento pensó que su preciado cabello rubio, sencillamente maravilloso, podría no sobrevivir a la aventura. ¿Y si terminaba calvo? Jamás podría regresar a casa ni unirse a las filas de la Causa. Había escuchado que el Ejército Revolucionario no aceptaba calvos.
Salieron de la casa justo a tiempo. Al dar el último paso fuera, una parte del techo cedió y cayó al suelo, envuelta en llamas. Lemon, sudoroso y con el rostro cubierto de cenizas, se dejó caer con Bea a su lado. Ella respiraba con dificultad, pero se veía… bien. Los vecinos aplaudían y murmuraban entre ellos, probablemente impresionados por el desplante de Lemon.
-¿Me están… aplaudiendo? -murmuró-. ¡Maldita sea, claro que me están aplaudiendo! ¡Soy un maldito héroe! -gritó, su corazón latiendo aceleradamente por lo que acababa de vivir.
Bea lo miró y, aunque su rostro estaba manchado por el humo, se veía agradecida. Una sonrisa apareció en sus labios, y Lemon supo que había hecho lo correcto, una sensación que sentía cada mañana cuando elegía un cigarrillo y una cerveza en vez de un vaso de leche y unas galletas sin azúcar.
-Gracias… -susurró ella, su voz débil pero llena de admiración.
-No fue nada. En mis tiempos libres me gusta rescatar a damiselas en peligro -respondió Lemon, tratando de sonar despreocupado.
Antes de que pudiera agregar otro comentario ingenioso, Ronny apareció de la nada con su habitual expresión severa.
-Claro, mientras uno trabaja como burro todo el día, tú te llevas las ovaciones -dijo, lanzando una mirada hacia el humo que aún salía de la casa-. ¿Qué será lo próximo, héroe? ¿Salvar a un gatito?
Lemon lo miró con cansancio. El precio de ser asombroso es que siempre hay gente que no lo entiende.