Hay rumores sobre…
... que en cierta isla del East Blue, hubo hasta hace poco tiempo un reino muy prospero y poderoso, pero que desapareció de la faz de la tierra en apenas un día.
[Común] [C-Pasado] Trapicheos casi legales
Airgid Vanaidiam
Metalhead
¿Quién le iba a decir a Airgid que aquel día conocería a alguien tan curioso? Alguien que le despertaría el gusanillo. Y le habría encantado seguir conociéndole durante más tiempo, más días. Airgid solía ser una mujer muy lanzada, extrovertida, abierta... aparentemente despreocupada. Pero en el fondo aún tenía unas ataduras muy arraigadas a aquella isla y a su gente. Sus amigos le habían dicho en muchas ocasiones que tenía que seguir avanzando, que tenía que perseguir sus sueños en lugar de pensar tanto en los demás, pero aún no era capaz de hacerlo. Simplemente no era el momento.

Byron lo aceptó sin problema, se le notaba que no era una persona que sintiera rencor por asuntos de ese tipo, de hecho parecía ser bastante comprensivo con ella. Todo el rato que llevaban conociéndose le había parecido un hombre... cómo decirlo, caballeroso. Quizás dicha actitud se debía a los intentos de ronear con ella, pero fuera como fuese, le había demostrado ser gentil, amable. Y con sentido del humor. La mujer sonrió al escucharle decir que había encontrado en ella a una compañera de comidas con la que poder compartir las reseñas de las diferentes tartas de queso que se iba a dedicar a comer por todo el mar. En aquel momento supo que tenía un amigo. Más aún cuando le dijo que si quería en algún momento ir a buscarle, encontraría noticias suyas en el periódico. En aquel momento arqueó ligeramente la ceja, con un gesto de curiosidad en la cara. — ¿Sí? No me diga que ere famoso. — Se llevó otro trocito de tarta de queso a la boca. Aún no le conocía mucho, Airgid se dejaba llevar por las vibraciones que le transmitía la gente para saber si seguir acercándose a alguien o no, pero con cada cosa nueva que aprendía se quedaba más prendada de aquella conversación.

Ante su pequeña propuesta de regateo, Byron se quedó aparentemente mudo por un momento. Airgid no sabía en qué clase de idea estaba pasando por aquella cabeza morada suya, pero solo el silencio y el sonido que hizo al tragar saliva hizo que se le escapara una risilla. Tampoco es que fuera muy difícil, Airgid era una mujer bastante risueña. Al menos le dejó claro que no, que no iba a aceptar ningún tipo de regateo, a no ser que hubiera algo más íntimo de por medio. La sonrisa de Airgid se afiló, en un gesto pícaro. — Tenía que intentarlo, ¿no? — Se encogió de hombros, dándose por vencida. Ya le había hecho un buen precio y le había ofrecido una agradable comida. No iba a seguir tentando su propia suerte.

Una vez se terminaron el postre, Byron hizo un poco de hueco en la mesa para dejar encima la caja con el arma en su interior. La abrió con tranquilidad, generando unos segundos de expectación que inevitablemente se le contagió a la rubia. Una vez pudo volver a verla de cerca, corroboró de nuevo que aquel arma se trataba de un ejemplar excelente. La verdad es que las largas distancias no era lo suyo, pero desaprovechar aquella ocasión habría sido terriblemente estúpido. Y nunca se sabía del todo cuando iba a hacerte falta disparar a alguien desde más de cincuenta metros de distancia, ¿no? Era mejor ir siempre bien provista. Sin perder más el tiempo, Byron le preguntó directamente por los berries.

La rubia le guiñó un ojo y procedió a sacar un pequeño monedero del interior de su escote, entre sus pechos. Puede que no fuera un lugar muy cómodo donde guardar el dinero, pero desde luego sí que era seguro. Nadie tocaría en ese sitio sin que Airgid le arrancara la mano de cuajo en el intento. ¿Cómo era posible que cuatrocientos mil berries cupieran en aquel monedero tan modesto? Misterios de mujer, supongo. Lo dejó caer sobre la mesa y las monedas de su interior resonaron al chocar entre ellas. — Puede contarlo si quiere. — Ahí se iban una buena parte de sus ahorros... pero qué coño, Airgid no era tacaña. La compra merecía la pena. No pensaba darle más vueltas. — Aún no te he perdío de vista y ya tengo gana de que nos volvamo a ver... — Reflexionó en voz alta. — Quizá la próxima vez tengas algo más que ofrecerme. O quizá sea al revés. No estaría mal, ¿no? — Se anticipaba que pronto vendría el momento de despedirse. Ella tenía cosas que hacer y seguramente él también, parecía ser alguien bastante ocupado. Pero la promesa de que no sería la última vez que coincidieran fue suficiente como para sentirse tremendamente optimista.
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