Octojin
El terror blanco
06-09-2024, 09:21 AM
Octojin observó a Asradi con una mezcla de gratitud y admiración. Mientras ella se disculpaba por haber dormido tanto, él solo podía sentir una calma y una extraña calidez en su interior. No estaba seguro de por qué su presencia le hacía sentir así, pero no le desagradaba en absoluto. El contacto de su mano pequeña y delicada en la suya, firme y escamosa, le resultaba reconfortante. El tiburón sonrió, tratando de ignorar esa sensación nueva y confusa que se agitaba en su pecho, algo que nunca antes había experimentado.
—Estoy bien —respondió, apretando suavemente la mano de Asradi antes de soltarla con cuidado—. Solo me aburrí un poco. Cortar la carne me llevó un buen rato, pero más allá de eso, todo ha estado bastante tranquilo. He visto que tenemos algunas pintadas allí —señaló en dirección a donde había encontrado los extraños dibujos—, pero no he logrado ver qué significan. Y poco más, lo más emocionante ha sido el tema del felino.
El tiburón se rió ligeramente ante la breve mirada de sorpresa que ella le lanzó cuando mencionó el animal que había pasado por la cueva.
—Sí, era una bestia extraña, algo parecido a un felino grande. Pero por alguna razón, no parecía tener hambre o simplemente no me vio como una amenaza. Levanté las manos, y fue suficiente para que siguiera su camino al fondo de la cueva —explicó, tratando de tranquilizarla—. No creo que tengamos problemas con él, pero por si acaso, me aseguré de limpiar el área y lanzar los restos de la bestia al río para evitar atraer a más animales. Igualmente, estaremos alerta.
El tiburón la observó mientras ella se acomodaba a su lado, aunque manteniendo una distancia respetuosa. Por alguna razón, notaba su corazón latir más rápido, como si algo dentro de él se removiera. Se sentía extrañamente cómodo con ella, y la cercanía de la sirena le provocaba una mezcla de nerviosismo y seguridad, sensaciones que no terminaba de comprender. "¿Qué me está pasando?", pensaba, mientras trataba de centrarse en preparar la comida.
—No he dormido nada, esta vez te tocaba a ti —continuó mientras colocaba los trozos de carne cocinada sobre unas hojas limpias—. Pero me siento mucho mejor ahora que la herida parece estar sanando bien. —Agregó con una sonrisa que intentaba restarle importancia a su propio estado.
Con la comida lista, Octojin se levantó para recoger la fruta que había recolectado del árbol cercano. Colocó una variedad de cocos, frutas exóticas y frutos rojos junto a ellos, y se sentó nuevamente.
—Aquí tienes, recogí estas frutas antes y aún no nos las hemos comido. —Octojin ofreció la gran variedad, señalando la colorida colección que había puesto a su lado—. Los frutos rojos son mis preferidos, pero hay cocos también, si te gustan, tienen más nutrientes que el agua.
Mientras comenzaban a comer, la mente de Octojin vagaba, intentando poner en orden los sentimientos que lo embargaban. Asradi era diferente a cualquier ser que hubiera conocido antes. Su preocupación genuina, su risa suave, y el simple hecho de que estuviera allí, compartiendo ese momento con él, le resultaban... ¿agradables? ¿Envolventes? Era una sensación extraña, como si algo cálido y familiar se estuviera formando en su interior, aunque no podía identificar exactamente qué era. Nunca había sentido nada igual, eso estaba claro, pero quizá lo que más se le acercaba era el sentimiento de familia que tenía en la Isla Gyojin. Y aún así, no lo recordaba igual. Pero claro, quizá es complicado comparar sentimientos cuando hay tantos años de por medio. Aquella sensación que algún día experimentó en su isla natal, estaba prácticamente olvidada.
Cuando Asradi le preguntó a dónde iría después, Octojin bajó la mirada hacia el fuego, pensativo. Lo cierto era que ni siquiera él se lo había preguntado.
—Soy un hijo del mar —respondió finalmente, levantando la vista hacia ella con una sonrisa tranquila—. No tengo un rumbo fijo. Voy a donde las corrientes me lleven. Es la forma en la que siempre he vivido, y aunque esta isla ha sido interesante, tiene demasiados peligros para quedarse mucho tiempo. Creo que pronto me marcharé. Me encuentro bastante mejor gracias a ti, y creo que mantenernos aquí con tantas bestias de garras afiladas, aves gigantes de agudos graznidos y ruidos por aquí y por allá... Sería poco inteligente. Nos merecemos un sitio más tranquilo y poder descansar, ¿no?
Hizo una pausa, como si sopesara sus propias palabras, y luego añadió otra reflexión con suavidad. Sin pensar, sólo dejó que las palabras saliesen de él con una verdadera sinceridad. Como si se estuviese confesando, y con la tranquilidad de estar hablando frente a alguien con quien había cogido mucha confianza.
—Pero conocer este lugar y conocerte a ti, ha sido increíble. —Sonrió más ampliamente esta vez—. No suelo decir eso a menudo. El mar tiene sus propias lecciones, pero las islas y la gente que uno encuentra también tienen mucho que enseñarnos. Y me resulta muy curioso que dos habitantes del mar nos hayamos conocido en tierra firme. Pero el destino es caprichoso a veces.
Octojin volvió a centrarse en la comida, tratando de disimular su repentina seriedad. Sin embargo, no podía evitar sentirse atrapado en esa sensación desconocida que le provocaba la presencia de Asradi. Había algo en ella, algo que lo hacía querer quedarse, al menos un poco más. Pero sabía que su lugar siempre estaría en las profundidades del océano, donde el agua era su compañera más leal.
—Me pregunto a dónde me llevará el mar después de esto —murmuró, más para sí mismo que para ella, mientras continuaban comiendo en silencio.
El gyojin se levantó cuando le quedaba la mitad del filete y cogió algunos frutos rojos junto a un coco. Tuvo que golpear el coco varias veces contra la piedra ensangrentada donde habían cocinado hasta poder partirlo, y entonces le ofreció una de las dos mitades a la sirena. No sabía si le gustaría o si lo habría probado alguna vez, pero seguro que aquella era una buena oportunidad para hacerlo. Desgraciadamente, el coco no tenía mucho contenido, pero al menos el justo para probarlo.
Tras ello, se volvió a sentar cerca de Asradi. Casi por inercia y sin darse cuenta lo hizo más cerca, obviando la regla que habían parecido escribir de guardar cierta distancia. Estaban separados por apenas dos palmos del tiburón. Y entonces, juntó los frutos rojos con el filete, y, antes de dar un bocado, le lanzó la misma pregunta que había recibido un momento antes.
—Y dime... ¿Dónde tienes pensado ir tú?
—Estoy bien —respondió, apretando suavemente la mano de Asradi antes de soltarla con cuidado—. Solo me aburrí un poco. Cortar la carne me llevó un buen rato, pero más allá de eso, todo ha estado bastante tranquilo. He visto que tenemos algunas pintadas allí —señaló en dirección a donde había encontrado los extraños dibujos—, pero no he logrado ver qué significan. Y poco más, lo más emocionante ha sido el tema del felino.
El tiburón se rió ligeramente ante la breve mirada de sorpresa que ella le lanzó cuando mencionó el animal que había pasado por la cueva.
—Sí, era una bestia extraña, algo parecido a un felino grande. Pero por alguna razón, no parecía tener hambre o simplemente no me vio como una amenaza. Levanté las manos, y fue suficiente para que siguiera su camino al fondo de la cueva —explicó, tratando de tranquilizarla—. No creo que tengamos problemas con él, pero por si acaso, me aseguré de limpiar el área y lanzar los restos de la bestia al río para evitar atraer a más animales. Igualmente, estaremos alerta.
El tiburón la observó mientras ella se acomodaba a su lado, aunque manteniendo una distancia respetuosa. Por alguna razón, notaba su corazón latir más rápido, como si algo dentro de él se removiera. Se sentía extrañamente cómodo con ella, y la cercanía de la sirena le provocaba una mezcla de nerviosismo y seguridad, sensaciones que no terminaba de comprender. "¿Qué me está pasando?", pensaba, mientras trataba de centrarse en preparar la comida.
—No he dormido nada, esta vez te tocaba a ti —continuó mientras colocaba los trozos de carne cocinada sobre unas hojas limpias—. Pero me siento mucho mejor ahora que la herida parece estar sanando bien. —Agregó con una sonrisa que intentaba restarle importancia a su propio estado.
Con la comida lista, Octojin se levantó para recoger la fruta que había recolectado del árbol cercano. Colocó una variedad de cocos, frutas exóticas y frutos rojos junto a ellos, y se sentó nuevamente.
—Aquí tienes, recogí estas frutas antes y aún no nos las hemos comido. —Octojin ofreció la gran variedad, señalando la colorida colección que había puesto a su lado—. Los frutos rojos son mis preferidos, pero hay cocos también, si te gustan, tienen más nutrientes que el agua.
Mientras comenzaban a comer, la mente de Octojin vagaba, intentando poner en orden los sentimientos que lo embargaban. Asradi era diferente a cualquier ser que hubiera conocido antes. Su preocupación genuina, su risa suave, y el simple hecho de que estuviera allí, compartiendo ese momento con él, le resultaban... ¿agradables? ¿Envolventes? Era una sensación extraña, como si algo cálido y familiar se estuviera formando en su interior, aunque no podía identificar exactamente qué era. Nunca había sentido nada igual, eso estaba claro, pero quizá lo que más se le acercaba era el sentimiento de familia que tenía en la Isla Gyojin. Y aún así, no lo recordaba igual. Pero claro, quizá es complicado comparar sentimientos cuando hay tantos años de por medio. Aquella sensación que algún día experimentó en su isla natal, estaba prácticamente olvidada.
Cuando Asradi le preguntó a dónde iría después, Octojin bajó la mirada hacia el fuego, pensativo. Lo cierto era que ni siquiera él se lo había preguntado.
—Soy un hijo del mar —respondió finalmente, levantando la vista hacia ella con una sonrisa tranquila—. No tengo un rumbo fijo. Voy a donde las corrientes me lleven. Es la forma en la que siempre he vivido, y aunque esta isla ha sido interesante, tiene demasiados peligros para quedarse mucho tiempo. Creo que pronto me marcharé. Me encuentro bastante mejor gracias a ti, y creo que mantenernos aquí con tantas bestias de garras afiladas, aves gigantes de agudos graznidos y ruidos por aquí y por allá... Sería poco inteligente. Nos merecemos un sitio más tranquilo y poder descansar, ¿no?
Hizo una pausa, como si sopesara sus propias palabras, y luego añadió otra reflexión con suavidad. Sin pensar, sólo dejó que las palabras saliesen de él con una verdadera sinceridad. Como si se estuviese confesando, y con la tranquilidad de estar hablando frente a alguien con quien había cogido mucha confianza.
—Pero conocer este lugar y conocerte a ti, ha sido increíble. —Sonrió más ampliamente esta vez—. No suelo decir eso a menudo. El mar tiene sus propias lecciones, pero las islas y la gente que uno encuentra también tienen mucho que enseñarnos. Y me resulta muy curioso que dos habitantes del mar nos hayamos conocido en tierra firme. Pero el destino es caprichoso a veces.
Octojin volvió a centrarse en la comida, tratando de disimular su repentina seriedad. Sin embargo, no podía evitar sentirse atrapado en esa sensación desconocida que le provocaba la presencia de Asradi. Había algo en ella, algo que lo hacía querer quedarse, al menos un poco más. Pero sabía que su lugar siempre estaría en las profundidades del océano, donde el agua era su compañera más leal.
—Me pregunto a dónde me llevará el mar después de esto —murmuró, más para sí mismo que para ella, mientras continuaban comiendo en silencio.
El gyojin se levantó cuando le quedaba la mitad del filete y cogió algunos frutos rojos junto a un coco. Tuvo que golpear el coco varias veces contra la piedra ensangrentada donde habían cocinado hasta poder partirlo, y entonces le ofreció una de las dos mitades a la sirena. No sabía si le gustaría o si lo habría probado alguna vez, pero seguro que aquella era una buena oportunidad para hacerlo. Desgraciadamente, el coco no tenía mucho contenido, pero al menos el justo para probarlo.
Tras ello, se volvió a sentar cerca de Asradi. Casi por inercia y sin darse cuenta lo hizo más cerca, obviando la regla que habían parecido escribir de guardar cierta distancia. Estaban separados por apenas dos palmos del tiburón. Y entonces, juntó los frutos rojos con el filete, y, antes de dar un bocado, le lanzó la misma pregunta que había recibido un momento antes.
—Y dime... ¿Dónde tienes pensado ir tú?