Octojin
El terror blanco
06-09-2024, 12:53 PM
Octojin se sentó en la cama de la habitación pequeña y austera de la posada que había escogido para pasar la noche en Loguetown. La posada era bastante cutre, pero fue la única que consiguió con una cama tan grande como necesitaba. Las viejas paredes de madera no dejaban de crujir levemente con el vaivén del viento, y una única lámpara sucia y con la mitad de las bombillas fundidas, colgaba del techo, la cual oscilaba, proyectando sombras danzantes sobre el piso desgastado. Era tarde, y el único sonido que eclipsaba el silencio era el murmullo de las olas rompiendo contra los muelles cercanos.
El gyojin se intentó acomodar, hundiéndose poco a poco en la blanda cama sobre la que estaba sentado de manera incómoda. Con la mirada perdida en el vacío, continuó reflexionando sobre la conversación que había tenido con Atlas, que aún le hacía dar vueltas en su mente. No podía quitarse aquél momento de la cabeza. Repetía una y otra vez los diálogos, que casi se los había aprendido de memoria, aunque quizá había sustituido unas palabras por otras, pero el significado de las frases y el mensaje en sí venía a ser el mismo. Lo cierto es que el tiburón estaba agitando un mar de dudas y posibilidades que no había considerado antes. ¿Unirse a la Marina? ¿Acaso eso había sido una opción en algún momento? Lo cierto es que no, no lo había sido. Nunca se había planteado algo así. Y aunque bien la idea era tan atractiva como aterradora, no había estado en la cabeza del tiburón ningún momento antes de conocer a Atlas y Camille. Con ello, existía la posibilidad de pertenecer a algo más grande, una comunidad donde pudiera encontrar aceptación y propósito. Pero el miedo a perder su identidad, a traicionar a sus raíces y enfrentarse al rechazo no solo de los humanos sino también de su propia raza, era lo que más preocupación le daba. Aquello, sin duda, le tendría toda la noche en vela.
Las palabras de Atlas habían despertado en Octojin un sentimiento de camaradería inesperado, un breve atisbo de lo que podría ser la vida si decidía dejar atrás su soledad. Soledad que siempre le había acompañado y nunca había rechazado abrazar, por otro lado. En ese momento, el habitante del mar recordó las risas compartidas con Camille, aquellos breves momentos de complicidad que mantuvieron durante sus enfrentamientos contra criminales y contrabandistas. Camille, con su valentía, había sido uno de los pocos seres que había mirado más allá de su apariencia de gyojin para ver al aliado y amigo potencial que podía ser. Y aquello, el tiburón no lo olvidaría fácilmente.
El recuerdo de su hogar en el fondo del océano y de su gente también pesaba en su conciencia. ¿Cómo verían ellos un cambio como aquél? Seguro que de la peor manera que se imaginase. Octojin sabía que muchos gyojins consideraban cualquier asociación con los humanos como una traición, un olvido de las innumerables injusticias que habían infligido a su pueblo. Que habían sido muchas, desde luego. Unirse a la Marina podría ser visto como un acto de sumisión, una negación de su herencia y un paso hacia la asimilación en una cultura que nunca había sido la suya.
El tiburón suspiró llevándose las manos a la cabeza, a la par que negaba con ella. La lucha interna era intensa. Por un lado, estaba la promesa de un nuevo comienzo, de luchar por un mundo donde gyojins y humanos pudieran coexistir en respeto mutuo. Un mundo sumamente idealizado en la cabeza del tiburón que, visto lo visto, no tenía cabida en la realidad. Por otro, el peso de la tradición y el temor a perder el respeto de aquellos a quienes más quería. ¿Vale la pena el riesgo?, se preguntaba. ¿Acaso es posible cambiar la percepción de dos especies enteras a través de un simple acto de rebelión personal?
Octojin se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación sin rumbo, con cada paso bien marcado por la incertidumbre. Se detuvo frente a la vieja ventana, observando las estrellas que se reflejaban en el oscuro océano a través del sucio cristal. Limpió el propio cristal con la tela de su camiseta sin dejar de observar el reflejo. "El mar no juzga a sus criaturas", reflexionó, recordando un viejo proverbio gyojin que solían decir en su tierra. Quizá, en el fondo, el océano mismo le estaba enseñando una lección sobre la aceptación y la vastedad de las posibilidades.
Con cada palabra reflexionada, sentía cómo la claridad comenzaba a despejar la niebla de la duda. Puede que la respuesta no estuviera en elegir entre su gente y un nuevo camino, sino en encontrar la manera de unir ambos mundos, de ser el puente que Octojin siempre había estado destinado a ser. O el que él había pensado que sería.
Mientras la noche avanzaba hacia la madrugada, Octojin sintió que la decisión iba cogiendo forma, una decisión que no solo definiría su futuro, sino que con suerte, quizá también allanaría el camino para una nueva era de entendimiento entre gyojins y humanos. Al menos en ese camino trabajaría, lo tenía claro. Con la primera luz del alba filtrándose a través de la ventana, tuvo claro que se iba a enfrentar a lo que viniera con la cabeza en alto, sin importar los desafíos que ello implicara.
Y sin duda, así sería. El tiburón lo tenía muy claro, y cuando eso ocurría, la cabezonería del escualo salía a relucir. A medida que la luz del amanecer comenzaba a iluminar la habitación, Octojin empezó a sentir una energía renovada. Había tomado su decisión durante las horas solitarias de la noche, y ahora tocaba prepararse para enfrentar las consecuencias, fueran cuales fueran, y llegaran cuando llegasen. La duda había sido su fiel compañera constante durante años, una sombra fría en su nómada vida. Pero ahora... Ahora estaba listo para dejarla atrás.
Conociendo lo que suponía tomar esa decisión, el habitante del mar se levantó y se estiró, sintiendo cómo cada músculo respondía, recordándole la pelea de la noche anterior con un dolor sordo. Pero a pesar de ello, su espíritu estaba ansioso; la ilusión de abrirse a nuevas experiencias y desafíos lo hacía sentir más vivo de lo que había sentido en mucho tiempo. Y esa sensación era única.
Octojin caminó despacio hasta colocarse frente al pequeño espejo que colgaba torcido en la pared junto a la puerta de la habitación. Se miró fijamente, parando la mirada en las cicatrices que marcaban su escamosa piel, cada una fruto de las diversas peleas que había tenido a lo largo de su vida, tanto físicas como emocionales. Aquél día, añadiría una nueva marca, no una de herida, sino de compromiso.
Bajó raudo las escaleras, provocando un sonoro ruido cada vez que sus pies golpeaban el suelo, fruto del peso del escualo. Y cuando llegó a la puerta principal de la posada, salió y observó la ciudad. El aire fresco de la mañana lo golpeó con una mezcla de olores de mar y mercado. Loguetown ya estaba despertando y sus calles comenzaban a llenarse de vendedores y pescadores preparándose para el día. El gyojin se tomó un momento para respirar profundamente, notando el aire salino que tanto amaba. Luego, con pasos firmes, comenzó su camino hacia la base de la Marina. Aquél sería el primer día de muchos. El primer día de su nueva historia.
El puerto estaba bastante animado para ser tan pronto, con marines y trabajadores moviéndose en un caos que parecía incluso organizado. Octojin pasó junto a ellos, acaparando miradas y murmullos por igual. Cuando llegó a la entrada de la base, se detuvo un momento, mirando el emblema de la Marina que colgaba sobre la puerta. Era un símbolo que denotaba el significado de las palabras orden y justicia, pero también uno de controversia y conflicto. El habitante del mar sabía que no todos aceptarían su presencia allí, y que algunos verían su raza como una amenaza, independientemente de sus intenciones. Sin embargo, estaba listo para enfrentar esos prejuicios y para mostrar que un gyojin podía ser tan devoto a la causa de la paz como cualquier humano. Incluso más.
Tras pensárselo unos segundos más, terminó por cruzar la puerta. Su presencia causó un murmullo inmediato entre los marines presentes, y el volumen de ruido bajó drásticamente, fruto de que estaban sorprendidos y cotilleando sobre qué haría un tipo como él en un sitio como aquél. Algunos rostros mostraban curiosidad, mientras que otros esbozaban una cara de desconfianza. Pero a Octojin le daba igual. Mantuvo la cabeza en alto, su postura completamente erguida y denotó una calma fruto de la confianza que sentía en sí mismo. Buscó con la mirada a Atlas o Camille entre la multitud, esperando que sus conocidos estuvieran por allí para recibirlo. Sin embargo, no los vió por ningún lado. No hubiera sido difícil localizarlos, ya que la oni medía dos metros y tenía un físico que destacaba entre los allí presentes, y el tipo rubio era alto para ser humano. Sin embargo, no parecían estar allí.
El habitante del mar volvió a dudar otra vez, preguntándose si había tomado la decisión correcta. Aquella con total seguridad sería la última duda que tuviese antes de alistarse, si es que lo acababa haciendo. Entonces, recordó las palabras de Camille y el apoyo implícito de Atlas en sus conversaciones. No estaba solo en su misión; tenía aliados, aunque aún no los conociera todos. Con la certeza de esas palabras en su mente, Octojin se acercó al oficial de guardia, un hombre de mediana edad con una mirada aguda y un bigote cuidadosamente recortado.
—Buenos días. Mi nombre es Octojin, y estoy aquí para hablar con el responsable sobre un posible alistamiento —dijo con voz firme y un tono que no dejaba lugar a dudas sobre su seriedad.
El silencio duró unos segundos. Durante ese tiempo, el oficial lo miró de arriba abajo, evaluándolo con una mezcla de sorpresa y escepticismo. Después de un breve momento, asintió y señaló hacia el interior de la base.
—El responsable está en su oficina. Te llevaré allí.
Mientras seguían al oficial a través de los pasillos de la base, Octojin sentía los ojos de todos sobre él. Sabía que el camino que había elegido no sería fácil, ya que enfrentaría pruebas y desafíos que aún ni sabía. Pero seguro que era capaz de superarlo. Tanto con su fijación, como con la ayuda de sus nuevos camaradas, seguro que salían victoriosos de aquello. Aunque también era consciente de que cada paso que daba era un paso más hacia un futuro en el que podría estar orgulloso de sí mismo, un futuro donde quizás, y solo quizás, gyojins y humanos podrían mirarse no como enemigos, sino como iguales.
El gyojin se intentó acomodar, hundiéndose poco a poco en la blanda cama sobre la que estaba sentado de manera incómoda. Con la mirada perdida en el vacío, continuó reflexionando sobre la conversación que había tenido con Atlas, que aún le hacía dar vueltas en su mente. No podía quitarse aquél momento de la cabeza. Repetía una y otra vez los diálogos, que casi se los había aprendido de memoria, aunque quizá había sustituido unas palabras por otras, pero el significado de las frases y el mensaje en sí venía a ser el mismo. Lo cierto es que el tiburón estaba agitando un mar de dudas y posibilidades que no había considerado antes. ¿Unirse a la Marina? ¿Acaso eso había sido una opción en algún momento? Lo cierto es que no, no lo había sido. Nunca se había planteado algo así. Y aunque bien la idea era tan atractiva como aterradora, no había estado en la cabeza del tiburón ningún momento antes de conocer a Atlas y Camille. Con ello, existía la posibilidad de pertenecer a algo más grande, una comunidad donde pudiera encontrar aceptación y propósito. Pero el miedo a perder su identidad, a traicionar a sus raíces y enfrentarse al rechazo no solo de los humanos sino también de su propia raza, era lo que más preocupación le daba. Aquello, sin duda, le tendría toda la noche en vela.
Las palabras de Atlas habían despertado en Octojin un sentimiento de camaradería inesperado, un breve atisbo de lo que podría ser la vida si decidía dejar atrás su soledad. Soledad que siempre le había acompañado y nunca había rechazado abrazar, por otro lado. En ese momento, el habitante del mar recordó las risas compartidas con Camille, aquellos breves momentos de complicidad que mantuvieron durante sus enfrentamientos contra criminales y contrabandistas. Camille, con su valentía, había sido uno de los pocos seres que había mirado más allá de su apariencia de gyojin para ver al aliado y amigo potencial que podía ser. Y aquello, el tiburón no lo olvidaría fácilmente.
El recuerdo de su hogar en el fondo del océano y de su gente también pesaba en su conciencia. ¿Cómo verían ellos un cambio como aquél? Seguro que de la peor manera que se imaginase. Octojin sabía que muchos gyojins consideraban cualquier asociación con los humanos como una traición, un olvido de las innumerables injusticias que habían infligido a su pueblo. Que habían sido muchas, desde luego. Unirse a la Marina podría ser visto como un acto de sumisión, una negación de su herencia y un paso hacia la asimilación en una cultura que nunca había sido la suya.
El tiburón suspiró llevándose las manos a la cabeza, a la par que negaba con ella. La lucha interna era intensa. Por un lado, estaba la promesa de un nuevo comienzo, de luchar por un mundo donde gyojins y humanos pudieran coexistir en respeto mutuo. Un mundo sumamente idealizado en la cabeza del tiburón que, visto lo visto, no tenía cabida en la realidad. Por otro, el peso de la tradición y el temor a perder el respeto de aquellos a quienes más quería. ¿Vale la pena el riesgo?, se preguntaba. ¿Acaso es posible cambiar la percepción de dos especies enteras a través de un simple acto de rebelión personal?
Octojin se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación sin rumbo, con cada paso bien marcado por la incertidumbre. Se detuvo frente a la vieja ventana, observando las estrellas que se reflejaban en el oscuro océano a través del sucio cristal. Limpió el propio cristal con la tela de su camiseta sin dejar de observar el reflejo. "El mar no juzga a sus criaturas", reflexionó, recordando un viejo proverbio gyojin que solían decir en su tierra. Quizá, en el fondo, el océano mismo le estaba enseñando una lección sobre la aceptación y la vastedad de las posibilidades.
Con cada palabra reflexionada, sentía cómo la claridad comenzaba a despejar la niebla de la duda. Puede que la respuesta no estuviera en elegir entre su gente y un nuevo camino, sino en encontrar la manera de unir ambos mundos, de ser el puente que Octojin siempre había estado destinado a ser. O el que él había pensado que sería.
Mientras la noche avanzaba hacia la madrugada, Octojin sintió que la decisión iba cogiendo forma, una decisión que no solo definiría su futuro, sino que con suerte, quizá también allanaría el camino para una nueva era de entendimiento entre gyojins y humanos. Al menos en ese camino trabajaría, lo tenía claro. Con la primera luz del alba filtrándose a través de la ventana, tuvo claro que se iba a enfrentar a lo que viniera con la cabeza en alto, sin importar los desafíos que ello implicara.
Y sin duda, así sería. El tiburón lo tenía muy claro, y cuando eso ocurría, la cabezonería del escualo salía a relucir. A medida que la luz del amanecer comenzaba a iluminar la habitación, Octojin empezó a sentir una energía renovada. Había tomado su decisión durante las horas solitarias de la noche, y ahora tocaba prepararse para enfrentar las consecuencias, fueran cuales fueran, y llegaran cuando llegasen. La duda había sido su fiel compañera constante durante años, una sombra fría en su nómada vida. Pero ahora... Ahora estaba listo para dejarla atrás.
Conociendo lo que suponía tomar esa decisión, el habitante del mar se levantó y se estiró, sintiendo cómo cada músculo respondía, recordándole la pelea de la noche anterior con un dolor sordo. Pero a pesar de ello, su espíritu estaba ansioso; la ilusión de abrirse a nuevas experiencias y desafíos lo hacía sentir más vivo de lo que había sentido en mucho tiempo. Y esa sensación era única.
Octojin caminó despacio hasta colocarse frente al pequeño espejo que colgaba torcido en la pared junto a la puerta de la habitación. Se miró fijamente, parando la mirada en las cicatrices que marcaban su escamosa piel, cada una fruto de las diversas peleas que había tenido a lo largo de su vida, tanto físicas como emocionales. Aquél día, añadiría una nueva marca, no una de herida, sino de compromiso.
Bajó raudo las escaleras, provocando un sonoro ruido cada vez que sus pies golpeaban el suelo, fruto del peso del escualo. Y cuando llegó a la puerta principal de la posada, salió y observó la ciudad. El aire fresco de la mañana lo golpeó con una mezcla de olores de mar y mercado. Loguetown ya estaba despertando y sus calles comenzaban a llenarse de vendedores y pescadores preparándose para el día. El gyojin se tomó un momento para respirar profundamente, notando el aire salino que tanto amaba. Luego, con pasos firmes, comenzó su camino hacia la base de la Marina. Aquél sería el primer día de muchos. El primer día de su nueva historia.
El puerto estaba bastante animado para ser tan pronto, con marines y trabajadores moviéndose en un caos que parecía incluso organizado. Octojin pasó junto a ellos, acaparando miradas y murmullos por igual. Cuando llegó a la entrada de la base, se detuvo un momento, mirando el emblema de la Marina que colgaba sobre la puerta. Era un símbolo que denotaba el significado de las palabras orden y justicia, pero también uno de controversia y conflicto. El habitante del mar sabía que no todos aceptarían su presencia allí, y que algunos verían su raza como una amenaza, independientemente de sus intenciones. Sin embargo, estaba listo para enfrentar esos prejuicios y para mostrar que un gyojin podía ser tan devoto a la causa de la paz como cualquier humano. Incluso más.
Tras pensárselo unos segundos más, terminó por cruzar la puerta. Su presencia causó un murmullo inmediato entre los marines presentes, y el volumen de ruido bajó drásticamente, fruto de que estaban sorprendidos y cotilleando sobre qué haría un tipo como él en un sitio como aquél. Algunos rostros mostraban curiosidad, mientras que otros esbozaban una cara de desconfianza. Pero a Octojin le daba igual. Mantuvo la cabeza en alto, su postura completamente erguida y denotó una calma fruto de la confianza que sentía en sí mismo. Buscó con la mirada a Atlas o Camille entre la multitud, esperando que sus conocidos estuvieran por allí para recibirlo. Sin embargo, no los vió por ningún lado. No hubiera sido difícil localizarlos, ya que la oni medía dos metros y tenía un físico que destacaba entre los allí presentes, y el tipo rubio era alto para ser humano. Sin embargo, no parecían estar allí.
El habitante del mar volvió a dudar otra vez, preguntándose si había tomado la decisión correcta. Aquella con total seguridad sería la última duda que tuviese antes de alistarse, si es que lo acababa haciendo. Entonces, recordó las palabras de Camille y el apoyo implícito de Atlas en sus conversaciones. No estaba solo en su misión; tenía aliados, aunque aún no los conociera todos. Con la certeza de esas palabras en su mente, Octojin se acercó al oficial de guardia, un hombre de mediana edad con una mirada aguda y un bigote cuidadosamente recortado.
—Buenos días. Mi nombre es Octojin, y estoy aquí para hablar con el responsable sobre un posible alistamiento —dijo con voz firme y un tono que no dejaba lugar a dudas sobre su seriedad.
El silencio duró unos segundos. Durante ese tiempo, el oficial lo miró de arriba abajo, evaluándolo con una mezcla de sorpresa y escepticismo. Después de un breve momento, asintió y señaló hacia el interior de la base.
—El responsable está en su oficina. Te llevaré allí.
Mientras seguían al oficial a través de los pasillos de la base, Octojin sentía los ojos de todos sobre él. Sabía que el camino que había elegido no sería fácil, ya que enfrentaría pruebas y desafíos que aún ni sabía. Pero seguro que era capaz de superarlo. Tanto con su fijación, como con la ayuda de sus nuevos camaradas, seguro que salían victoriosos de aquello. Aunque también era consciente de que cada paso que daba era un paso más hacia un futuro en el que podría estar orgulloso de sí mismo, un futuro donde quizás, y solo quizás, gyojins y humanos podrían mirarse no como enemigos, sino como iguales.