Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
28-07-2024, 09:30 AM
La gente intentaba ganarse la vida como buenamente podía, sobre todo si era aventurera e iniciaba su viaje sin la menor idea de cómo podría mantenerse por el camino. Todo en aquel mundo costaba algo, casi siempre monetariamente hablando, así que si no eras capaz de hacer frente al sistema tan salvaje que el mundo ofrecía, los viajeros terminaban como vagabundos por aquellas islas donde soñaron con viajar y correr aventuras desde que eran pequeños. Por suerte para la historia, Hammond no es uno de ellos.
— ¿Tú suponerrrr? — La masa de músculos danzaba entre pescados, detrás de un pequeño puesto pesquero improvisado que él mismo organizó por la mañana y de la que dependía económicamente desde hacía unos días, cuando llegó a la isla. Incluso desconocía en qué lugar se encontraba. Lo que sí tenía claro es que tenía que sacar pasta. El rubio tenía dos cuchillos de tamaño considerable, nada que ver con un gran mandoble que aguardaba justo detrás de el, apoyado sobre varios barriles. Era la sensación de aquella calle, donde competía contra más pescaderos. ¿La diferencia? Venture los cazaba, los preparaba y hasta los cocinaba en un pequeño fogón para aquel que pudiera pagarlo. También portaba un delantal sobre su peculiar armadura y en esta ocasión, iba con el cabello suelto, sin su tan particular casco.
— La virgen ... ¿Pero tú eres humano? — Le decía un hombre de pronta calvicie, aunque bigote imponente. Verlo manejar aquellos cuchillos, la velocidad de preparación ... Todo llamaba la atención. Especialmente su físico escultural. — ¡Jiejiejiejie! — Reía y reía. ¿Para qué responder? la verdad es que no era una mala pregunta, para él. — ¡Dos pessscaditos parrra Joven muchacho! — A diferencia de la mayoría de gente que le pedía algo en aquel puesto, Lionhart dibujaba un rosto mucho más jovial. — Parresses hambrrriento ... — Se atrevió a adivinar. Levantó el cuchillo, tomó uno de los meros que estaban en la mesa, le realizó cuatro cortes perfectos y los pasó rápidamente a su pequeña cubierta de metal, que bien hacía el trabajo de olla. Nada, fue un minuto. Con el propio cuchillo los colocó en una bandeja y se los sirvió en la mano. No era un pescado cualquiera, era de gran tamaño, por lo tanto el coste sería mayor. Normalmente.
El tipo tenía cara de preocupación, ¿podría pagar? Hammond estaba adivinando lo que ocurría por sensaciones. Que igual se confundía, pues sí, ¿pero a quién le importa? — Come, come, come. — Alargó una gran sonrisa. — ¡Invita la casaaaaaaa! — Hubo un gran remolino de manos, en aquel callejón, que se elevaron, celebrando. — ¿Eh? — Miró extrañado la felicidad anexada a su comentario. — ¡No, no, no! — Clavó el cuchillo en la mesa, con cierta preocupación. — Solo irrr hasssia chico. ¡Vosotrrrros pagarrr! — Y tal como vino la alegría, se fue.
— ¿Tú suponerrrr? — La masa de músculos danzaba entre pescados, detrás de un pequeño puesto pesquero improvisado que él mismo organizó por la mañana y de la que dependía económicamente desde hacía unos días, cuando llegó a la isla. Incluso desconocía en qué lugar se encontraba. Lo que sí tenía claro es que tenía que sacar pasta. El rubio tenía dos cuchillos de tamaño considerable, nada que ver con un gran mandoble que aguardaba justo detrás de el, apoyado sobre varios barriles. Era la sensación de aquella calle, donde competía contra más pescaderos. ¿La diferencia? Venture los cazaba, los preparaba y hasta los cocinaba en un pequeño fogón para aquel que pudiera pagarlo. También portaba un delantal sobre su peculiar armadura y en esta ocasión, iba con el cabello suelto, sin su tan particular casco.
— La virgen ... ¿Pero tú eres humano? — Le decía un hombre de pronta calvicie, aunque bigote imponente. Verlo manejar aquellos cuchillos, la velocidad de preparación ... Todo llamaba la atención. Especialmente su físico escultural. — ¡Jiejiejiejie! — Reía y reía. ¿Para qué responder? la verdad es que no era una mala pregunta, para él. — ¡Dos pessscaditos parrra Joven muchacho! — A diferencia de la mayoría de gente que le pedía algo en aquel puesto, Lionhart dibujaba un rosto mucho más jovial. — Parresses hambrrriento ... — Se atrevió a adivinar. Levantó el cuchillo, tomó uno de los meros que estaban en la mesa, le realizó cuatro cortes perfectos y los pasó rápidamente a su pequeña cubierta de metal, que bien hacía el trabajo de olla. Nada, fue un minuto. Con el propio cuchillo los colocó en una bandeja y se los sirvió en la mano. No era un pescado cualquiera, era de gran tamaño, por lo tanto el coste sería mayor. Normalmente.
El tipo tenía cara de preocupación, ¿podría pagar? Hammond estaba adivinando lo que ocurría por sensaciones. Que igual se confundía, pues sí, ¿pero a quién le importa? — Come, come, come. — Alargó una gran sonrisa. — ¡Invita la casaaaaaaa! — Hubo un gran remolino de manos, en aquel callejón, que se elevaron, celebrando. — ¿Eh? — Miró extrañado la felicidad anexada a su comentario. — ¡No, no, no! — Clavó el cuchillo en la mesa, con cierta preocupación. — Solo irrr hasssia chico. ¡Vosotrrrros pagarrr! — Y tal como vino la alegría, se fue.