Octojin
El terror blanco
06-09-2024, 11:23 PM
Octojin mantenía la mirada fija en la humana, notando cómo ella hacía lo mismo. Se sorprendió un poco de que aquella chica mantuviera el contacto visual durante tanto tiempo. ¿Qué intentaba? ¿Sería alguna especie de apuesta interna? ¿O acaso se había quedado completamente pasmada por el miedo? Aunque su expresión no lo mostraba del todo, su tamaño y presencia solían causar esa reacción en la mayoría de los humanos. Pero ella… no apartaba la vista. Durante un instante, estuvo a punto de acercarse para ver si estaba bien, pero pronto esas ideas se fueron de su cabeza. Al fin y al cabo, aquella humana no era su amiga, y parecía estar lejos de serlo. A pesar de que el tiburón no lo admitiera, aquella determinación, aunque algo estúpida, despertaba su curiosidad.
Mientras los segundos pasaban, cada vez más lentos a su percepción, el habitante del mar decidió probar algo. Sus labios se curvaron en una tímida y ligera sonrisa, casi imperceptible, mientras observaba su temeraria cercanía.
La tensión se mantuvo por unos segundos más, pero la humana los tenía bien puestos y no parecía mostrar ni la mínima pista de dar marcha atrás. En lugar de eso, volteó los ojos como si estuviera cansada del teatro que ambos estaban protagonizando. Con el extraño acento que la caracterizaba, dijo que se bastaba ella sola para coger aquél soldador, algo que sin duda hizo que el interés del gyojin aumentase. ¿Se iba a enfrentar a él? ¿Ella sola?
Octojin observó en silencio mientras ella se acercaba, agachándose a su lado para recoger el soldador que estaba a sus pies. La confianza de la humana le resultaba casi cómica. La forma en que actuaba, desafiando su tamaño y fuerza, era algo que no veía todos los días. Mientras estaba agachada, una nueva sonrisa invadió su rostro, y él también se agachó, aunque lo hizo lentamente, de manera que no quería asustarla demasiado.
—¿Acaso no conoces el peligro? —susurró en un tono bajo, pero claro, para que solo ella pudiera oírlo, aunque ciertamente parecía estar solo ella allí. —Podría acabar contigo en un solo golpe, estúpida humana.
Al ver que finalmente se hacía con el objeto que tanto deseaba, el tiburón simplemente se giró, dándole la espalda, como si el asunto ya no le interesara. Se sentó de nuevo en la pila de madera, dirigiendo su mirada hacia el horizonte y las vistas que para él resultaban increíbles, y probablemente para cualquier otro no.
—¿Puedes irte y dejarme solo? —dijo con un tono monótono, sin siquiera mirarla—. Ya tienes lo que querías, ¿ves que al final no ha sido tan complicado? Aunque he de decirte algo... No hay ni un atisbo de valentía en la temeridad.
Y es que, el tiburón no era capaz de entender por qué la humana había actuado así. A decir verdad, no entendía nada a esos humanos. Le parecían tan estúpidos que no merecía la pena ni estudiarlos. Cada cosa que hacían tenía menos sentido que la anterior, y en su caso, aquella humana había puesto en riesgo su vida por... ¿Un trozo de chatarra? Ni siquiera estaba seguro de que aquél trozo de metal que la mujer decía que era un soldador funcionase. ¿Tan desesperada estaba? ¿O quizá es que simplemente no tenía ni una neurona?
La brisa marina acariciaba su rostro mientras contemplaba las montañas de chatarra, que para cualquiera podrían parecer un paisaje caótico y sucio, pero para el tiburón no eran sino un recordatorio de la complejidad del mundo en el que vivían. Los colores del cielo se reflejaban sobre el metal oxidado, creando un espectáculo de luces y sombras que le resultaba relajante, incluso hacían que sufriese un ensimismamiento total.
Aunque la humana seguía allí, probablemente aún sorprendida por su reacción, el escualo decidió ignorarla. No tenía interés en peleas ni en demostraciones de fuerza inútiles. Estaba demasiado tranquilo, disfrutando de aquel momento de quietud en un lugar tan caótico como era Gray Terminal.
Mientras se mantenía en esa posición, con la espalda hacia ella, no pudo evitar pensar en lo absurdo que había sido todo aquello. La humana había sido valiente, o más bien estúpida al acercarse tanto. Cualquiera en su sano juicio habría retrocedido, pero esta chica había optado por seguir adelante. Eso le recordaba un poco a sí mismo cuando era más joven, lleno de esa necesidad de demostrar algo, de enfrentarse al mundo con la fuerza y la actitud, aunque no siempre con la inteligencia. ¿Sería aquél un defecto generalizado en el mundo? Analizándolo bien, no tenía pinta de pertenecer a una sola raza.
Pero al final, ¿qué importancia tenía? Para Octojin, la verdadera batalla estaba en el mar, no en tierra firme, no en esos intercambios tontos con los humanos en los cuales pretendían salir victoriosos. Cada día lo tenía más claro, odiaba a los humanos y sus actos. ¿Acaso no había esperanza para él ni sus pensamientos?
Mientras los segundos pasaban, cada vez más lentos a su percepción, el habitante del mar decidió probar algo. Sus labios se curvaron en una tímida y ligera sonrisa, casi imperceptible, mientras observaba su temeraria cercanía.
La tensión se mantuvo por unos segundos más, pero la humana los tenía bien puestos y no parecía mostrar ni la mínima pista de dar marcha atrás. En lugar de eso, volteó los ojos como si estuviera cansada del teatro que ambos estaban protagonizando. Con el extraño acento que la caracterizaba, dijo que se bastaba ella sola para coger aquél soldador, algo que sin duda hizo que el interés del gyojin aumentase. ¿Se iba a enfrentar a él? ¿Ella sola?
Octojin observó en silencio mientras ella se acercaba, agachándose a su lado para recoger el soldador que estaba a sus pies. La confianza de la humana le resultaba casi cómica. La forma en que actuaba, desafiando su tamaño y fuerza, era algo que no veía todos los días. Mientras estaba agachada, una nueva sonrisa invadió su rostro, y él también se agachó, aunque lo hizo lentamente, de manera que no quería asustarla demasiado.
—¿Acaso no conoces el peligro? —susurró en un tono bajo, pero claro, para que solo ella pudiera oírlo, aunque ciertamente parecía estar solo ella allí. —Podría acabar contigo en un solo golpe, estúpida humana.
Al ver que finalmente se hacía con el objeto que tanto deseaba, el tiburón simplemente se giró, dándole la espalda, como si el asunto ya no le interesara. Se sentó de nuevo en la pila de madera, dirigiendo su mirada hacia el horizonte y las vistas que para él resultaban increíbles, y probablemente para cualquier otro no.
—¿Puedes irte y dejarme solo? —dijo con un tono monótono, sin siquiera mirarla—. Ya tienes lo que querías, ¿ves que al final no ha sido tan complicado? Aunque he de decirte algo... No hay ni un atisbo de valentía en la temeridad.
Y es que, el tiburón no era capaz de entender por qué la humana había actuado así. A decir verdad, no entendía nada a esos humanos. Le parecían tan estúpidos que no merecía la pena ni estudiarlos. Cada cosa que hacían tenía menos sentido que la anterior, y en su caso, aquella humana había puesto en riesgo su vida por... ¿Un trozo de chatarra? Ni siquiera estaba seguro de que aquél trozo de metal que la mujer decía que era un soldador funcionase. ¿Tan desesperada estaba? ¿O quizá es que simplemente no tenía ni una neurona?
La brisa marina acariciaba su rostro mientras contemplaba las montañas de chatarra, que para cualquiera podrían parecer un paisaje caótico y sucio, pero para el tiburón no eran sino un recordatorio de la complejidad del mundo en el que vivían. Los colores del cielo se reflejaban sobre el metal oxidado, creando un espectáculo de luces y sombras que le resultaba relajante, incluso hacían que sufriese un ensimismamiento total.
Aunque la humana seguía allí, probablemente aún sorprendida por su reacción, el escualo decidió ignorarla. No tenía interés en peleas ni en demostraciones de fuerza inútiles. Estaba demasiado tranquilo, disfrutando de aquel momento de quietud en un lugar tan caótico como era Gray Terminal.
Mientras se mantenía en esa posición, con la espalda hacia ella, no pudo evitar pensar en lo absurdo que había sido todo aquello. La humana había sido valiente, o más bien estúpida al acercarse tanto. Cualquiera en su sano juicio habría retrocedido, pero esta chica había optado por seguir adelante. Eso le recordaba un poco a sí mismo cuando era más joven, lleno de esa necesidad de demostrar algo, de enfrentarse al mundo con la fuerza y la actitud, aunque no siempre con la inteligencia. ¿Sería aquél un defecto generalizado en el mundo? Analizándolo bien, no tenía pinta de pertenecer a una sola raza.
Pero al final, ¿qué importancia tenía? Para Octojin, la verdadera batalla estaba en el mar, no en tierra firme, no en esos intercambios tontos con los humanos en los cuales pretendían salir victoriosos. Cada día lo tenía más claro, odiaba a los humanos y sus actos. ¿Acaso no había esperanza para él ni sus pensamientos?