Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
Tema cerrado 
[Común] [C - Pasado] Una mañana en el pasillo de las hierbas. [Terence]
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Un placer conocerte, Asradi. — pronuncié su nombre con una cadencia medida, como quien saborea una palabra por primera vez, intentando descifrar sus matices. El sonido resonó en el aire, pero mi atención estaba dividida entre sus movimientos y las preguntas que aún se agolpaban en mi mente. Su caminar, tan peculiar, casi como una danza disimulada, me intrigaba. Había algo en esa cadencia irregular, en esos pequeños saltitos que parecían más que simples pasos. Era como si cada gesto contuviera un secreto, una verdad oculta bajo capas de aparente normalidad.

A su lado, me aseguraba de no apresurar el ritmo, adaptando mi andar a su singular paso, observando de reojo cómo sus pies rozaban el suelo de una manera que, aunque sutil, traicionaba una naturaleza diferente. Mi mirada, por momentos perdida en la arquitectura de la ciudad, volvía siempre a sus movimientos, como si de alguna manera estos pudiesen revelarme lo que sus palabras no decían. Loguetown, con sus callejones oscuros y su atmósfera cargada de historias no contadas, se erguía a nuestro alrededor como un escenario dispuesto a ser testigo de nuestra conversación.

Estoy de paso — respondí finalmente, sin desviar la mirada. Mi tono era casual, casi desinteresado, pero en el fondo, cada palabra estaba calculada. No tenía intención de revelar más de lo necesario. 
Aunque esta ciudad tiene sus encantos... si uno sabe dónde mirar — añadí con una ligera sonrisa, un comentario que pretendía ser inocente, pero que llevaba una carga soterrada de significados.

El paisaje de la ciudad parecía reflejar el ritmo de nuestra conversación. Las sombras de la tarde se extendían, envolviendo los edificios con un velo casi táctil, como si la noche quisiera arroparnos en su manto. Esta no era una ciudad cualquiera; era una encrucijada de destinos, un crisol de intenciones que se mezclaban bajo la superficie de su bullicio cotidiano. Lo que para otros era un simple tránsito, para mí era un terreno fértil de posibilidades, un espacio donde las alianzas se tejían en las sombras y los pactos se sellaban con palabras veladas.

La muchacha caminaba a mi lado, su figura destacando entre los transeúntes que deambulaban por las calles como sombras sin rostro. Cada uno de ellos, tan absorto en su propia existencia, parecía ignorar la coreografía cuidadosamente ensayada que se desarrollaba entre nosotros. Yo, en cambio, no dejaba de prestar atención a cada detalle: el murmullo de las conversaciones a nuestro alrededor, el sonido lejano de las campanas de algún puerto cercano, y, sobre todo, la respiración pausada de la doncella, y el paso convaleciente que portaba mientras avanzábamos hacia la cafetería.

El lugar que escogí no era fruto del azar. La cafetería, escondida entre las callejuelas de Loguetown, era un refugio discreto, un lugar donde los secretos podían deslizarse con la misma facilidad que el aroma a café flotaba en el aire.  Además de que su café y té estaban entre los más selectos del lugar, ya que trabajaban con una materia prima excelente.

Nos sentamos junto a una ventana, donde la luz de la calle se filtraba de manera tenue, creando sombras que jugaban sobre la mesa. Observé cómo Asradi se acomodaba en la silla frente a mí, cada uno de sus gestos medido, cada movimiento acompañado de una elegancia casi ensayada. ¿Era eso lo que la hacía tan intrigante? ¿La sensación de que, a pesar de su aparente franqueza, siempre había algo más, algo escondido bajo la superficie?

Entonces, Asradi — dije mientras cruzaba las piernas y tomaba la taza de café con una calma estudiada — ¿Qué te trae a esta ciudad? Algo me dice que no es solo por curiosidad turística. — repliqué, señalando a la calle por la que habíamos venido, con un tono cordial que contenía una sutil insinuación de lo que realmente deseaba saber. En este tipo de conversaciones, lo importante no era solo lo que se decía, sino lo que se dejaba entrever, las grietas en la fachada que podían ofrecer un destello de la verdad oculta.

La camarera depositó las tazas frente a nosotros con una eficiencia silenciosa, dejándonos nuevamente solos en nuestra pequeña burbuja de privacidad. El vapor del café ascendía en espirales lentas, y durante unos momentos dejé que el silencio se asentara entre nosotros, permitiendo que la conversación tomara forma de manera natural. No era necesario apresurarse; sabía que, tarde o temprano, las palabras encontrarían su camino.

Mis ojos se mantuvieron fijos en la joven mientras ella contemplaba el café. Había algo en su manera de sostener la taza, en cómo sus dedos la rodeaban con una delicadeza que contrastaba con la dureza de este entorno urbano. Esa dualidad me intrigaba. Ella parecía ser consciente del espacio que ocupaba en el mundo, pero al mismo tiempo, daba la impresión de que estaba lista para adaptarse, para desvanecerse en las sombras si la situación lo requería. Esa flexibilidad, esa capacidad de moverse entre lo visible y lo oculto, me resultaba fascinante.

Mientras ella tomaba un sorbo de su bebida, aproveché para dejar que mi mirada vagara brevemente por el interior del local. Las otras mesas estaban ocupadas por figuras anónimas, personas cuya presencia era tan efímera como las palabras que intercambiaban. Parejas inmersas en conversaciones triviales, individuos solitarios absortos en sus pensamientos, todo formaba parte del paisaje de fondo. Sin embargo, mi atención siempre regresaba a ella, y a la sensación persistente de que había mucho más detrás de esa fachada tranquila.

Los negocios siempre traen consigo sus propios riesgos y recompensas, ¿no es así? — repliqué con una sonrisa leve. Mi intención no era presionarla, pero tampoco podía evitar seguir tirando de ese hilo, curioso por descubrir hasta dónde llegaba. Sabía que, al igual que yo, ella estaba midiendo cada palabra, cada gesto, tratando de equilibrar lo que mostraba y lo que mantenía en las sombras. — Ya viste a nuestro amigo de la estafa. — continué con una risa acompañada y cordial.

A medida que la conversación avanzaba, me permitía pequeños momentos de introspección, analizándola no solo como una posible aliada o adversaria, sino como un enigma en sí misma. Había conocido a muchas personas en mi vida, cada una con sus propias capas de complejidad, pero pocas veces había encontrado a alguien que supiera manejar las máscaras con tanta destreza como Asradi. En este tipo de interacciones, donde lo importante era lo que se ocultaba, más que lo que se revelaba, podía ver reflejada mi propia habilidad para jugar con las apariencias.

La noche comenzó a caer lenta sobre Loguetown, y la luz en el interior de la cafetería se volvió más tenue, más íntima. El tiempo parecía haberse ralentizado a nuestro alrededor, como si el mundo exterior se hubiese desvanecido momentáneamente, dejándonos solo a nosotros dos en ese espacio compartido. Sabía que nuestra conversación estaba lejos de haber terminado, que había mucho más por descubrir en los silencios y las pausas que se extendían entre nosotros.

Finalmente, decidí dar un paso más hacia la oscuridad que envolvía nuestras palabras, continuando el devenir conversacional. — Y dime chiquilla, ¿qué tipo de negocios te han traído aquí? — mi pregunta, aunque formulada con un tono ligero, estaba cargada de una intención más profunda. Quería ver cómo respondería, cómo manejaría esa pequeña prueba que le estaba imponiendo. En situaciones como esta, la respuesta no siempre era lo más importante; a veces, lo que realmente revelaba la verdad era la manera en la cual se respondía.

Sus ojos se encontraron con los míos, y durante un breve momento, sentí como si el aire entre nosotros se hubiera tensado ligeramente, como la cuerda de un arco a punto de ser soltada.
#6
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RE: [C - Pasado] Una mañana en el pasillo de las hierbas. [Terence] - por Terence Blackmore - 07-09-2024, 10:21 PM

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