Asradi
Völva
08-09-2024, 12:42 PM
Los mares fríos siempre le habían agradado. En realidad, esa temperatura era ideal para ella. Proveniente de los océanos norteños, Asradi estaba acostumbrada a las gélidas aguas, más que a las tropicales. Llevaba tres o cuatro días nadando, alimentándose frugalmente de algunos pececillos, durante su ruta, y siguiendo a un banco de atunes. Era la época migratoria de dichos peces hacia el sur, así que era un buen momento para una suculenta cacería.
Le chiflaba el atún. Tenía un sabor exquisito y las partes más grasas eran una verdadera delicia. Además, gracias a la migración muchos de ellos se encontraban extenuados para cuando llegaban a sus zonas de desove. Se movía ágilmente no solo gracias a que conocía las corrientes marinas, aprovechándose de ellas, sino a la fuerza motora de su cola y a sus músculos acostumbrados y hechos para viajar largas distancias a una velocidad formidable.
La cacería duró varias horas más hasta que el oleaje se hizo mucho más tranquilo, señal de que había llegado a una zona costera. Ese sería un buen momento, y un buen territorio, para dar el primer mordisco. Literalmente. Asradi consiguió separar a uno de los enormes atunes de aleta amarilla del resto del cardúmen y pronto comenzaron a ir ascendiendo hacia el borde de la superficie hasta el punto que la aleta dorsal que tenía en la parte baja de su espalda, asomó peligrosamente por sobre el límite marino de manera inquietante. Azuzando al pobre animal más hacia la costa. Al fin y al cabo, ella no tendría problema en quedarse “encallada” en la orilla, porque podía respirar fuera del agua sin ningún tipo de problema. Pero no el atún.
Otro asunto era que, en modo predatorio, la presencia de la sirena tiburón también espantaba al resto de peces que, en ese instante, se encontrasen en los alrededores. En un movimiento desesperado, y estúpido, el atún se llevó a la boca aquel suculento cebo que algún pescador habia puesto en el anzuelo, seguramente esperando una buena captura. Lo que Asradi aprovechó, acelerando peligrosamente. El atún comenzó a coletear, tironeando del anzuelo y, por ende, del sedal. Hasta el momento en el que, de repente, se hizo el silencio y la quietud. Y un enorme charco de sangre comenzó a manchar la superficie marina de esa zona.
Unos poderosos dientes se habían clavado en la tierna carne del vientre, arrancando y desgajando un buen trozo, haciendo que el atún muerto comenzase a flotar junto con una sombra que nadó un par de veces a su alrededor, hasta que su cabeza asomó por sobre el agua. No tenía miedo en ese momento si la veían. Los humanos eran torpes en el medio acuático y ella estaba en su elemento, así que podría volver a huír con agilidad si algo se torciese. Pero el hambre, luego de varios días, la había empujado hacia allí.
Miró un momento a su alrededor, pasándose una mano por el ensangrentado mentón mientras tragaba el delicioso trozo de carne de atún. Y sus ojos se encontraron, literalmente, con los de otra persona.
Presumiblemente, al que le había robado la captura del día.
Le chiflaba el atún. Tenía un sabor exquisito y las partes más grasas eran una verdadera delicia. Además, gracias a la migración muchos de ellos se encontraban extenuados para cuando llegaban a sus zonas de desove. Se movía ágilmente no solo gracias a que conocía las corrientes marinas, aprovechándose de ellas, sino a la fuerza motora de su cola y a sus músculos acostumbrados y hechos para viajar largas distancias a una velocidad formidable.
La cacería duró varias horas más hasta que el oleaje se hizo mucho más tranquilo, señal de que había llegado a una zona costera. Ese sería un buen momento, y un buen territorio, para dar el primer mordisco. Literalmente. Asradi consiguió separar a uno de los enormes atunes de aleta amarilla del resto del cardúmen y pronto comenzaron a ir ascendiendo hacia el borde de la superficie hasta el punto que la aleta dorsal que tenía en la parte baja de su espalda, asomó peligrosamente por sobre el límite marino de manera inquietante. Azuzando al pobre animal más hacia la costa. Al fin y al cabo, ella no tendría problema en quedarse “encallada” en la orilla, porque podía respirar fuera del agua sin ningún tipo de problema. Pero no el atún.
Otro asunto era que, en modo predatorio, la presencia de la sirena tiburón también espantaba al resto de peces que, en ese instante, se encontrasen en los alrededores. En un movimiento desesperado, y estúpido, el atún se llevó a la boca aquel suculento cebo que algún pescador habia puesto en el anzuelo, seguramente esperando una buena captura. Lo que Asradi aprovechó, acelerando peligrosamente. El atún comenzó a coletear, tironeando del anzuelo y, por ende, del sedal. Hasta el momento en el que, de repente, se hizo el silencio y la quietud. Y un enorme charco de sangre comenzó a manchar la superficie marina de esa zona.
Unos poderosos dientes se habían clavado en la tierna carne del vientre, arrancando y desgajando un buen trozo, haciendo que el atún muerto comenzase a flotar junto con una sombra que nadó un par de veces a su alrededor, hasta que su cabeza asomó por sobre el agua. No tenía miedo en ese momento si la veían. Los humanos eran torpes en el medio acuático y ella estaba en su elemento, así que podría volver a huír con agilidad si algo se torciese. Pero el hambre, luego de varios días, la había empujado hacia allí.
Miró un momento a su alrededor, pasándose una mano por el ensangrentado mentón mientras tragaba el delicioso trozo de carne de atún. Y sus ojos se encontraron, literalmente, con los de otra persona.
Presumiblemente, al que le había robado la captura del día.