Ubben Sangrenegra
Loki
08-09-2024, 04:33 PM
Al adentrarse en la zona del puerto, el moreno de ojos dorados caminaba con una calma que podría confundirse con despreocupación, pero solo se trataba de una máscara que escondía su constante vigilancia. Caminaba lento y casual, convirtiendo su atenta mirada una extensión de su control sobre el entorno, pues, cada fibra de su ser estaba alerta... Tratandose de un Broker caido en desgracia, muchas cosas podían suceder. Mientras recorría las adoquinadas calles, buscando alguna señal que lo guiara en su búsqueda, sus agudos ojos se fijaron en una multitud. Los civiles se aglomeraban en torno a un cordón de la marina, una barrera de uniformados que creaban una línea entre el orden y el caos.
El peliblanco sabía que aquello era una bomba de tiempo, pues un solo movimiento en falso podría desatar la represión por parte de la ley. Había algo extraño en la tensión del aire, en la forma en que la marina escoltaba a varios prisioneros, con pintas de mafiosos dentro de un carro de detenidos. Ubben torció los labios en una mueca leve, apenas perceptible, mientras se mantenía a una distancia prudente. No era estúpido, y no iba a cometer el error de mezclarse en esa masa de civiles. Aunque el anonimato que ofrecía la multitud era tentador, sabía que si algo salía mal, toda esa gente sería arrastrada en el torbellino que seguiría. La multitud podría volverse un refugio o una trampa.
Observó el desfile de criminales con aparente indiferencia, adoptando una expresión de extrañeza en su rostro, como si no entendiera lo que estaba pasando, pero su mente no dejaba de trabajar. —¿De qué bando estaban ustedes, pecezuelos?— pensó con una sonrisa torcida. La respuesta no importaba, porque al final, todos en este mundo respondían a un amo o a una causa. Ubben, sin embargo, solo respondía a sí mismo por el momento. Con movimeintos sutiles, se proponía perderse en uno de los callejones cercanos, donde la sombra y la atención de la gente no podía alcanzarlo. No quería ser visto más de lo necesario. Sin embargo, cuando estaba a punto de entrar en acción y perderse entre las sombras, algo le detuvo. Un "¡AJA!" se escuchó en dirección del peliblanco. Ubben se congeló por un breve segundo, con las pupilas levemente dilatadas, mientras su mente corría por todas las posibilidades. Esa palabra, ese tono, siempre era el preludio de ser descubierto con las manos en la masa y un futuro desastre.
Su mano, ya por costumbre, se deslizó hacia el interior de sus bolsillos donde sus senbon aguardaban, dispuestas a ser usadas en cualquier momento. El metal frío contra sus dedos le proporcionaba una sensación de control, haciendole sentir que estaba listo para cualquier eventualidad. Quizá era un poco paranoico, pero la paranoia había mantenido a Ubben con vida hasta ahora. Su mirada se clavó en el origen del grito, y pronto identificó al responsable. El hombre que lo había llamado no era un marine, ni un civil molesto. Era uno de los jugadores de poker de la taberna donde Ubben había estado más temprano.
Ubben, acostumbrado a actuar, adoptó una actitud relajada. Sacó un cigarrillo de un bolsillo interno de su chaqueta, lo encendió con una cerilla que frotó contra el borde de su tricornio y le dio una calada lenta, permitiendo que el humo escapara de sus labios en un suspiro de aparente calma. El cigarrillo no era parte de su personaje, el peliblanco realmente necesitaba un cigarrillo en ese momento. Al exhalar, su mente continuaba trabajando. Observó al hombre frente a él, esos labios gruesos y esa sonrisa, era inconfundible que estuvo en la misma mesa de poker, pero Ubben no recordaba haber cruzado palabra directa con él. Se rascó el mentón con la mano libre, fingiendo estar sumido en una reflexión, mientras tomaba unos segundos para recomponer sus pensamientos. —Ah, sí, ahora lo recuerdo— dijo al fin, como si realmente hubiera tenido un momento de iluminación. Su tono era relajado, pero sus ojos dorados escudriñaban al hombre con una frialdad calculadora. Para Ubben ésto era un juego de poder, como siempre, y no tenía intenciones de perder.
—¿Conversación? —preguntó el peliblanco, fingiendo confusión mientras ladeaba la cabeza ligeramente. Dio otra calada a su cigarrillo y dejó escapar el humo lentamente, todo en su lenguaje corporal transmitía una relajada indiferencia. —No tengo idea de lo que hablas, pero si se trata de probar suerte, me interesa— añadió, dejando que sus ojos dorados se clavaran en el tipo frente a él. Su mirada era una advertencia silenciosa, un recordatorio de que no toleraría juegos innecesarios. Cuando el hombre comenzó a moverse hacia un callejón, Ubben esperó, no era tan bruto como para meterse sin pensar en un callejón con un tipo de los bajos fondos que le habló de la nada. Antes de seguirle, miró a su alrededor con la misma aparente calma que había mantenido hasta entonces, pero cada mirada era una inspección cuidadosa, buscando cualquier signo de peligro. En el bajo mundo, cualquier invitación podía ser una trampa. Había aprendido a esperar lo peor de cada situación, y eso le había mantenido con vida. Al final, decidió que el riesgo era manejable.
Fue entonces cuando otro hombre, más joven y de cabello oscuro, apareció. No era mucho mayor que Ubben, pero la forma en que se dirigió al primero lo dejó claro. —Lengua dura— pensó Ubben con una media sonrisa, mientras el chico lanzaba un insulto sin pestañear. Un descarado, sin duda. Sin embargo, Ubben no dejó que esto le molestara. En lugar de confrontar, lo siguió al callejón, siempre tranquilo, siempre observando. Una vez en el lugar, el hombre se presentó como Moguro, el Vendedor Risueño. El peliblanco apenas le prestó atención al joven de cabellos negros que lo había acompañado. Lo que realmente le intrigaba era Moguro. El tipo tenía una sonrisa demasiado grande, una que no coincidía con la situación. —¿Este tipo piensa que soy un novato?— se preguntó Ubben, en un pensamiento fugaz, mientras lo observaba con ojos entrecerrados.
La falsa amabilidad de Moguro irritaba al bribón, quien dejó que su lengua actuara antes de que su mente pudiera frenarla. —Ahora hablemos de la letra pequeña… ¿en qué te beneficias tú?— preguntó, con una frialdad que hizo eco en el callejón. No le gustaba la gente que jugaba con información sin revelar su verdadero propósito. —En este mundo, nadie regala nada. Y eso de negociar con corazones no me lo trago. ¿Qué sacas tú de esto?— insistió, esta vez con un tono más cortante, casi molesto. La paciencia de Ubben era limitada, especialmente cuando sentía que alguien intentaba tomarle por tonto, y aquello se hizo notar en como sus dedos empezaron a digitar contra su pulgar en su bolsillo. La sincronía entre sus palabras y las del otro hombre en el callejón lo tomó por sorpresa. Ambos habían hablado al mismo tiempo, transmitiendo el mismo mensaje con distintas palabras. Aquello sacó una sonrisa del peliblanco, una pequeña, apenas visible, pero genuina. Miró de reojo al hombre junto a él y, con una ligera inclinación de cabeza, dijo —Me agradas.— El chico, definitivamente, entendía las reglas del bajo mundo.
El peliblanco sabía que aquello era una bomba de tiempo, pues un solo movimiento en falso podría desatar la represión por parte de la ley. Había algo extraño en la tensión del aire, en la forma en que la marina escoltaba a varios prisioneros, con pintas de mafiosos dentro de un carro de detenidos. Ubben torció los labios en una mueca leve, apenas perceptible, mientras se mantenía a una distancia prudente. No era estúpido, y no iba a cometer el error de mezclarse en esa masa de civiles. Aunque el anonimato que ofrecía la multitud era tentador, sabía que si algo salía mal, toda esa gente sería arrastrada en el torbellino que seguiría. La multitud podría volverse un refugio o una trampa.
Observó el desfile de criminales con aparente indiferencia, adoptando una expresión de extrañeza en su rostro, como si no entendiera lo que estaba pasando, pero su mente no dejaba de trabajar. —¿De qué bando estaban ustedes, pecezuelos?— pensó con una sonrisa torcida. La respuesta no importaba, porque al final, todos en este mundo respondían a un amo o a una causa. Ubben, sin embargo, solo respondía a sí mismo por el momento. Con movimeintos sutiles, se proponía perderse en uno de los callejones cercanos, donde la sombra y la atención de la gente no podía alcanzarlo. No quería ser visto más de lo necesario. Sin embargo, cuando estaba a punto de entrar en acción y perderse entre las sombras, algo le detuvo. Un "¡AJA!" se escuchó en dirección del peliblanco. Ubben se congeló por un breve segundo, con las pupilas levemente dilatadas, mientras su mente corría por todas las posibilidades. Esa palabra, ese tono, siempre era el preludio de ser descubierto con las manos en la masa y un futuro desastre.
Su mano, ya por costumbre, se deslizó hacia el interior de sus bolsillos donde sus senbon aguardaban, dispuestas a ser usadas en cualquier momento. El metal frío contra sus dedos le proporcionaba una sensación de control, haciendole sentir que estaba listo para cualquier eventualidad. Quizá era un poco paranoico, pero la paranoia había mantenido a Ubben con vida hasta ahora. Su mirada se clavó en el origen del grito, y pronto identificó al responsable. El hombre que lo había llamado no era un marine, ni un civil molesto. Era uno de los jugadores de poker de la taberna donde Ubben había estado más temprano.
Ubben, acostumbrado a actuar, adoptó una actitud relajada. Sacó un cigarrillo de un bolsillo interno de su chaqueta, lo encendió con una cerilla que frotó contra el borde de su tricornio y le dio una calada lenta, permitiendo que el humo escapara de sus labios en un suspiro de aparente calma. El cigarrillo no era parte de su personaje, el peliblanco realmente necesitaba un cigarrillo en ese momento. Al exhalar, su mente continuaba trabajando. Observó al hombre frente a él, esos labios gruesos y esa sonrisa, era inconfundible que estuvo en la misma mesa de poker, pero Ubben no recordaba haber cruzado palabra directa con él. Se rascó el mentón con la mano libre, fingiendo estar sumido en una reflexión, mientras tomaba unos segundos para recomponer sus pensamientos. —Ah, sí, ahora lo recuerdo— dijo al fin, como si realmente hubiera tenido un momento de iluminación. Su tono era relajado, pero sus ojos dorados escudriñaban al hombre con una frialdad calculadora. Para Ubben ésto era un juego de poder, como siempre, y no tenía intenciones de perder.
—¿Conversación? —preguntó el peliblanco, fingiendo confusión mientras ladeaba la cabeza ligeramente. Dio otra calada a su cigarrillo y dejó escapar el humo lentamente, todo en su lenguaje corporal transmitía una relajada indiferencia. —No tengo idea de lo que hablas, pero si se trata de probar suerte, me interesa— añadió, dejando que sus ojos dorados se clavaran en el tipo frente a él. Su mirada era una advertencia silenciosa, un recordatorio de que no toleraría juegos innecesarios. Cuando el hombre comenzó a moverse hacia un callejón, Ubben esperó, no era tan bruto como para meterse sin pensar en un callejón con un tipo de los bajos fondos que le habló de la nada. Antes de seguirle, miró a su alrededor con la misma aparente calma que había mantenido hasta entonces, pero cada mirada era una inspección cuidadosa, buscando cualquier signo de peligro. En el bajo mundo, cualquier invitación podía ser una trampa. Había aprendido a esperar lo peor de cada situación, y eso le había mantenido con vida. Al final, decidió que el riesgo era manejable.
Fue entonces cuando otro hombre, más joven y de cabello oscuro, apareció. No era mucho mayor que Ubben, pero la forma en que se dirigió al primero lo dejó claro. —Lengua dura— pensó Ubben con una media sonrisa, mientras el chico lanzaba un insulto sin pestañear. Un descarado, sin duda. Sin embargo, Ubben no dejó que esto le molestara. En lugar de confrontar, lo siguió al callejón, siempre tranquilo, siempre observando. Una vez en el lugar, el hombre se presentó como Moguro, el Vendedor Risueño. El peliblanco apenas le prestó atención al joven de cabellos negros que lo había acompañado. Lo que realmente le intrigaba era Moguro. El tipo tenía una sonrisa demasiado grande, una que no coincidía con la situación. —¿Este tipo piensa que soy un novato?— se preguntó Ubben, en un pensamiento fugaz, mientras lo observaba con ojos entrecerrados.
La falsa amabilidad de Moguro irritaba al bribón, quien dejó que su lengua actuara antes de que su mente pudiera frenarla. —Ahora hablemos de la letra pequeña… ¿en qué te beneficias tú?— preguntó, con una frialdad que hizo eco en el callejón. No le gustaba la gente que jugaba con información sin revelar su verdadero propósito. —En este mundo, nadie regala nada. Y eso de negociar con corazones no me lo trago. ¿Qué sacas tú de esto?— insistió, esta vez con un tono más cortante, casi molesto. La paciencia de Ubben era limitada, especialmente cuando sentía que alguien intentaba tomarle por tonto, y aquello se hizo notar en como sus dedos empezaron a digitar contra su pulgar en su bolsillo. La sincronía entre sus palabras y las del otro hombre en el callejón lo tomó por sorpresa. Ambos habían hablado al mismo tiempo, transmitiendo el mismo mensaje con distintas palabras. Aquello sacó una sonrisa del peliblanco, una pequeña, apenas visible, pero genuina. Miró de reojo al hombre junto a él y, con una ligera inclinación de cabeza, dijo —Me agradas.— El chico, definitivamente, entendía las reglas del bajo mundo.