Balagus se encontraba mirando el largo puente que conectaba la parte occidental de Oykot, en la que se encontraban él y su compañero y capitán, con la parte oriental. La diferencia entre ambas era visible, palpable, olfateable y hasta degustable. El oni seguía sin estar de acuerdo con la decisión de su compañero haber escogido aquella isla como destino para tratar de hacerse con algunos dineros y, más importante, algún barco que les retirara de colarse en otros como polizones o de vender sus servicios a otros.
- No nos dejarán pasar. - Le dijo, sin dejar de mirar a los guardias que vigilaban el otro extremo.
El optimismo de Silver le ponía de mala uva constantemente, a menudo por encontrarlo más como un exceso de confianza y la incapacidad de reconocer las imperfecciones de sus planes. En esta ocasión, y al verse varados en medio de una extensa y sucia barriada pobre, el capitán quiso probar suerte en los mercados de la parte rica de la capital, perfectamente convencido de que su labia les granjearía un pase frente a los guardias.
Balagus bufó, exasperado, y siguió a su compañero a través del puente. Aquello no iba a salir bien, y alguien tendría que evitar que Silver la diñara en mitad de las peleas y persecuciones. Consigo llevaba su enorme hacha a la espalda, y su aspecto y tamaño le hacían el centro de las miradas de todos los viandantes.
- ¡Alto! No se permite el paso, salvo que poseáis los papeles oficiales. - El guardia que los detuvo portaba una imponente alabarda, y parecía bien entrenado y experimentado por su estado físico bajo la armadura y uniforme, y por la mirada bajo el casco. - Y ninguno tenéis pinta de tenerlos, en realidad. -
"No es mentira, realmente" pensó Balagus, con menos paciencia a cada momento. Sentía que iba a tener que sacar su arma pronto, y que lo siguiente sería, o bien correr entre las calles de la ciudad rica, o bien regresar a los barrios pobres donde no serían perseguidos.
Y tenía la impresión de que, de ponerse feas las cosas, su capitán no contemplaba la segunda opción.
- No nos dejarán pasar. - Le dijo, sin dejar de mirar a los guardias que vigilaban el otro extremo.
El optimismo de Silver le ponía de mala uva constantemente, a menudo por encontrarlo más como un exceso de confianza y la incapacidad de reconocer las imperfecciones de sus planes. En esta ocasión, y al verse varados en medio de una extensa y sucia barriada pobre, el capitán quiso probar suerte en los mercados de la parte rica de la capital, perfectamente convencido de que su labia les granjearía un pase frente a los guardias.
Balagus bufó, exasperado, y siguió a su compañero a través del puente. Aquello no iba a salir bien, y alguien tendría que evitar que Silver la diñara en mitad de las peleas y persecuciones. Consigo llevaba su enorme hacha a la espalda, y su aspecto y tamaño le hacían el centro de las miradas de todos los viandantes.
- ¡Alto! No se permite el paso, salvo que poseáis los papeles oficiales. - El guardia que los detuvo portaba una imponente alabarda, y parecía bien entrenado y experimentado por su estado físico bajo la armadura y uniforme, y por la mirada bajo el casco. - Y ninguno tenéis pinta de tenerlos, en realidad. -
"No es mentira, realmente" pensó Balagus, con menos paciencia a cada momento. Sentía que iba a tener que sacar su arma pronto, y que lo siguiente sería, o bien correr entre las calles de la ciudad rica, o bien regresar a los barrios pobres donde no serían perseguidos.
Y tenía la impresión de que, de ponerse feas las cosas, su capitán no contemplaba la segunda opción.