Jim
Hmpf
28-07-2024, 08:33 PM
Día 1 de primavera del año 724
Isla Rudra
Había vivido toda mi vida en la isla Rudra, un paraíso tropical lleno de frondosa vegetación, animales exóticos y el omnipresente volcán que dominaba el horizonte. Desde pequeño, mi familia de suricatos me había enseñado a ser precavido, a mantenerme oculto y a observar sin ser visto. Por eso, cuando los humanos llegaron a la costa de nuestra isla, mi curiosidad fue más fuerte que el miedo.
Desde mi escondite en la espesura, observé cómo una embarcación, más grande que cualquier criatura de la isla, se aproximaba a la playa. Los humanos que descendieron de ella eran diferentes a cualquier otra cosa que había visto antes: llevaban ropas coloridas, adornadas con símbolos que no comprendía, y parecían rebosar de energía y confianza. Eran piratas, eso lo supe casi de inmediato por las historias que los más viejos de mi tribu contaban alrededor de la hoguera.
La tripulación parecía estar buscando provisiones y descanso. Vi cómo encendían fogatas, preparaban alimentos y descargaban barriles y cofres. Mi estómago rugió al ver la abundancia de comida que ellos parecían dar por sentada. Sabía que debía hacer algo. Mi familia no estaba pasando por su mejor momento; las últimas lluvias habían sido escasas y encontrar comida se había vuelto más difícil.Mi madre suricata y mis cinco hermanos pequeños me observaban con ojos esperanzados. Aunque no podían hablar, sus miradas lo decían todo. Tenía que conseguir comida para ellos, y estos humanos podrían ser la respuesta a nuestras necesidades.
Esperé a que la noche cayera, cuando las sombras se volvieran mis aliadas. Me moví sigilosamente entre los árboles, acercándome al campamento. Los piratas, confiados en su superioridad, no habían colocado guardias atentos. Solo un par de ellos rondaban cerca de las fogatas, más ocupados en beber y cantar que en vigilar.
Primero, decidí asegurarme de que tendría un botín valioso. Me deslicé hasta un gran cofre que había sido dejado abierto, rebosante de monedas y joyas. Sabía que ese tesoro podría garantizar la seguridad de mi familia por mucho tiempo. Con una precisión que solo un mink podía tener, usé mis pequeñas manos para tomar un saco de monedas. Lo até firmemente y lo escondí entre los arbustos cercanos para recuperarlo más tarde.
Desde mi escondite en la espesura, observé cómo una embarcación, más grande que cualquier criatura de la isla, se aproximaba a la playa. Los humanos que descendieron de ella eran diferentes a cualquier otra cosa que había visto antes: llevaban ropas coloridas, adornadas con símbolos que no comprendía, y parecían rebosar de energía y confianza. Eran piratas, eso lo supe casi de inmediato por las historias que los más viejos de mi tribu contaban alrededor de la hoguera.
La tripulación parecía estar buscando provisiones y descanso. Vi cómo encendían fogatas, preparaban alimentos y descargaban barriles y cofres. Mi estómago rugió al ver la abundancia de comida que ellos parecían dar por sentada. Sabía que debía hacer algo. Mi familia no estaba pasando por su mejor momento; las últimas lluvias habían sido escasas y encontrar comida se había vuelto más difícil.Mi madre suricata y mis cinco hermanos pequeños me observaban con ojos esperanzados. Aunque no podían hablar, sus miradas lo decían todo. Tenía que conseguir comida para ellos, y estos humanos podrían ser la respuesta a nuestras necesidades.
Esperé a que la noche cayera, cuando las sombras se volvieran mis aliadas. Me moví sigilosamente entre los árboles, acercándome al campamento. Los piratas, confiados en su superioridad, no habían colocado guardias atentos. Solo un par de ellos rondaban cerca de las fogatas, más ocupados en beber y cantar que en vigilar.
Primero, decidí asegurarme de que tendría un botín valioso. Me deslicé hasta un gran cofre que había sido dejado abierto, rebosante de monedas y joyas. Sabía que ese tesoro podría garantizar la seguridad de mi familia por mucho tiempo. Con una precisión que solo un mink podía tener, usé mis pequeñas manos para tomar un saco de monedas. Lo até firmemente y lo escondí entre los arbustos cercanos para recuperarlo más tarde.
Luego, me dirigí hacia el área donde habían dejado sus provisiones. Los olores de carnes ahumadas, frutas exóticas y panes recién horneados llenaban el aire. Con el estómago gruñendo de hambre, me apresuré a llenar un saco con todo lo que pude encontrar. Cada ruido en la noche me ponía en alerta, pero mi agudo oído me permitió anticipar los movimientos de los piratas y mantenerme fuera de su vista.
Cuando creía haber conseguido suficiente, uno de los piratas se acercó peligrosamente. Me detuve, conteniendo la respiración mientras el humano miraba en mi dirección. Sentí que mi corazón latía con fuerza, pero me mantuve inmóvil, confiando en mi habilidad para pasar desapercibido.El pirata parecía haber notado algo extraño, pues empezó a caminar hacia donde yo estaba. Necesitaba una distracción. Con un rápido movimiento, arrojé una piedra hacia una pila de barriles cercanos. El ruido hizo que el pirata se girara inmediatamente y corriera hacia ese lugar, dándome la oportunidad perfecta para escapar.
Con el saco lleno de comida y monedas a cuestas, regresé al escondite donde había dejado el botín anterior. Satisfecho con mi ingenio y habilidades, me permití un momento para observar el campamento pirata desde la distancia. Sabía que ellos se darían cuenta de la falta de sus provisiones al amanecer, pero para entonces ya estaría lejos de allí, seguro entre la espesa selva de Rudra.
Al llegar a casa, mi madre y mis hermanos me recibieron con sorpresa y alivio. Mis hermanos pequeños, con sus ojitos brillando de emoción, se abalanzaron sobre el saco de comida. Mi madre, con una expresión de agradecimiento, me acarició la cabeza suavemente. Había conseguido asegurar el bienestar de mi familia al menos por una temporada más.
A la mañana siguiente, desde lo alto de un árbol, observé a los piratas. La confusión y la furia eran evidentes en sus rostros mientras descubrían que habían sido robados. Algunos gritaban y maldecían, mientras otros parecían más interesados en buscar al culpable. Pero yo sabía que no encontrarían rastro alguno. Mis pasos eran tan ligeros como el viento y mi presencia tan efímera como un susurro.
En los días que siguieron, los piratas intentaron varias veces adentrarse en la selva, probablemente en busca de sus pertenencias o del ladrón. Pero Rudra es una isla que protege a los suyos, y sus peligros naturales pronto los disuadieron. Los vi enfrentarse a fieras salvajes y a trampas naturales que nosotros, los minks, conocíamos bien cómo evitar.
Con el tiempo, los piratas se marcharon, dejando la isla tal como la habían encontrado, aunque un poco más pobres y mucho más cautelosos. Para mí, aquel encuentro fue una lección valiosa. Había aprendido que, aunque éramos pequeños y aparentemente indefensos, nuestra inteligencia y habilidades nos hacían capaces de grandes cosas.
Desde entonces, mi respeto por los humanos había cambiado. Ya no eran simples criaturas para observar desde la distancia; eran seres complejos, capaces de lo mejor y de lo peor. Y yo, Jim, el mink suricato de Rudra, había probado ser su igual en ingenio y valentía.
Con el botín bien escondido y las provisiones aseguradas, mi madre y mis hermanos podrían vivir tranquilos por un buen tiempo. Pero en el fondo de mi corazón, sabía que ese encuentro con los piratas era solo el comienzo de mis aventuras. El mundo era grande y estaba lleno de misterios por descubrir, y yo estaba más que listo para enfrentar lo que viniera, con la astucia y el coraje que siempre me habían caracterizado. Y así, cada noche, mientras el volcán dormía bajo el cielo estrellado de Rudra, soñaba con las infinitas posibilidades que el futuro me deparaba. Porque si había algo que había aprendido, era que la verdadera fuerza no reside en el tamaño o la ferocidad, sino en el corazón y la mente de quien enfrenta los desafíos con determinación y sabiduría.
Cuando creía haber conseguido suficiente, uno de los piratas se acercó peligrosamente. Me detuve, conteniendo la respiración mientras el humano miraba en mi dirección. Sentí que mi corazón latía con fuerza, pero me mantuve inmóvil, confiando en mi habilidad para pasar desapercibido.El pirata parecía haber notado algo extraño, pues empezó a caminar hacia donde yo estaba. Necesitaba una distracción. Con un rápido movimiento, arrojé una piedra hacia una pila de barriles cercanos. El ruido hizo que el pirata se girara inmediatamente y corriera hacia ese lugar, dándome la oportunidad perfecta para escapar.
Con el saco lleno de comida y monedas a cuestas, regresé al escondite donde había dejado el botín anterior. Satisfecho con mi ingenio y habilidades, me permití un momento para observar el campamento pirata desde la distancia. Sabía que ellos se darían cuenta de la falta de sus provisiones al amanecer, pero para entonces ya estaría lejos de allí, seguro entre la espesa selva de Rudra.
Al llegar a casa, mi madre y mis hermanos me recibieron con sorpresa y alivio. Mis hermanos pequeños, con sus ojitos brillando de emoción, se abalanzaron sobre el saco de comida. Mi madre, con una expresión de agradecimiento, me acarició la cabeza suavemente. Había conseguido asegurar el bienestar de mi familia al menos por una temporada más.
A la mañana siguiente, desde lo alto de un árbol, observé a los piratas. La confusión y la furia eran evidentes en sus rostros mientras descubrían que habían sido robados. Algunos gritaban y maldecían, mientras otros parecían más interesados en buscar al culpable. Pero yo sabía que no encontrarían rastro alguno. Mis pasos eran tan ligeros como el viento y mi presencia tan efímera como un susurro.
En los días que siguieron, los piratas intentaron varias veces adentrarse en la selva, probablemente en busca de sus pertenencias o del ladrón. Pero Rudra es una isla que protege a los suyos, y sus peligros naturales pronto los disuadieron. Los vi enfrentarse a fieras salvajes y a trampas naturales que nosotros, los minks, conocíamos bien cómo evitar.
Con el tiempo, los piratas se marcharon, dejando la isla tal como la habían encontrado, aunque un poco más pobres y mucho más cautelosos. Para mí, aquel encuentro fue una lección valiosa. Había aprendido que, aunque éramos pequeños y aparentemente indefensos, nuestra inteligencia y habilidades nos hacían capaces de grandes cosas.
Desde entonces, mi respeto por los humanos había cambiado. Ya no eran simples criaturas para observar desde la distancia; eran seres complejos, capaces de lo mejor y de lo peor. Y yo, Jim, el mink suricato de Rudra, había probado ser su igual en ingenio y valentía.
Con el botín bien escondido y las provisiones aseguradas, mi madre y mis hermanos podrían vivir tranquilos por un buen tiempo. Pero en el fondo de mi corazón, sabía que ese encuentro con los piratas era solo el comienzo de mis aventuras. El mundo era grande y estaba lleno de misterios por descubrir, y yo estaba más que listo para enfrentar lo que viniera, con la astucia y el coraje que siempre me habían caracterizado. Y así, cada noche, mientras el volcán dormía bajo el cielo estrellado de Rudra, soñaba con las infinitas posibilidades que el futuro me deparaba. Porque si había algo que había aprendido, era que la verdadera fuerza no reside en el tamaño o la ferocidad, sino en el corazón y la mente de quien enfrenta los desafíos con determinación y sabiduría.