Octojin
El terror blanco
09-09-2024, 12:24 AM
El tiburón, sentado cerca de la piedra llena de sangre procedente de la carne que había cocinado empezó a reflexionar sobre todo lo que se acababa. En la orilla de la cueva miraba a Asradi mientras el sol comenzaba a iluminar tenuemente la costa. La sensación de camaradería que había compartido con la sirena en las últimas horas lo llenaba de una mezcla de satisfacción y tristeza. Sabía que el momento de la despedida estaba cerca, y aunque era consciente de que ambos tenían caminos diferentes, una parte de él no quería que ese momento llegara. Y no es que odiase las despedidas. Realmente odiaba despedirse de ella. De la sirena que tanto había hecho por su recuperación, la que le había ofrecido ayuda sin esperar nada a cambio y de la cual había conseguido obtener una extraña relación para él. Esa de la que aún seguía buscando significado y que le estaba haciendo experimentar tantas sensaciones desconocidas para él.
Las palabras de Asradi resonaban en su mente, especialmente cuando había mencionado que también se sentía bien a su lado. Que fuera un sentimiento que ambos compartían, hizo que el gyojin se encontrase en un estado de absoluta éxtasis. Era un sentimiento nuevo para él, como tantos que había experimentado en aquella isla.
No había tenido una conexión tan profunda con alguien en mucho tiempo, y mucho menos con una sirena, alguien de su propia especie. Tal vez por eso la despedida le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sentía un cosquilleo en el pecho cada vez que ella lo miraba o cuando sus manos se encontraban brevemente, como cuando le había estrechado la mano en un gesto de confianza y cariño. Esa sensación lo desconcertaba, pues no la entendía del todo. Cuestión de aprender, suponía. Pero es que le dolía mucho su ignorancia en ese aspecto. ¿Por qué no sabía nada de aquella sensación?
Se rió cuando Asradi le dio una pequeña palmada en el brazo tras casi haberse atragantado con el agua de coco. Su risa era sincera, sin burlas, simplemente un reflejo de lo cómodo que se sentía con ella. Y parece que la sirena así lo sintió, pues no hubo ni un ápice de reproche en ella.
Mientras comían, Octojin intentaba mantener una postura más formal y educada, aunque no podía evitar reírse cuando observaba la energía con la que Asradi devoraba la carne. Aquello le enseñó que no siempre debía intentar seguir unas pautas marcadas por a saber quién. Debía ser él sin importar quien estuviera delante. Sin duda aquel gesto le demostró que ella era una de los suyos, y verla así lo hizo sentirse aún más unido a su ser. Después de observarla un momento, se relajó y comenzó a comer a su propio ritmo, más tranquilo pero sin dejar de disfrutar del momento. Aquella comida tenía algo especial, no por el sabor, sino por la compañía.
Mientras seguían hablando, Asradi se inclinó hacia él para revisar su herida una vez más. Octojin se tensó por un segundo cuando los delicados dedos de la sirena recorrieron su pecho. Sentía un cosquilleo extraño, como una corriente suave que subía desde su pecho hasta su garganta. Nunca antes había sentido algo así, y aunque no entendía del todo qué significaba, sabía que no quería que ese momento terminara.
—Gracias por cuidarme —le dijo en voz baja, observando cómo sus dedos trazaban la línea de su herida ahora casi cerrada—. Te debo mucho —Pero sabía que no era solo su cuerpo lo que ella había sanado. Asradi había llegado en el momento justo, cuando Octojin necesitaba algo más que solo medicina. Había estado solo por mucho tiempo, sin relacionarse con nadie mucho más tiempo del necesario. Y aquello que la sirena le había dado, le abría puertas que no sabía que existían. Podía buscar gente y fiarse si merecían la pena. Solo tendría que esforzarse algo más en intentar comprender a quién tenía delante. Ella no solo le había salvado, también le había dado compañía, un sentimiento de pertenencia que hacía tiempo no experimentaba.
Asradi le ofreció un pequeño frasco con el cicatrizante que había estado usando en él, y sus manos se rozaron una vez más al pasárselo. Ese simple contacto fue suficiente para que Octojin sintiera que algo en su pecho se apretaba. La tristeza de la inminente despedida comenzaba a pesar sobre él. La mirada de Asradi, cuando mencionó que debían regresar a la costa, reflejaba los mismos sentimientos que él tenía. O eso creyó leer el escualo en su rostro. Sabían que el momento se acercaba, pero ninguno de los dos estaba realmente preparado.
Caminaron juntos hacia la costa, el sonido del mar se iba haciendo más presente con cada paso que daban. Y aquello solo significaba lo que no querían que llegase. El ambiente entre ellos era tranquilo, pero cargado de emociones no dichas. Octojin miraba el océano, su hogar, el lugar al que siempre regresaba. Y sin embargo en ese momento sentía que no quería dejar la tierra firme, no quería dejar la compañía de Asradi.
Cuando llegaron a la orilla, el mar parecía recibirlos con sus suaves olas, pero Octojin no podía evitar sentir que el océano también marcaba el final de algo. Se giró hacia Asradi y la miró con una mezcla de tristeza y gratitud. No sabía muy bien que decir.
—Es una pena que tengamos que separarnos —dijo finalmente, con la voz más grave y cargada de emoción de lo que había pretendido, con la firme intención de no quebrarse—. Me habría gustado compartir más tiempo contigo, pero entiendo que ambos tenemos caminos diferentes. Lucharemos por nuestros sueños y llegaremos donde queramos. Estoy seguro de ello.
Se sentía al borde de las lágrimas, algo completamente inesperado para él. El gyojin nunca había sido alguien dado a las emociones, mucho menos a llorar, pero en ese momento sentía que algo importante se rompía dentro de él.
—Ojalá el mar nos vuelva a reunir —agregó, con su voz casi quebrándose—. Quizá en algún puerto lejano, alguna corriente tonta, como hemos dicho, nos lleve al mismo lugar. Seguro que tendremos muchas historias que contarnos. Yo lucharé por ello —finalizó guiñando un ojo mientras sonreía.
Los ojos de Octojin estaban vidriosos, y aunque intentaba mantener la compostura, no podía evitar que una lágrima se formara en la comisura de su ojo. Se acercó a Asradi una vez más, y esta vez fue él quien tomó la iniciativa de tocar su mano, apretándola con suavidad.
—Gracias por todo —dijo en voz baja, sabiendo que las palabras no eran suficientes para expresar lo que sentía en ese momento.
El tiburón se quedó allí, petrificado, mirando el océano en silencio cerca de la sirena. Quizá porque allí es donde quería estar en ese momento y sabiendo que pronto tendrían que irse en direcciones opuestas. Pero en ese instante, con el sonido de las olas y la brisa marina rodeándolos, todo parecía estar en paz.
Finalmente, Octojin dio un paso atrás, asintiendo hacia el mar.
—Es hora —dijo, aunque su corazón le pedía quedarse un poco más. Con una última mirada a Asradi, se giró y caminó hacia el agua, sintiendo cómo las olas lo abrazaban nuevamente.
Y mientras se sumergía, dejando atrás la tierra firme y a Asradi, no pudo evitar sentir que parte de él se quedaba con ella.
Las palabras de Asradi resonaban en su mente, especialmente cuando había mencionado que también se sentía bien a su lado. Que fuera un sentimiento que ambos compartían, hizo que el gyojin se encontrase en un estado de absoluta éxtasis. Era un sentimiento nuevo para él, como tantos que había experimentado en aquella isla.
No había tenido una conexión tan profunda con alguien en mucho tiempo, y mucho menos con una sirena, alguien de su propia especie. Tal vez por eso la despedida le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sentía un cosquilleo en el pecho cada vez que ella lo miraba o cuando sus manos se encontraban brevemente, como cuando le había estrechado la mano en un gesto de confianza y cariño. Esa sensación lo desconcertaba, pues no la entendía del todo. Cuestión de aprender, suponía. Pero es que le dolía mucho su ignorancia en ese aspecto. ¿Por qué no sabía nada de aquella sensación?
Se rió cuando Asradi le dio una pequeña palmada en el brazo tras casi haberse atragantado con el agua de coco. Su risa era sincera, sin burlas, simplemente un reflejo de lo cómodo que se sentía con ella. Y parece que la sirena así lo sintió, pues no hubo ni un ápice de reproche en ella.
Mientras comían, Octojin intentaba mantener una postura más formal y educada, aunque no podía evitar reírse cuando observaba la energía con la que Asradi devoraba la carne. Aquello le enseñó que no siempre debía intentar seguir unas pautas marcadas por a saber quién. Debía ser él sin importar quien estuviera delante. Sin duda aquel gesto le demostró que ella era una de los suyos, y verla así lo hizo sentirse aún más unido a su ser. Después de observarla un momento, se relajó y comenzó a comer a su propio ritmo, más tranquilo pero sin dejar de disfrutar del momento. Aquella comida tenía algo especial, no por el sabor, sino por la compañía.
Mientras seguían hablando, Asradi se inclinó hacia él para revisar su herida una vez más. Octojin se tensó por un segundo cuando los delicados dedos de la sirena recorrieron su pecho. Sentía un cosquilleo extraño, como una corriente suave que subía desde su pecho hasta su garganta. Nunca antes había sentido algo así, y aunque no entendía del todo qué significaba, sabía que no quería que ese momento terminara.
—Gracias por cuidarme —le dijo en voz baja, observando cómo sus dedos trazaban la línea de su herida ahora casi cerrada—. Te debo mucho —Pero sabía que no era solo su cuerpo lo que ella había sanado. Asradi había llegado en el momento justo, cuando Octojin necesitaba algo más que solo medicina. Había estado solo por mucho tiempo, sin relacionarse con nadie mucho más tiempo del necesario. Y aquello que la sirena le había dado, le abría puertas que no sabía que existían. Podía buscar gente y fiarse si merecían la pena. Solo tendría que esforzarse algo más en intentar comprender a quién tenía delante. Ella no solo le había salvado, también le había dado compañía, un sentimiento de pertenencia que hacía tiempo no experimentaba.
Asradi le ofreció un pequeño frasco con el cicatrizante que había estado usando en él, y sus manos se rozaron una vez más al pasárselo. Ese simple contacto fue suficiente para que Octojin sintiera que algo en su pecho se apretaba. La tristeza de la inminente despedida comenzaba a pesar sobre él. La mirada de Asradi, cuando mencionó que debían regresar a la costa, reflejaba los mismos sentimientos que él tenía. O eso creyó leer el escualo en su rostro. Sabían que el momento se acercaba, pero ninguno de los dos estaba realmente preparado.
Caminaron juntos hacia la costa, el sonido del mar se iba haciendo más presente con cada paso que daban. Y aquello solo significaba lo que no querían que llegase. El ambiente entre ellos era tranquilo, pero cargado de emociones no dichas. Octojin miraba el océano, su hogar, el lugar al que siempre regresaba. Y sin embargo en ese momento sentía que no quería dejar la tierra firme, no quería dejar la compañía de Asradi.
Cuando llegaron a la orilla, el mar parecía recibirlos con sus suaves olas, pero Octojin no podía evitar sentir que el océano también marcaba el final de algo. Se giró hacia Asradi y la miró con una mezcla de tristeza y gratitud. No sabía muy bien que decir.
—Es una pena que tengamos que separarnos —dijo finalmente, con la voz más grave y cargada de emoción de lo que había pretendido, con la firme intención de no quebrarse—. Me habría gustado compartir más tiempo contigo, pero entiendo que ambos tenemos caminos diferentes. Lucharemos por nuestros sueños y llegaremos donde queramos. Estoy seguro de ello.
Se sentía al borde de las lágrimas, algo completamente inesperado para él. El gyojin nunca había sido alguien dado a las emociones, mucho menos a llorar, pero en ese momento sentía que algo importante se rompía dentro de él.
—Ojalá el mar nos vuelva a reunir —agregó, con su voz casi quebrándose—. Quizá en algún puerto lejano, alguna corriente tonta, como hemos dicho, nos lleve al mismo lugar. Seguro que tendremos muchas historias que contarnos. Yo lucharé por ello —finalizó guiñando un ojo mientras sonreía.
Los ojos de Octojin estaban vidriosos, y aunque intentaba mantener la compostura, no podía evitar que una lágrima se formara en la comisura de su ojo. Se acercó a Asradi una vez más, y esta vez fue él quien tomó la iniciativa de tocar su mano, apretándola con suavidad.
—Gracias por todo —dijo en voz baja, sabiendo que las palabras no eran suficientes para expresar lo que sentía en ese momento.
El tiburón se quedó allí, petrificado, mirando el océano en silencio cerca de la sirena. Quizá porque allí es donde quería estar en ese momento y sabiendo que pronto tendrían que irse en direcciones opuestas. Pero en ese instante, con el sonido de las olas y la brisa marina rodeándolos, todo parecía estar en paz.
Finalmente, Octojin dio un paso atrás, asintiendo hacia el mar.
—Es hora —dijo, aunque su corazón le pedía quedarse un poco más. Con una última mirada a Asradi, se giró y caminó hacia el agua, sintiendo cómo las olas lo abrazaban nuevamente.
Y mientras se sumergía, dejando atrás la tierra firme y a Asradi, no pudo evitar sentir que parte de él se quedaba con ella.