Ubben Sangrenegra
Loki
09-09-2024, 02:19 AM
(Última modificación: 09-09-2024, 02:21 AM por Ubben Sangrenegra.)
El bribón de tez morena se mantuvo inmóvil, con la mirada fija y la expresión relajada, mientras la voluptuosa figura de la mujer conejo se deslizaba frente a él, ignorándolo por completo. Aunque este desaire hirió profundamente su orgullo, no permitió que aquel revés afectara su enfoque. Frente a él, estaba nada más y nada menos que Don Chettony, una figura considerable en los bajos fondos de Kilombo y del Éste. No iba a perder el tiempo en asuntos triviales. Después de todo, la política de sobrevivir en esos entornos demandaba siempre concentrarse en lo más importante.
Cuando Don Chettony le dirigió la palabra, un elogio ligero acerca de su presencia, incluyéndolo a él y al peculiar pato que le acompañaba, el peliblanco mantuvo una serenidad impecable. Su mente, sin embargo, estaba ocupada en más que solo el diálogo. Mientras mantenía esa postura tranquila, no pudo evitar notar la intervención directa y desconfiada de Bunny, la mujer conejo. La frialdad en su mirada iba dirigida claramente hacia él, como si desde el primer momento hubiera sentido la necesidad de señalarlo como una amenaza. Los ojos dorados del bribón evaluaron cada posible reflejo a su alrededor, buscando en las vajillas y espejos cualquier indicio de su ruta de escape previamente marcada. No cometería el error de mirar directamente a la ventana que había designado como su salida de emergencia; cualquier movimiento sospechoso podía delatarlo.
—Señorita Bunny, entiendo su desconfianza, de verdad que la entiendo...— dijo con una voz tranquila, sin perder el aire afable que lo caracterizaba, aunque la tensión se podía sentir en el ambiente —Pero le agradecería que no insulte mi inteligencia sugiriendo que vengo con la intención de traer ruina a Don Chettony, cuando me he presentado de manera formal y con los debidos protocolos.— las palabras salieron como puñales suaves, cargadas de una falsa humildad que sólo intentaba ganar terreno en la conversación. Con un juego sutil de manipulaciones verbales, el bribón trataba de mantener el favor del Don y de apaciguar, aunque fuera mínimamente, la agresiva desconfianza de la mujer.
Antes de que la conversación pudiera escalar, fue el propio Don Chettony quien intervino, indicando que ya era suficiente, y sugiriendo a Bunny que fuera a por algo de Chetto. El disgusto en el rostro de la coneja fue evidente, y aunque ese pequeño triunfo encendió una chispa de satisfacción en el moreno de cabellos blancos, supo contener cualquier atisbo de emoción en su expresión. Apenas le dedicó una mirada discreta a la joven cuando se retiró, pero no pudo evitar que su vista se desviara momentáneamente hacia el movimiento sensual de sus caderas, el contoneo que parecía tener el poder de atraer la atención de cualquiera.
—Es entendible, Don Chettony. La desconfianza de la señorita Bunny no es más que una expresión de gratitud por todo lo que usted ha hecho por ella.— afirmó el bribón con respeto, modulando cuidadosamente su tono para que sonara como un elogio. Sus verdaderas intenciones, no obstante, eran más complejas. Mientras sus palabras destacaban la lealtad de Bunny, también insinuaban que él mismo valoraba la lealtad y la prudencia, presentándose como alguien digno de confianza ante los ojos del capo. —Lamento mucho lo de su padre. Por lo que comenta, fue un hombre digno de respeto y confianza.— agregó con una voz suave, tan convincente que ni siquiera el más suspicaz habría detectado el matiz de ironía en sus pensamientos. La verdad era que, para él, todo aquello sonaba como una excusa perfecta para encubrir una traición interna. ¿Quién mejor para "limpiar la casa" que el propio Don? Las casualidades no existían en su mundo.
El graznido del pato lo sacó momentáneamente de sus cavilaciones, y sin pensarlo demasiado, respondió con una cortesía milimétricametne medida —Concuerdo completamente, señor Pato.— Las palabras del bribón estaban llenas de una curiosidad genuina, pues aún no terminaba de comprender cómo una criatura como aquella se encontraba en ese lugar, o, más extraño aún, por qué parecía tener la capacidad de hablar. La escena era tan surrealista que, por un momento, casi perdió el hilo de la conversación. Cuando el pato se despidió y dejó que las formalidades avanzaran, el peliblanco no desaprovechó la oportunidad. Calculando cada movimiento, aprovechó la situación para dirigirse al Don. —Don Chettony, disculpe la pregunta, ¿le molestaría si fumo aquí?—dijo, sacando un cigarrillo de su chaqueta y esperando la señal de aprobación antes de continuar hablando. Sabía que en ese momento la etiqueta lo era todo.
—Como le mencioné al presentarme, vengo de paso solamente.— prosiguió, mientras encendía el cigarrillo con la misma parsimonia que empleaba al desenvainar una aguja senbon —Sin embargo, me gustaría mencionar que no me molestaría serle de utilidad durante mi estadía en Kilombo. Si hubiese alguna tarea que usted considere que podría beneficiarse de las habilidades de alguien... específico...— hizo una breve pausa, dejando que la palabra "específico" se impregnara en el aire como el humo que exhalaba suavemente —No dude en hacérmelo saber.— El tono respetuoso y calmado con el que hablaba revelaba que era plenamente consciente del poder que ostentaba el Don. El bribón de ojos dorados no era estúpido, sabía cuándo y dónde debía medir sus palabras, y ese era uno de esos momentos. Aunque por dentro evaluaba las posibilidades de cada salida, mantenía su expresión perfectamente neutra, mostrando una mezcla de admiración y pragmatismo. No estaba allí para ganarse el favor de nadie, pero tampoco podía darse el lujo de crear enemigos innecesarios.
Cuando Don Chettony le dirigió la palabra, un elogio ligero acerca de su presencia, incluyéndolo a él y al peculiar pato que le acompañaba, el peliblanco mantuvo una serenidad impecable. Su mente, sin embargo, estaba ocupada en más que solo el diálogo. Mientras mantenía esa postura tranquila, no pudo evitar notar la intervención directa y desconfiada de Bunny, la mujer conejo. La frialdad en su mirada iba dirigida claramente hacia él, como si desde el primer momento hubiera sentido la necesidad de señalarlo como una amenaza. Los ojos dorados del bribón evaluaron cada posible reflejo a su alrededor, buscando en las vajillas y espejos cualquier indicio de su ruta de escape previamente marcada. No cometería el error de mirar directamente a la ventana que había designado como su salida de emergencia; cualquier movimiento sospechoso podía delatarlo.
—Señorita Bunny, entiendo su desconfianza, de verdad que la entiendo...— dijo con una voz tranquila, sin perder el aire afable que lo caracterizaba, aunque la tensión se podía sentir en el ambiente —Pero le agradecería que no insulte mi inteligencia sugiriendo que vengo con la intención de traer ruina a Don Chettony, cuando me he presentado de manera formal y con los debidos protocolos.— las palabras salieron como puñales suaves, cargadas de una falsa humildad que sólo intentaba ganar terreno en la conversación. Con un juego sutil de manipulaciones verbales, el bribón trataba de mantener el favor del Don y de apaciguar, aunque fuera mínimamente, la agresiva desconfianza de la mujer.
Antes de que la conversación pudiera escalar, fue el propio Don Chettony quien intervino, indicando que ya era suficiente, y sugiriendo a Bunny que fuera a por algo de Chetto. El disgusto en el rostro de la coneja fue evidente, y aunque ese pequeño triunfo encendió una chispa de satisfacción en el moreno de cabellos blancos, supo contener cualquier atisbo de emoción en su expresión. Apenas le dedicó una mirada discreta a la joven cuando se retiró, pero no pudo evitar que su vista se desviara momentáneamente hacia el movimiento sensual de sus caderas, el contoneo que parecía tener el poder de atraer la atención de cualquiera.
—Es entendible, Don Chettony. La desconfianza de la señorita Bunny no es más que una expresión de gratitud por todo lo que usted ha hecho por ella.— afirmó el bribón con respeto, modulando cuidadosamente su tono para que sonara como un elogio. Sus verdaderas intenciones, no obstante, eran más complejas. Mientras sus palabras destacaban la lealtad de Bunny, también insinuaban que él mismo valoraba la lealtad y la prudencia, presentándose como alguien digno de confianza ante los ojos del capo. —Lamento mucho lo de su padre. Por lo que comenta, fue un hombre digno de respeto y confianza.— agregó con una voz suave, tan convincente que ni siquiera el más suspicaz habría detectado el matiz de ironía en sus pensamientos. La verdad era que, para él, todo aquello sonaba como una excusa perfecta para encubrir una traición interna. ¿Quién mejor para "limpiar la casa" que el propio Don? Las casualidades no existían en su mundo.
El graznido del pato lo sacó momentáneamente de sus cavilaciones, y sin pensarlo demasiado, respondió con una cortesía milimétricametne medida —Concuerdo completamente, señor Pato.— Las palabras del bribón estaban llenas de una curiosidad genuina, pues aún no terminaba de comprender cómo una criatura como aquella se encontraba en ese lugar, o, más extraño aún, por qué parecía tener la capacidad de hablar. La escena era tan surrealista que, por un momento, casi perdió el hilo de la conversación. Cuando el pato se despidió y dejó que las formalidades avanzaran, el peliblanco no desaprovechó la oportunidad. Calculando cada movimiento, aprovechó la situación para dirigirse al Don. —Don Chettony, disculpe la pregunta, ¿le molestaría si fumo aquí?—dijo, sacando un cigarrillo de su chaqueta y esperando la señal de aprobación antes de continuar hablando. Sabía que en ese momento la etiqueta lo era todo.
—Como le mencioné al presentarme, vengo de paso solamente.— prosiguió, mientras encendía el cigarrillo con la misma parsimonia que empleaba al desenvainar una aguja senbon —Sin embargo, me gustaría mencionar que no me molestaría serle de utilidad durante mi estadía en Kilombo. Si hubiese alguna tarea que usted considere que podría beneficiarse de las habilidades de alguien... específico...— hizo una breve pausa, dejando que la palabra "específico" se impregnara en el aire como el humo que exhalaba suavemente —No dude en hacérmelo saber.— El tono respetuoso y calmado con el que hablaba revelaba que era plenamente consciente del poder que ostentaba el Don. El bribón de ojos dorados no era estúpido, sabía cuándo y dónde debía medir sus palabras, y ese era uno de esos momentos. Aunque por dentro evaluaba las posibilidades de cada salida, mantenía su expresión perfectamente neutra, mostrando una mezcla de admiración y pragmatismo. No estaba allí para ganarse el favor de nadie, pero tampoco podía darse el lujo de crear enemigos innecesarios.