Lemon Stone
MVP
09-09-2024, 04:54 AM
Un muchacho para nada sorprendente (no es que envidiase su cuerpo fuerte y esculpido) lo recibió en la tienda. Amable en su tono de voz, eficiente en las preguntas. Ofreció con fluidez lo que Lemon necesitaba, como si se hubiera dado cuenta con solo verle lo que deseaba: un arma para reventar cráneos. Mientras más sangre salpicase, mejor. Había visto en las películas de terror que los asesinos en serie siempre cometían asesinatos sangrientos, y todo el mundo sabe que el Ejército Revolucionario es un enorme payaso asesino con ganas de aplastar al mundo entero.
-Quisiera comprarlo.
-Oh, ¿cumplirás mis expectativas? ¡Genial! Pues dinero es justo lo que hoy traigo -respondió el revolucionario, echándole un vistazo a su alrededor.
Escrutó con la mirada el bate que el comerciante ofrecía. Tenía buen estilo y le daba un toque imponente, de hombre rudo. Se lo arrebató gentilmente de las manos y probó el peso, balanceándolo de un lado a otro como si de un experto en bates se tratase, aunque en realidad era el primero que había tomado en la vida. Solo quería parecer genial. Fuera cierto o no, Lemon sabía cómo diferenciar un arma mala de una útil, no importaba que fuera un garrote o un bate: el peso no miente.
-Es cierto que los garrotes y los bates son buenas armas para mercenarios y bandidos cualesquiera, para gente de escasos recursos que se contentan con lo primero que se les ofrece, pero yo… Yo soy un hombre más refinado, ¿me sigues? -contestó Lemon, tan irritante como siempre-. Lo siento, no quería hablar de más. Me interesa ese martillo de guerra que tienes ahí atrás, ¿lo forjaste tú?
El martillo de guerra descansaba con un peso imponente sobre la mesa de madera gastada. Su cabeza de acero, ancha y maciza, reflejaba la tenue luz de la fogata, proyectando sombras que parecían moverse por sí mismas. En un extremo, la superficie plana y lisa estaba diseñada para aplastar con fuerza brutal; en el otro, una púa afilada sobresalía, dispuesta a perforar armaduras y escudos por igual. El mango, forjado de hierro oscuro y envuelto en cuero desgastado por el uso, era largo y robusto, lo suficientemente fuerte como para soportar el peso de la cabeza, pero también ágil en manos expertas. Las marcas de batalla lo adornaban: rayones profundos y pequeñas muescas que hablaban de las veces que había encontrado su objetivo. A simple vista, parecía una herramienta primitiva de destrucción, pero para quien lo empuñaba, era más que eso. Era una extensión de su fuerza, un símbolo de poder crudo y letal.