Jun Gunslinger
Nagaredama
09-09-2024, 07:49 AM
Jun resopló, esbozando una sonrisa torcida ante las palabras del gigante. No retiró sus ojos del atardecer, pero no le hizo falta mirar a Drake para darse cuenta de que había accedido a acercarse y ahora estaba, igual que ella, sentado al borde del abismo.
El silencio entre ambos fue breve, porque él no se tardaría demasiado en volver a hablar. Jun lo escuchó sin hacer interrupciones, mientras contemplaba como el océano se tragaba los últimos rayos moribundos del sol. Sus palabras despertaron imágenes vivas de su propia niñez, de los sueños y fantasías que había imaginado durante años. Había algo en lo que Drake decía que por un instante le haría olvidar su hábito inquieto, dejándola inmóvil, y permitió que esa pequeña chispa de nostalgia la tocara, recordándole esos días en los que ella también se atrevía a soñar con lo imposible. Pero pronto, esa sensación fue reemplazada por una curiosidad mordaz, una que para ella era difícil de ignorar.
—Así que eras de los que soñaban con perseguir horizontes —comentó, mirándolo de refilón. Había un atisbo de burla en su voz, pero el tono era amable, y una sonrisa a medio formar asomaba en la comisura de sus labios rosados—. ¿Qué pasó después? ¿Te quedaste esperando a que lluevan las nubes?
Automáticamente Jun se mordió la lengua, porque sintió que sus palabras podían tocar una fibra sensible. Una parte de ella pensó en retroceder y dejarlo en paz, pero otra parte, la parte que siempre ganaba ansiaba saber más y descubrir los secretos que otros escondían, la empujó a seguir hablando.
—Parece que los atardeceres te ponen reflexivo, poeta. Pero eso de las nubes… —hizo una pausa, como si saboreara la siguiente frase— me suena más a resignación que a poesía.
Entonces se cruzó de brazos, dejando que el artefacto metálico descansara en su regazo. Inclinó su cuerpo un poco más hacia la izquierda y sus ojos se estrecharon, enfocados en el perfil de Drake. Buscaba en su exhausta mirada escarlata algún tipo de reacción. No quería parecer demasiado agresiva, pero ahí estaba otra vez tomándose el atrevimiento de decirle cualquier cosa a un muchacho que apenas conocía. No entendía por que Drake todavía no le había dado un empujón para lanzarla al vacío. Pero así era ella, no estaba dispuesta a tragarse las palabras o dejar pasar el comentario sin más.
—Quizás es cierto eso de que una nube llueve cuando debe —retomó, ahora con un tono más serio e introspectivo— que el sol se pone cuando debe, y bla bla bla. Entiendo eso de dejar que las cosas pasen cuando deben pasar —admitió, sin apartar la mirada de él— pero me pregunto si eso no es más que una excusa a la que algunas personas se aferran para no tomar el control y hacerse cargo de lo que realmente desean.
Para Jun, esperar no era una opción que considerara de primeras. Había algo en la idea de dejar las cosas en manos del destino que le resultaba insulso, casi cobarde. Ella ya había aprendido su lección, y se arrepentía cada día de haberse resignado a simplemente esperar por su amiga Juri y sentarse en ese muelle a ver como se alejaba en lugar de ir tras ella. A veces, hay que hacer que las cosas pasen.
—Yo no creo en dejar que las cosas simplemente ocurran —sus ojos amatista brillaron, reflejando la franqueza de sus palabras—. Si quiero que llueva, no me sentaré a esperar por las nubes; Desataré mi propia tormenta.
Para terminar con su afilado monólogo, Jun respondió a las últimas palabras dichas por el gigante. Cambió de posición, recogiendo sus piernas y girandose un poco más hacia él, y finalmente se atrevió a soltar la última carta que había estado guardando:
—Y pensaste mal... ¿Irme a dónde? Si aún no has construido mi barco. —remató, deslizando esa indirecta directa que combinaba desafío y diversión—. Más te vale que no sigas perdiendo el tiempo —le advirtió—. Ahora ya lo sabes, no soy de las que esperan por siempre.
El silencio entre ambos fue breve, porque él no se tardaría demasiado en volver a hablar. Jun lo escuchó sin hacer interrupciones, mientras contemplaba como el océano se tragaba los últimos rayos moribundos del sol. Sus palabras despertaron imágenes vivas de su propia niñez, de los sueños y fantasías que había imaginado durante años. Había algo en lo que Drake decía que por un instante le haría olvidar su hábito inquieto, dejándola inmóvil, y permitió que esa pequeña chispa de nostalgia la tocara, recordándole esos días en los que ella también se atrevía a soñar con lo imposible. Pero pronto, esa sensación fue reemplazada por una curiosidad mordaz, una que para ella era difícil de ignorar.
—Así que eras de los que soñaban con perseguir horizontes —comentó, mirándolo de refilón. Había un atisbo de burla en su voz, pero el tono era amable, y una sonrisa a medio formar asomaba en la comisura de sus labios rosados—. ¿Qué pasó después? ¿Te quedaste esperando a que lluevan las nubes?
Automáticamente Jun se mordió la lengua, porque sintió que sus palabras podían tocar una fibra sensible. Una parte de ella pensó en retroceder y dejarlo en paz, pero otra parte, la parte que siempre ganaba ansiaba saber más y descubrir los secretos que otros escondían, la empujó a seguir hablando.
—Parece que los atardeceres te ponen reflexivo, poeta. Pero eso de las nubes… —hizo una pausa, como si saboreara la siguiente frase— me suena más a resignación que a poesía.
Entonces se cruzó de brazos, dejando que el artefacto metálico descansara en su regazo. Inclinó su cuerpo un poco más hacia la izquierda y sus ojos se estrecharon, enfocados en el perfil de Drake. Buscaba en su exhausta mirada escarlata algún tipo de reacción. No quería parecer demasiado agresiva, pero ahí estaba otra vez tomándose el atrevimiento de decirle cualquier cosa a un muchacho que apenas conocía. No entendía por que Drake todavía no le había dado un empujón para lanzarla al vacío. Pero así era ella, no estaba dispuesta a tragarse las palabras o dejar pasar el comentario sin más.
—Quizás es cierto eso de que una nube llueve cuando debe —retomó, ahora con un tono más serio e introspectivo— que el sol se pone cuando debe, y bla bla bla. Entiendo eso de dejar que las cosas pasen cuando deben pasar —admitió, sin apartar la mirada de él— pero me pregunto si eso no es más que una excusa a la que algunas personas se aferran para no tomar el control y hacerse cargo de lo que realmente desean.
Para Jun, esperar no era una opción que considerara de primeras. Había algo en la idea de dejar las cosas en manos del destino que le resultaba insulso, casi cobarde. Ella ya había aprendido su lección, y se arrepentía cada día de haberse resignado a simplemente esperar por su amiga Juri y sentarse en ese muelle a ver como se alejaba en lugar de ir tras ella. A veces, hay que hacer que las cosas pasen.
—Yo no creo en dejar que las cosas simplemente ocurran —sus ojos amatista brillaron, reflejando la franqueza de sus palabras—. Si quiero que llueva, no me sentaré a esperar por las nubes; Desataré mi propia tormenta.
Para terminar con su afilado monólogo, Jun respondió a las últimas palabras dichas por el gigante. Cambió de posición, recogiendo sus piernas y girandose un poco más hacia él, y finalmente se atrevió a soltar la última carta que había estado guardando:
—Y pensaste mal... ¿Irme a dónde? Si aún no has construido mi barco. —remató, deslizando esa indirecta directa que combinaba desafío y diversión—. Más te vale que no sigas perdiendo el tiempo —le advirtió—. Ahora ya lo sabes, no soy de las que esperan por siempre.