Atlas
Nowhere | Fénix
09-09-2024, 08:24 PM
A priori no parece mala opción. Entrar pegando tiros probablemente no fuera la más inteligente de las ideas y, a decir verdad, las características de tu destino tampoco dan pie a muchas más opciones. Con las armas a buen recaudo, tu ropa rasgada para parecerte lo máximo posible a los ocupantes del lugar al que te diriges y tu atuendo y piel ensuciados con el mismo objetivo, por fin te decides a cruzar la pasarela. Metálica, vibra levemente pero de forma muy reveladora conforme avanzas sobre su superficie. Es suficientemente amplia como para que camines sin tener que ir haciendo equilibrismo, pero también está lo bastante alta como para no querer mirar demasiado hacia abajo —perdona la licencia, pero no me llevo yo demasiado bien con las alturas—.
Sea como sea, cuando apenas te quedan un par de metros para alcanzar el otro lado uno de los hombres que habías visto emerge ante ti. Ya más cerca, puedes apreciar que la roña que habías visto inicialmente desde la distancia para nada se acerca a la cantidad de mugre que esos tipos cargan consigo. La camiseta sin mangas, que de lejos parecía blanca, luce más bien un color amarillento. Está plagada de lamparones y, como ya habías visto antes, restos de hollín y aceite de motor.
A espaldas del hombre puedes ver que no hay solo tres personas en cubierta, como habías divisado antes, sino que los tripulantes se cuentan por decenas —y eso que solo ves una parte del barco—. Hay hombres, mujeres y niños. Todos muestran un aspecto similar. Sobre tu cabeza, las grúas desplazan los fragmentos de metal y los arrojan a anchas oquedades abiertas en la cubierta. Una candente luz anaranjada se asoma desde lo más profundo del vientre del navío, distorsionando en cierto modo el aire sobre las aberturas como el asfalto ardiente de una carretera en pleno verano. ¿Funden el metal? Eso parece, ¿no? De hecho, a juzgar por la incesante actividad que puedes apreciar de un solo vistazo, cualquiera diría que ahí no se para en ningún momento.
—¿Qué, hay metal en el faro o no? —te dice entonces el sujeto con un tono de voz que recuerda más a un gruñido que a una pregunta—. ¡En el faro! —insiste, señalando hacia lo lejos, allí donde se puede avistar la silueta del faro artefactada por la contaminación del ambiente. Parece que has tenido suerte, ¿no? Han debido de mandar una expedición o algo para ver si allí hay algo que puedan aprovechar.
Antes de que te dé tiempo a responder, un agudo sonido de cadencia mantenida empieza a resonar en todo el barco. Absolutamente todos los tripulantes se vuelven hacia el punto en el que debe estar el centro del mismo mientras una voz se eleva sobre todo el ruido por megafonía:
—Decimosexta plegaria al Dios de la Forja. En nombre de tus hijos..
La plegaria comienza. Si yo fuera tú, disimularía o algo —lo que no sé es cómo—, porque aunque el tipo te haya dado la espalda para ponerse a rezar estoy seguro de que puede oírte... Y allí están rezando todos. Mientras la voz guía la plegaria, el sonido se mantiene fijo en el ambiente, conservando su timbre y su cadencia en todo momento. Ahora que me fijo, recuerda al martilleo de un herrero en el momento álgido de su trabajo.
—... porque hoy ha de ser el día en que nuestro próximo maestro sea elegido —concluyen, cesando el impás y volviendo todo a la actividad que había justo antes. El hombre, por supuesto, se vuelve hacia ti para continuar la conversación justo donde la habíais dejado.
Sea como sea, cuando apenas te quedan un par de metros para alcanzar el otro lado uno de los hombres que habías visto emerge ante ti. Ya más cerca, puedes apreciar que la roña que habías visto inicialmente desde la distancia para nada se acerca a la cantidad de mugre que esos tipos cargan consigo. La camiseta sin mangas, que de lejos parecía blanca, luce más bien un color amarillento. Está plagada de lamparones y, como ya habías visto antes, restos de hollín y aceite de motor.
A espaldas del hombre puedes ver que no hay solo tres personas en cubierta, como habías divisado antes, sino que los tripulantes se cuentan por decenas —y eso que solo ves una parte del barco—. Hay hombres, mujeres y niños. Todos muestran un aspecto similar. Sobre tu cabeza, las grúas desplazan los fragmentos de metal y los arrojan a anchas oquedades abiertas en la cubierta. Una candente luz anaranjada se asoma desde lo más profundo del vientre del navío, distorsionando en cierto modo el aire sobre las aberturas como el asfalto ardiente de una carretera en pleno verano. ¿Funden el metal? Eso parece, ¿no? De hecho, a juzgar por la incesante actividad que puedes apreciar de un solo vistazo, cualquiera diría que ahí no se para en ningún momento.
—¿Qué, hay metal en el faro o no? —te dice entonces el sujeto con un tono de voz que recuerda más a un gruñido que a una pregunta—. ¡En el faro! —insiste, señalando hacia lo lejos, allí donde se puede avistar la silueta del faro artefactada por la contaminación del ambiente. Parece que has tenido suerte, ¿no? Han debido de mandar una expedición o algo para ver si allí hay algo que puedan aprovechar.
Antes de que te dé tiempo a responder, un agudo sonido de cadencia mantenida empieza a resonar en todo el barco. Absolutamente todos los tripulantes se vuelven hacia el punto en el que debe estar el centro del mismo mientras una voz se eleva sobre todo el ruido por megafonía:
—Decimosexta plegaria al Dios de la Forja. En nombre de tus hijos..
La plegaria comienza. Si yo fuera tú, disimularía o algo —lo que no sé es cómo—, porque aunque el tipo te haya dado la espalda para ponerse a rezar estoy seguro de que puede oírte... Y allí están rezando todos. Mientras la voz guía la plegaria, el sonido se mantiene fijo en el ambiente, conservando su timbre y su cadencia en todo momento. Ahora que me fijo, recuerda al martilleo de un herrero en el momento álgido de su trabajo.
—... porque hoy ha de ser el día en que nuestro próximo maestro sea elegido —concluyen, cesando el impás y volviendo todo a la actividad que había justo antes. El hombre, por supuesto, se vuelve hacia ti para continuar la conversación justo donde la habíais dejado.