Octojin
El terror blanco
10-09-2024, 01:46 AM
Octojin, tras haber vuelto a sentarse con las vistas de Gray Terminal extendiéndose ante él, había decidido que aquel encontronazo con la humana ya había terminado y formaba ya parte del pasado. Había dicho lo que tenía que decir, y lo más importante, le había permitido coger el soplete sin hacerle daño, algo que aún estaba preguntándose por qué había hecho. En su mente, eso ya era suficiente, no había más que discutir. Sin embargo, algo en su interior seguía manteniendo una ligera incomodidad, una sensación de que esa humana no se iba a marchar tan fácilmente. Intentó ignorarla y concentrarse en el paisaje, ese océano de chatarra que, de algún modo, tenía una extraña belleza para él.
Justo cuando empezaba a dejar atrás el mal momento, la escuchó moverse. No sólo eso, notó cómo se plantaba de nuevo frente a él, perturbando su momento de tranquilidad. El semblante tranquilo de Octojin se desvaneció de inmediato, transformándose en una expresión seria, casi de mal humor. La miró con esa mezcla de desdén y curiosidad que no podía evitar sentir hacia los humanos. ¿Qué hacía que esa estúpida humana fuese tan insistente y, sobre todo, tan descarada? Se sentía como una mosca molesta, zumbando alrededor de su cabeza, incapaz de quedarse quieta o de irse cuando ya no tenía nada más que decir.
Mientras ella hablaba, lanzando preguntas y comentarios con la misma velocidad con la que un pez saltaba en el mar, Octojin la observaba, tratando de entender su motivación. Cada frase parecía más absurda que la anterior. Se cruzó de brazos mientras ella se mantenía delante de él con esa actitud arrogante. Él había vivido muchas cosas en el mar, había conocido todo tipo de personas, pero Airgid la estúpida era un enigma. No entendía cómo alguien podía ser tan atrevida, tan desvergonzado al hablarle así a un gyojin, y, a la vez, mantener tanta energía desbordante como si nada la pudiera detener.
La miraba fijamente mientras ella se quejaba de su actitud, llamándolo tiburón con aire de filósofo. ¿Qué diablos le pasaba? ¿Era realmente tan estúpida como aparentaba o había algo más? Entonces, se le ocurrió algo. Quizá no era cuestión de enfrentarse a ella o de simplemente ignorarla. Quizá debería darle una oportunidad y tratar de entenderla. Si podía averiguar por qué alguien actuaba así, quizá también podría descubrir algo nuevo sobre los humanos. Y aunque eso le generaba incomodidad, también le daba un pequeño toque de curiosidad. Aunque algo en su interior le decía que aquella humana era un sujeto tan peculiar que era única. Y un experimento sobre un individuo tan único… Seguramente no fuera de fiar. Pero bueno, aquello lo sabría un científico, no Octojin.
"Airgid la estúpida", pensó, mientras ella se presentaba y le exigía que la llamara por su nombre. El tiburón nunca había conocido a alguien que tuviera tantas preguntas y que fuera tan inquieto. Normalmente, los humanos le mostraban un respeto temeroso o lo evitaban por completo, pero ella... ella era diferente. No podía negarlo. Ya tenía lo que quería, sin un simple rasguño, y seguía erre que erre con sus preguntas y su acento macabro. ¿Pero de dónde diablos era?
— Airgid, ¿eh? — dijo finalmente, con su voz más calmada pero con un tono que dejaba claro que no estaba impresionado por ella, sino más bien cansado de sus preguntas— Bueno, mi nombre es Octojin. Aunque si sigues comportándote así, no tengo problemas en seguir llamándote Airgid la estúpida— El tiburón dejó escapar un suspiro y su mirada se suavizó un poco. Quizá no le convenía continuar con la hostilidad. —. Y no, no he visto guantes por aquí, pero no creo que necesites más herramientas. Ya tienes lo que viniste a buscar. Además, entre tanto trasto es difícil encontrar algo concreto.
El gyojin la miró por unos segundos más, evaluando sus siguientes palabras. No entendía por qué seguía allí. Había conseguido lo que quería, ¿entonces por qué no se iba? ¿Qué tenía que demostrar con todo eso? La insistencia de Airgid, aunque molesta, le hacía pensar en algo más profundo. Quizá era como él, en cierto sentido. Alguien que luchaba por sobrevivir, alguien que había aprendido que el mundo era un lugar peligroso y que solo los más fuertes o los más astutos podían seguir adelante. Solo que quizá para ella los que siguieran adelante eran los caraduras. O los preguntones. Aquel sentimiento algo que Octojin conocía muy bien, aunque el mensaje en sí fuera otro.
El escualo había aprendido esas lecciones en las calles de su hogar, luchando por cada pedazo de comida, sobreviviendo en un entorno donde los más débiles eran aplastados sin piedad. Quizá a la rubia le pasara lo mismo. La calle te enseñaba a sobrevivir. Por las buenas o por las malas.
— Mira, Airgid... — comenzó, con una voz más seria ahora —No sé cuál es tu problema, o por qué sientes la necesidad de desafiarme. Podría haberte aplastado si quisiera, pero no lo hice. Ahora, lo más sensato sería que te largues y sigas con tu vida. Esta no es tu pelea, ni la mía. No es tu lugar. — De alguna manera, Octojin estaba empezando a ver un reflejo de sí mismo en ella. La terquedad, la determinación de no mostrar debilidad, incluso frente a alguien claramente más fuerte. Había algo admirable en esa actitud, pero al mismo tiempo, era increíblemente molesta.
Airgid, sin embargo, no parecía dispuesta a rendirse tan fácilmente. Seguía plantada frente a él, preguntándole por qué estaba tan lejos de su hogar. Qué humana más molesta, la virgen. Pero pese a esa molestia, al mismo tiempo se encontraba respondiendo a su pregunta. Quizás había algo más detrás de tanta arrogancia.
— Estoy aquí porque el mar me trajo hasta este lugar. No necesito razones para estar en ninguna parte. Donde el océano me lleva, allí voy. — Mientras lo decía, su tono se suavizó un poco. Quizá, después de todo, esta humana solo estaba buscando algo que él también buscaba: comprensión. Pero eso no quitaba que su forma de hacerlo fuera descarada y molesta.
Finalmente, decidió hacer algo que nunca hacía con los humanos. Le daría una oportunidad. No es que fuera a confiar en ella de inmediato, pero al menos, intentaría entenderla. Quizá había algo más que valía la pena descubrir.
— Bien, Airgid... — dijo, mientras la miraba fijamente a los ojos — No suelo perder mi tiempo con humanos. Quiero entender qué te mueve. Qué hace que seas tan atrevida, tan estúpida, y, a la vez, tan... persistente.
Justo cuando empezaba a dejar atrás el mal momento, la escuchó moverse. No sólo eso, notó cómo se plantaba de nuevo frente a él, perturbando su momento de tranquilidad. El semblante tranquilo de Octojin se desvaneció de inmediato, transformándose en una expresión seria, casi de mal humor. La miró con esa mezcla de desdén y curiosidad que no podía evitar sentir hacia los humanos. ¿Qué hacía que esa estúpida humana fuese tan insistente y, sobre todo, tan descarada? Se sentía como una mosca molesta, zumbando alrededor de su cabeza, incapaz de quedarse quieta o de irse cuando ya no tenía nada más que decir.
Mientras ella hablaba, lanzando preguntas y comentarios con la misma velocidad con la que un pez saltaba en el mar, Octojin la observaba, tratando de entender su motivación. Cada frase parecía más absurda que la anterior. Se cruzó de brazos mientras ella se mantenía delante de él con esa actitud arrogante. Él había vivido muchas cosas en el mar, había conocido todo tipo de personas, pero Airgid la estúpida era un enigma. No entendía cómo alguien podía ser tan atrevida, tan desvergonzado al hablarle así a un gyojin, y, a la vez, mantener tanta energía desbordante como si nada la pudiera detener.
La miraba fijamente mientras ella se quejaba de su actitud, llamándolo tiburón con aire de filósofo. ¿Qué diablos le pasaba? ¿Era realmente tan estúpida como aparentaba o había algo más? Entonces, se le ocurrió algo. Quizá no era cuestión de enfrentarse a ella o de simplemente ignorarla. Quizá debería darle una oportunidad y tratar de entenderla. Si podía averiguar por qué alguien actuaba así, quizá también podría descubrir algo nuevo sobre los humanos. Y aunque eso le generaba incomodidad, también le daba un pequeño toque de curiosidad. Aunque algo en su interior le decía que aquella humana era un sujeto tan peculiar que era única. Y un experimento sobre un individuo tan único… Seguramente no fuera de fiar. Pero bueno, aquello lo sabría un científico, no Octojin.
"Airgid la estúpida", pensó, mientras ella se presentaba y le exigía que la llamara por su nombre. El tiburón nunca había conocido a alguien que tuviera tantas preguntas y que fuera tan inquieto. Normalmente, los humanos le mostraban un respeto temeroso o lo evitaban por completo, pero ella... ella era diferente. No podía negarlo. Ya tenía lo que quería, sin un simple rasguño, y seguía erre que erre con sus preguntas y su acento macabro. ¿Pero de dónde diablos era?
— Airgid, ¿eh? — dijo finalmente, con su voz más calmada pero con un tono que dejaba claro que no estaba impresionado por ella, sino más bien cansado de sus preguntas— Bueno, mi nombre es Octojin. Aunque si sigues comportándote así, no tengo problemas en seguir llamándote Airgid la estúpida— El tiburón dejó escapar un suspiro y su mirada se suavizó un poco. Quizá no le convenía continuar con la hostilidad. —. Y no, no he visto guantes por aquí, pero no creo que necesites más herramientas. Ya tienes lo que viniste a buscar. Además, entre tanto trasto es difícil encontrar algo concreto.
El gyojin la miró por unos segundos más, evaluando sus siguientes palabras. No entendía por qué seguía allí. Había conseguido lo que quería, ¿entonces por qué no se iba? ¿Qué tenía que demostrar con todo eso? La insistencia de Airgid, aunque molesta, le hacía pensar en algo más profundo. Quizá era como él, en cierto sentido. Alguien que luchaba por sobrevivir, alguien que había aprendido que el mundo era un lugar peligroso y que solo los más fuertes o los más astutos podían seguir adelante. Solo que quizá para ella los que siguieran adelante eran los caraduras. O los preguntones. Aquel sentimiento algo que Octojin conocía muy bien, aunque el mensaje en sí fuera otro.
El escualo había aprendido esas lecciones en las calles de su hogar, luchando por cada pedazo de comida, sobreviviendo en un entorno donde los más débiles eran aplastados sin piedad. Quizá a la rubia le pasara lo mismo. La calle te enseñaba a sobrevivir. Por las buenas o por las malas.
— Mira, Airgid... — comenzó, con una voz más seria ahora —No sé cuál es tu problema, o por qué sientes la necesidad de desafiarme. Podría haberte aplastado si quisiera, pero no lo hice. Ahora, lo más sensato sería que te largues y sigas con tu vida. Esta no es tu pelea, ni la mía. No es tu lugar. — De alguna manera, Octojin estaba empezando a ver un reflejo de sí mismo en ella. La terquedad, la determinación de no mostrar debilidad, incluso frente a alguien claramente más fuerte. Había algo admirable en esa actitud, pero al mismo tiempo, era increíblemente molesta.
Airgid, sin embargo, no parecía dispuesta a rendirse tan fácilmente. Seguía plantada frente a él, preguntándole por qué estaba tan lejos de su hogar. Qué humana más molesta, la virgen. Pero pese a esa molestia, al mismo tiempo se encontraba respondiendo a su pregunta. Quizás había algo más detrás de tanta arrogancia.
— Estoy aquí porque el mar me trajo hasta este lugar. No necesito razones para estar en ninguna parte. Donde el océano me lleva, allí voy. — Mientras lo decía, su tono se suavizó un poco. Quizá, después de todo, esta humana solo estaba buscando algo que él también buscaba: comprensión. Pero eso no quitaba que su forma de hacerlo fuera descarada y molesta.
Finalmente, decidió hacer algo que nunca hacía con los humanos. Le daría una oportunidad. No es que fuera a confiar en ella de inmediato, pero al menos, intentaría entenderla. Quizá había algo más que valía la pena descubrir.
— Bien, Airgid... — dijo, mientras la miraba fijamente a los ojos — No suelo perder mi tiempo con humanos. Quiero entender qué te mueve. Qué hace que seas tan atrevida, tan estúpida, y, a la vez, tan... persistente.