Takahiro
La saeta verde
10-09-2024, 02:00 PM
—No le prometo nada, capitana —fue lo único que le dijo Takahiro a la capitana, instantes antes de que se fuera en dirección a los barracones para prepararse.
¿Qué aquella misión les iba como anillo al dedo? El peliverde lo dudaba, y mucho. Para un encargo como aquel, que consistía en una misión de reconocimiento, había que tener un perfil bajo y muy discreto, sin embargo, si bien eran un escuadrón bastante competente dentro del cuartel, eran demasiado variopintos y poco moderados en sus acciones. No sabía cómo iban a poder no llamar la atención un grupo formado por un hombre-tiburón de cuatro metros bastante intimidante, una heredera de la raza de los legendarios Oni y bastante buenorra, un rubio demasiado atractivo para su gusto, un palmero adorador de la Virgen del Carmen muy musculoso, un albino cuyo nombre ya era reconocido en la isla y él, un espadachín de cabello verde.
—Esto no va a salir bien —se decía Takahiro, mientras abría su taquilla para ponerse una vestimenta que le hiciera parecer un maleante.
Atlas había propuesto que se vistieran con su ropa de paisano, pero para Takahiro eso era un problema, ya que casi nunca llevaba puesto su uniforme por motivos de comodidad y estética. La única opción que tenía era adaptar un poco su vestimenta e improvisar.
Fue entonces cuando Takahiro se hizo la gran pregunta: ¿si fuera un pirata cómo iría vestido? Estaba claro que el pecho tenía que ir al aire, así que no se puso nada en el tren superior, dejando ver los tatuajes rojizos que tenía en los brazos y acababan en su espalda, formando el símbolo de yin y el yang. En su tren inferior optó por algo simple, un pantalón bastante holgado de estilo jogger sin bolsillos y un calzado de estilo wanense como eran los geta. Además de eso, se ató unas vendas en la parte baja de los pantalones, haciendo que estuvieran mejor sujetos. Se amarró las espadas a su cintura y, finalmente, se puso una venda en la frente con la que sujetaba su cabello.
«Perfecto», pensó justo antes de perfumarse e irse.
A medida que iba caminando por las instalaciones del cuartel del G-31, muchos marines lo miraban sorprendido, cuchicheando alguna tontería.
—Creo que damos el pego como piratas, ¿verdad? —comentó, colocando las manos entrelazadas tras su nuca.
Sin embargo, fue en ese momento cuando la atención se volvió hacia un único punto, concretamente hacia la gigantona, que lo dejó bastante sorprendido gracias a sus grandes dotes femeninas.
«¡Joder! Lo peor de todo es que está buenísima. Me cago en…», pensó con rabia, tratando de no decir nada al respecto, aunque le fue inevitable.
—¿Por qué me miras precisamente a mí? —le preguntó el peliverde, con falsa indignación en su tono de voz.
Tras ello, el rubio propuso ir a la zona sur de la ciudad. Era un secreto a voces que por las calles de Loguetown los criminales campaban a sus anchas, sobre todo los piratas que querían ir al Grand Line, consiguiendo provisiones para su viaje, así que no estuvo mal tirada la propuesta.
—¿Y qué os parece si nos dividimos en grupos más pequeños? —propuso Takahiro—. Si vamos los ocho en troupe vamos a llamar demasiado la atención —añadió con sorna, haciendo referencia a las dotes de Camille. Tras su comentario, casi de forma instintiva, posó la mano sobre la empuñadura de su katana, ya que la posibilidad de que lo golpeara por ello era bastante alta.
¿Qué aquella misión les iba como anillo al dedo? El peliverde lo dudaba, y mucho. Para un encargo como aquel, que consistía en una misión de reconocimiento, había que tener un perfil bajo y muy discreto, sin embargo, si bien eran un escuadrón bastante competente dentro del cuartel, eran demasiado variopintos y poco moderados en sus acciones. No sabía cómo iban a poder no llamar la atención un grupo formado por un hombre-tiburón de cuatro metros bastante intimidante, una heredera de la raza de los legendarios Oni y bastante buenorra, un rubio demasiado atractivo para su gusto, un palmero adorador de la Virgen del Carmen muy musculoso, un albino cuyo nombre ya era reconocido en la isla y él, un espadachín de cabello verde.
—Esto no va a salir bien —se decía Takahiro, mientras abría su taquilla para ponerse una vestimenta que le hiciera parecer un maleante.
Atlas había propuesto que se vistieran con su ropa de paisano, pero para Takahiro eso era un problema, ya que casi nunca llevaba puesto su uniforme por motivos de comodidad y estética. La única opción que tenía era adaptar un poco su vestimenta e improvisar.
Fue entonces cuando Takahiro se hizo la gran pregunta: ¿si fuera un pirata cómo iría vestido? Estaba claro que el pecho tenía que ir al aire, así que no se puso nada en el tren superior, dejando ver los tatuajes rojizos que tenía en los brazos y acababan en su espalda, formando el símbolo de yin y el yang. En su tren inferior optó por algo simple, un pantalón bastante holgado de estilo jogger sin bolsillos y un calzado de estilo wanense como eran los geta. Además de eso, se ató unas vendas en la parte baja de los pantalones, haciendo que estuvieran mejor sujetos. Se amarró las espadas a su cintura y, finalmente, se puso una venda en la frente con la que sujetaba su cabello.
«Perfecto», pensó justo antes de perfumarse e irse.
A medida que iba caminando por las instalaciones del cuartel del G-31, muchos marines lo miraban sorprendido, cuchicheando alguna tontería.
—Creo que damos el pego como piratas, ¿verdad? —comentó, colocando las manos entrelazadas tras su nuca.
Sin embargo, fue en ese momento cuando la atención se volvió hacia un único punto, concretamente hacia la gigantona, que lo dejó bastante sorprendido gracias a sus grandes dotes femeninas.
«¡Joder! Lo peor de todo es que está buenísima. Me cago en…», pensó con rabia, tratando de no decir nada al respecto, aunque le fue inevitable.
—¿Por qué me miras precisamente a mí? —le preguntó el peliverde, con falsa indignación en su tono de voz.
Tras ello, el rubio propuso ir a la zona sur de la ciudad. Era un secreto a voces que por las calles de Loguetown los criminales campaban a sus anchas, sobre todo los piratas que querían ir al Grand Line, consiguiendo provisiones para su viaje, así que no estuvo mal tirada la propuesta.
—¿Y qué os parece si nos dividimos en grupos más pequeños? —propuso Takahiro—. Si vamos los ocho en troupe vamos a llamar demasiado la atención —añadió con sorna, haciendo referencia a las dotes de Camille. Tras su comentario, casi de forma instintiva, posó la mano sobre la empuñadura de su katana, ya que la posibilidad de que lo golpeara por ello era bastante alta.