Dharkel
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10-09-2024, 09:30 PM
Una suave brisa marina y el graznido de las gaviotas despertó al espadachín. Abrió los ojos con relativa calma tras pasar la primera noche en tierra por primera vez en mucho tiempo. El último trayecto, por el que Dharkel consideraba un infierno acuoso pero que la mayoría de las personas llamaba mar, había sido demasiado largo. Se sentía renovado, con ganas de emprender la misión que su capitán le había confiado a cambio de dejarle pasar unos días tranquilo por su cuenta. Cuanto antes la completase antes podría volver a sus propias investigaciones, pensó. Pero antes había un ritual sagrado que hacer. Con una agilidad que solo los años de experiencia podían otorgar se incorporó levemente sobre el árbol que le cobijaba y se encendió un cigarro con una mano, mientras que con la otra agarró una de las manzanas que había caído al suelo.
- Sí, sí, venga. Tampoco espero que sobrevivas y te mereces desaparecer tú también, las cosas como son. Igual hasta sería algo bueno... Aunque seguramente volverás a irte sin avisar, dejándonos a nuestra suerte una vez más. – Comenzó a deshacer el camino -. Pero la moneda me la quedo.
Sus zancadas se iban incrementando levemente a medida que se acercaba al centro de la ciudad. Los sonidos, los aromas, niños corriendo unos tras otros, las estimulantes conversaciones y regateos que podía oír de fondo le trajeron viejos recuerdos. Recuerdos de tiempos más difíciles, donde conseguir comida y bebida eran las bases de sus preocupaciones diarias. Pero en parte más fáciles, pues la preocupación por un futuro alentador o de defraudar a sus compañeros era prácticamente inexistente. En aquellos tiempos cada uno miraba por sí mismo. Apretó el puño para recuperar la lucidez que había perdido momentáneamente. No estaba allí para rememorar viejas batallas ni para hacer turismo. Tenía un objetivo claro. Entre todo el barullo y la confusión sabía lo que tenía que buscar y dónde tenía que hacerlo.
Un hombre desaliñado, con evidentes cicatrices en su rostro y vestido con harapos sucios y raídos se encontraba sentado y apoyado sobre una pared, con la cabeza gacha en señal de humildad y las manos cruzadas, abiertas y extendidas hacia una multitud impasible. Dharkel observó la escena durante unos instantes, se acercó y puso suavemente una de sus pocas monedas sobre la palma de la mano de aquel necesitado.
- ¡Gracias! Que tenga buena… – No pudo terminar la frase. Mientras alzaba la mirada hacia el caritativo hombre, éste le cerró las manos con la diestra y le levantó de un tirón, mientras que con la zurda cogió el cuchillo que el mendigo ocultaba en su mugriento zapato y se lo insertó en un ojo -. ¡No! ¡Espera! – gritó aún inmovilizado mientras era empujado hacia un callejón apartado.
- Tranquilo. Ni si quiera era tu ojo bueno. – Liberó al desarrapado y extrajo el cuchillo, llevándose accidentalmente la esfera de madera que simulaba un globo ocular. Separó el trozo de madera del cuchillo con cierta delicadeza, lo limpió con sus propias ropas y se lo ofreció de vuelta -. Vas a tener que pulirlo un poco.
Se estudiaron mutuamente durante unos segundos, en silencio. El espadachín jugueteaba con el cuchillo entre sus dedos mientras continuaba su ofrecimiento, esperando alguna reacción. El tuerto estaba visiblemente asustado. Entrecerró su ojo y poco a poco su miedo fue cambiando a una confianza petulante.
- No te había reconocido con esas ropas tan elegantes, don. – Escupió al suelo en señal de desaprobación mientras hacía gestos de burla -. ¿A qué debemos el honor de su estimada visita? – Comenzó una falsa reverencia y aceptó de vuelta la esfera, encajándola nuevamente con un desagradable sonido en su cuenca ocular.
- Estoy buscando información. Sensible. Y sé de buena mano que los olvidados tenemos… tenéis – corrigió - fácil acceso a ella.
- Oh, ¿ahora eres demasiado bueno para nosotros? ¿Ya no eres uno de los olvidados? ¿Te codeas con la más alta alcurnia? ¡No! ¡No tienes derecho a pedirnos nada! Te dimos por muerto cuando desapareciste hace años. No tienes ni idea de lo que supuso para nosotros. - Su tono agresivo pasó a un arrepentimiento profundo -. Martin, Alias… Si no nos hubieses abandonado… Si lo hubiese visto venir… - Se aclaró la garganta -. Maldición – exasperó -. ¡¿Y después de tanto tiempo vuelves solo porque necesitas algo?! ¡Ni hablar! ¡Confiábamos en ti!
Dharkel paró los juegos de manos y permaneció en silencio, taciturno, recibiendo aquellas palabras con punzadas de dolor. Sabía que antes o después tendría que enfrentarse a su pasado. A todos aquellos a los que había hecho daño de una forma u otra. Asumir que las consecuencias de sus actos tenían efectos en las vidas de otras personas. En este caso, por las que sentía remordimiento no eran vidas honestas llenas de iluminación ni buenos actos, pero tampoco eran rastreras ni necesariamente maliciosas. Eran vidas de supervivencia en la que buenas personas se habían visto obligadas a participar. Vidas que te obligaban a cambiar tu forma de ser con el único objetivo de ver otro amanecer. El mendigo continuó despotricando varios minutos hasta que quedó sin aliento.
- No puedo recuperar las vidas perdidas. No puedo sanar los miembros amputados o destruidos. No puedo curar las heridas del corazón de aquellos a los que usé y traicioné. Ni si quiera trato de obtener un perdón que sé que nunca llegará. O de recuperar la confianza que un día hubo. Pero estoy aquí. Hoy. En este preciso instante. Y te ofrezco venir conmigo a una vida en la que no tendrás que escurrirte entre callejones llenos de orín y vómito. En la que no tendrás que mendigar por un mendrugo de pan mohoso o un cartón de vino avinagrado. No te equivoques. No te estoy ofreciendo una vida más cómoda o fácil. Te estoy ofreciendo un futuro. – Finalizó extendiendo su mano.
- Guárdate tu futuro y tus ropas pijas para alguien a quien le importe. – Rechazó la mano del espadachín con un simple golpe despectivo, como si hubiese recibido un insulto -. Aunque sí hay algo que puedes hacer por nosotros… Si es que aún nos guardas algo de aprecio. Últimamente están desapareciendo personas. Personas como nos… como yo, que no le importan a nadie. - Relajó el tono de voz. Haberse desahogado a gusto y sin interrupciones habían calmado su nervio -. Hasta la fecha hay un patrón claro. Una vez por semana, amparado por la oscuridad de la noche, un monstruo con colmillos de acero secuestra a su víctima sin dejar rastro. O eso es lo que dicen las malas lenguas. Te recuerdo que por aquí la gente tiende a exagerar. Aunque sigue siendo algo preocupante.
- Y la Marina no hace nada.
- La Marina está demasiado ocupada con los piratas y los juegos de poder como para preocuparse de unos muertos de hambre que imaginan cosas. ¿O es que se te ha olvidado de donde vienes? – reprendió -. Maldición. Si por ellos fuese seguro que incluso agradecen perdernos de vista. ¿Aceptas el trato entonces o no? Que no tengo todo el día y estoy perdiendo dinero.
- Acepto. Encontraré al responsable y volveré a por la información.