Balagus
-
10-09-2024, 11:33 PM
El cuchillo sajaba y seccionaba carne, tendones, e incluso huesos, cada vez que se hundía con facilidad en la carne del puerco. Para Balagus, preparar un animal así para la cena era casi trivial, teniendo en cuenta que aprendió a asar jabalíes, venados y lobos cuando apenas era un rapaz. El fuego del asador estaba dorando las primeras piezas del cerdo, mientras el guiso de patatas y salsa de puerros hervía ya en las ollas.
- Oído, jefe. – Respondió el oni, tratando de centrarse muy fuerte en su labor para que su voz gutural sonase lo más neutra posible.
Podía respetar a aquel hombre, hasta cierto punto: se había portado bien con los dos, les había ofrecido cama, sustento, e incluso le había dado permiso al gigantón para tomar las tripas y restos de carne de los animales y hacer salchichas y cecina de ellas, pero tener que llamarle jefe...
Balagus sólo había tenido un “jefe” en su vida, o, por lo menos, a uno que reconociera como tal: su padre, difunto hace tantos años frente a él por las hojas de los mercenarios y esclavistas. Después de aquello tuvo amos, tuvo dueños, ciertamente, pero nunca volvió a llamar o considerar “Jefe” a nadie. Y aquello ya sin contar el mal humor con el que el hombre se armaba para espolear a sus dos empleados en las horas de servicio nocturno.
Necesitaba salir de allí. Balagus sabía que necesitaba abandonar aquel lugar y trabajo malpagado, o terminaría cometiendo una insensatez. Una violenta, sin lugar a dudas. Y confiaba más en las artes y capacidades de Silver para ello que en las suyas propias, pues seguía siendo un inexperto en todo lo que a la civilización se refiriera y, desde la cocina en la que ocupaba la mitad del espacio útil, nunca podía enterarse bien de ningún chisme u oportunidad de trabajo. No si no quería darse algún golpe en la cabeza o descuidar las raciones.
Balagus respondió a su capitán con un breve gruñido, mitad afirmación a su pregunta, mitad resignación hastiada por tener que seguir aguantando aquello.
Efectivamente, las primeras piezas de carne pronto empezaron a surgir en platos y bandejas, acompañadas con una ración de patatas y salsa. Por su tamaño, lo mejor era que no saliera a servir él las comidas, pues, aunque pudiera cargar muchas de ellas, transitar por una taberna llena de gente cargado con las comandas no era la mejor de las ideas.