Yui aprovechó el momento para recuperar el aliento. Con su espada envainada, se concentró en relajar su respiración y en sintonizarse con las sensaciones de su cuerpo, tal como le habían enseñado sus maestros. Sintió el ligero dolor de sus músculos, la energía que fluía con cada inhalación. Para su sorpresa, notó que el pescador/artesano parecía querer involucrarse en la acción. Ahora que lo observaba mejor, se dio cuenta de que aquel joven tenía un físico envidiable y una apariencia que delataba a alguien acostumbrado al combate.
Antes de que Yui tuviera tiempo de responder, Illya incitó al pescador a participar en el duelo. Yui, con una voz que reflejaba sus dudas, respondió al joven con cautela.
— Sí, claro. Solo ten cuidado con los filos, ¿de acuerdo? Si os parece bien, podéis enfrentaros ambos a mí. Te esperamos, Yoshiro.
Y así fue. Los espadachines aguardaron pacientemente. Cuando Yoshiro se asomó en el horizonte, a unos 30 metros de distancia, Yui lo notó y decidió tomar la iniciativa.
— Allá voy.
Con esas palabras, Yui tomó una profunda respiración, tensando cada fibra de su cuerpo, preparándose para el ataque. En un parpadeo, ejecutó un desplazamiento rápido y directo, muy parecido a los de Illya, aunque con una pequeña diferencia. Justo antes de entrar en el rango de ataque, Yui descendió su centro de gravedad, desenfundando con la mano derecha en un movimiento ágil y preciso. Su espada cortó el aire, buscando el lado izquierdo del lunarian, con la intención de herirlo a la altura del muslo. Sin perder tiempo, Yui giró sobre sus talones, encarando tanto a Illya como a Yoshiro, quien ya estaba casi sobre él, listo para unirse a la acción.
Yui, mientras ejecutaba su movimiento, sintió cómo la adrenalina tomaba el control de su cuerpo. La concentración en el combate lo envolvía por completo, impulsada por el deseo de superar el error previo y compensar la herida que había recibido. La rabia contenida, el orgullo herido, todo lo empujaba a lanzar un ataque más poderoso de lo que pretendía. En su intento de equilibrar el combate, había olvidado por un instante el peso de su propia fuerza, cegado por la necesidad de demostrar su valía. Solo en el último segundo, justo cuando su filo se dirigía hacia el muslo de Illya, se dio cuenta de que quizá había ido demasiado lejos. Un ataque de esa magnitud podría herir gravemente a su rival. La culpa lo invadió por un instante, pero ya era demasiado tarde para retroceder. Solo podía esperar que Illya fuese capaz de defenderse a tiempo.
Antes de que Yui tuviera tiempo de responder, Illya incitó al pescador a participar en el duelo. Yui, con una voz que reflejaba sus dudas, respondió al joven con cautela.
— Sí, claro. Solo ten cuidado con los filos, ¿de acuerdo? Si os parece bien, podéis enfrentaros ambos a mí. Te esperamos, Yoshiro.
Y así fue. Los espadachines aguardaron pacientemente. Cuando Yoshiro se asomó en el horizonte, a unos 30 metros de distancia, Yui lo notó y decidió tomar la iniciativa.
— Allá voy.
Con esas palabras, Yui tomó una profunda respiración, tensando cada fibra de su cuerpo, preparándose para el ataque. En un parpadeo, ejecutó un desplazamiento rápido y directo, muy parecido a los de Illya, aunque con una pequeña diferencia. Justo antes de entrar en el rango de ataque, Yui descendió su centro de gravedad, desenfundando con la mano derecha en un movimiento ágil y preciso. Su espada cortó el aire, buscando el lado izquierdo del lunarian, con la intención de herirlo a la altura del muslo. Sin perder tiempo, Yui giró sobre sus talones, encarando tanto a Illya como a Yoshiro, quien ya estaba casi sobre él, listo para unirse a la acción.
Yui, mientras ejecutaba su movimiento, sintió cómo la adrenalina tomaba el control de su cuerpo. La concentración en el combate lo envolvía por completo, impulsada por el deseo de superar el error previo y compensar la herida que había recibido. La rabia contenida, el orgullo herido, todo lo empujaba a lanzar un ataque más poderoso de lo que pretendía. En su intento de equilibrar el combate, había olvidado por un instante el peso de su propia fuerza, cegado por la necesidad de demostrar su valía. Solo en el último segundo, justo cuando su filo se dirigía hacia el muslo de Illya, se dio cuenta de que quizá había ido demasiado lejos. Un ataque de esa magnitud podría herir gravemente a su rival. La culpa lo invadió por un instante, pero ya era demasiado tarde para retroceder. Solo podía esperar que Illya fuese capaz de defenderse a tiempo.