Tofun está narrando la aventura de temporada como Narrador Oficial y no participante. Esta misión está preparada para los siguientes usuarios: Takahiro, Atlas, Octojin, Camille y Ray.
El faro de Isla Kilombo siempre había sido un lugar envuelto en misterio. A pesar de los años, jamás fallaba; cualquier avería era subsanada en cuestión de instantes, como si la propia estructura se negara a sucumbir al paso del tiempo. Pero el verdadero enigma residía en su guardián, un hombre cuya procedencia pocos en la isla conocían. Los rumores sobre él habían ganado relevancia en las últimas semanas, ahora corrían como el viento en las tabernas de los blues, avivados por la curiosidad de los marineros y la superstición de los lugareños. Se decía que era un hombre mutilado por los años y las batallas: cojo, manco y ciego de un ojo. Un anciano gruñón y solitario, que jamás permitía la entrada a nadie en su santuario de piedra. Sin embargo, el farero gozaba de la protección de la marina, una protección inquebrantable, otorgada por orden de Murray Arganeo, el comandante de la isla. Arganeo, un hombre fuerte y de moral intachable, parecía tener una predilección inexplicable por aquel viejo. ¿Su arma? Un ancla colosal, símbolo de su imponente presencia.
Durante días, Murray había estado en Loguetown, negociando un traslado especial. Aquella misma mañana, se puso en contacto con un grupo de la isla, una patrulla que conocía bien: Takahiro, Atlas, Octojin, Camille y Ray. Los había elegido personalmente para encomendarles una misión de suma importancia, una tarea que no debía tomarse a la ligera. El encuentro fue breve. Murray fue directo y claro, pidiendo máxima discreción y atención. Lo que parecía una simple escolta podía fácilmente convertirse en una misión peligrosa.
El tiempo apremiaba. Murray les había instado a partir cuanto antes. Si se apresuraban, alcanzarían el faro al caer la noche, cuando la oscuridad comenzara a envolver la isla y la luz del faro guiara el camino entre la oscuridad del horizonte.
Isla Kilombo lucía tranquila bajo la luz dorada del atardecer. El crepúsculo bañaba la costa, mientras los trabajadores de Rostock ponían fin a su jornada. Los pescadores zarpaban hacia la inmensidad del mar, y otros se preparaban para una larga noche de festejos. La presencia de la marina era tenue, casi imperceptible; algunos soldados, relajados por la ausencia de Murray, se entregaban al juego y la bebida en las tabernas locales. No era de extrañar. Sin la férrea vigilancia del comandante, muchos veían estos días como un respiro, un instante de tregua bajo el mando de su inepto segundo. Pero, pese a todo, el orden reinaba en la isla. La calma de un día más en una tierra que, en su quietud, parecía olvidar el mundo exterior.
El camino hacia el faro ascendía serpenteando entre la vegetación, un sendero de tierra que desafiaba la frondosidad del bosque. Había dos rutas: una directa, y otra que bordeaba la costa, un recorrido popular entre los habitantes que buscaban ejercitarse o simplemente contemplar las majestuosas vistas del océano infinito. Los árboles, altos y robustos, cubrían la isla con su verde esplendor, protegiendo la senda como un ejército de centinelas mudos. En lo alto, en un pequeño claro, se alzaba la imponente estructura del faro. Un coloso de 20 metros de altura, que se erguía desafiante contra el paso del tiempo. Sus muros, antaño de un blanco impoluto, estaban desgastados por las inclemencias del mar y el viento, y las líneas rojas que lo adornaban cada vez se desdibujaban más. Pero, como siempre, el faro permanecía encendido, guiando a los navegantes con la ayuda de la luna, hoy llena.
Su entrada, una puerta gruesa de madera, se encontraba entreabierta. En el interior, el pequeño habitáculo de la entrada ofrecía una visión desordenada: objetos de toda clase y cachivaches dispersos sin aparente valor, algunos papeles y dibujos que parecían hechos por la mano torpe de un niño. La escalera de caracol ascendía en espiral hacia la cúspide del faro y finalmente, en el suelo, la imponente puerta metálica que. No había rastro de Meethook en todo el faro, tampoco se escucharía respuesta ante palabras comunes.
Para participar en este tema ha de utilizarse el Presente Absoluto.
Día 30 de Verano del año 728
El traslado de MeethookEl faro de Isla Kilombo siempre había sido un lugar envuelto en misterio. A pesar de los años, jamás fallaba; cualquier avería era subsanada en cuestión de instantes, como si la propia estructura se negara a sucumbir al paso del tiempo. Pero el verdadero enigma residía en su guardián, un hombre cuya procedencia pocos en la isla conocían. Los rumores sobre él habían ganado relevancia en las últimas semanas, ahora corrían como el viento en las tabernas de los blues, avivados por la curiosidad de los marineros y la superstición de los lugareños. Se decía que era un hombre mutilado por los años y las batallas: cojo, manco y ciego de un ojo. Un anciano gruñón y solitario, que jamás permitía la entrada a nadie en su santuario de piedra. Sin embargo, el farero gozaba de la protección de la marina, una protección inquebrantable, otorgada por orden de Murray Arganeo, el comandante de la isla. Arganeo, un hombre fuerte y de moral intachable, parecía tener una predilección inexplicable por aquel viejo. ¿Su arma? Un ancla colosal, símbolo de su imponente presencia.
Durante días, Murray había estado en Loguetown, negociando un traslado especial. Aquella misma mañana, se puso en contacto con un grupo de la isla, una patrulla que conocía bien: Takahiro, Atlas, Octojin, Camille y Ray. Los había elegido personalmente para encomendarles una misión de suma importancia, una tarea que no debía tomarse a la ligera. El encuentro fue breve. Murray fue directo y claro, pidiendo máxima discreción y atención. Lo que parecía una simple escolta podía fácilmente convertirse en una misión peligrosa.
Cita:A la atención de Takahiro, Atlas, Octojin, Camille y Ray:
Debo pasar algunas semanas en Loguetown por un asunto de gran importancia. Confío en ustedes para llevar a cabo un traslado crucial desde Isla Kilombo hasta el cuartel de Loguetown. La persona a la que deben escoltar es conocida como Meethook. Tal vez hayan oído su nombre: es el farero de nuestra isla, pero también fue, en tiempos pasados, un temido pirata. A cambio de información valiosa, se le concedió protección, aunque esa protección se ha convertido en su prisión. Día tras día permanece confinado en el interior del faro. Meethook no abandonará su refugio fácilmente. Para que lo haga, deberán pronunciar las siguientes palabras: “Quince, cepillo, crucigrama, salchicha”. Sé que suena absurdo, pero esa es la contraseña que acordamos, y les aseguro que la necesitarán. Aunque destruyeran la puerta, se encontrarían con una barrera aún más formidable: una puerta metálica reforzada que conduce a un búnker bajo el faro. Allí es donde reside nuestro hombre.
Adjunto un sello oficial que les permitirá resolver cualquier inconveniente en el cuartel de Kilombo.
Les deseo vientos favorables y suerte en su travesía.
Murray Arganeo
El tiempo apremiaba. Murray les había instado a partir cuanto antes. Si se apresuraban, alcanzarían el faro al caer la noche, cuando la oscuridad comenzara a envolver la isla y la luz del faro guiara el camino entre la oscuridad del horizonte.
Isla Kilombo lucía tranquila bajo la luz dorada del atardecer. El crepúsculo bañaba la costa, mientras los trabajadores de Rostock ponían fin a su jornada. Los pescadores zarpaban hacia la inmensidad del mar, y otros se preparaban para una larga noche de festejos. La presencia de la marina era tenue, casi imperceptible; algunos soldados, relajados por la ausencia de Murray, se entregaban al juego y la bebida en las tabernas locales. No era de extrañar. Sin la férrea vigilancia del comandante, muchos veían estos días como un respiro, un instante de tregua bajo el mando de su inepto segundo. Pero, pese a todo, el orden reinaba en la isla. La calma de un día más en una tierra que, en su quietud, parecía olvidar el mundo exterior.
El camino hacia el faro ascendía serpenteando entre la vegetación, un sendero de tierra que desafiaba la frondosidad del bosque. Había dos rutas: una directa, y otra que bordeaba la costa, un recorrido popular entre los habitantes que buscaban ejercitarse o simplemente contemplar las majestuosas vistas del océano infinito. Los árboles, altos y robustos, cubrían la isla con su verde esplendor, protegiendo la senda como un ejército de centinelas mudos. En lo alto, en un pequeño claro, se alzaba la imponente estructura del faro. Un coloso de 20 metros de altura, que se erguía desafiante contra el paso del tiempo. Sus muros, antaño de un blanco impoluto, estaban desgastados por las inclemencias del mar y el viento, y las líneas rojas que lo adornaban cada vez se desdibujaban más. Pero, como siempre, el faro permanecía encendido, guiando a los navegantes con la ayuda de la luna, hoy llena.
Su entrada, una puerta gruesa de madera, se encontraba entreabierta. En el interior, el pequeño habitáculo de la entrada ofrecía una visión desordenada: objetos de toda clase y cachivaches dispersos sin aparente valor, algunos papeles y dibujos que parecían hechos por la mano torpe de un niño. La escalera de caracol ascendía en espiral hacia la cúspide del faro y finalmente, en el suelo, la imponente puerta metálica que. No había rastro de Meethook en todo el faro, tampoco se escucharía respuesta ante palabras comunes.